viernes, 27 de julio de 2007

Capítulo 5

5

Ramón, compañero de trabajo de Romualdo, llegó a la casilla poco después de su partida con José. La Vieja lo estimaba mucho.
-¡Ramón... Buen día! ¿Qué andás haciendo por acá?
-Buen día Vieja... y nada, aprovechando el feriado a pesar del mal tiempo.
-Hacés bien, -aprobó la anciana, -cuando se trabaja duro, también hay que tomarse el descanso como una obligación. En cuanto al tiempo no es ninguna novedad que hay que esforzarse para ponerle buena cara.
-Por eso lo vine a buscar a Romualdo para ver si a la tarde quiere ir conmigo a la cancha. ¿No apareció todavía?... ¡No me diga que está durmiendo!
-¡Qué durmiendo! Ya vino y ya lo mandé a comprarme unas cosas... hace un ratito nomás se fue con José, pero no van a tardar mucho...a esos haraganes hay que tenerlos siempre al trote. - Bromeó.
-Si no la molesta, lo espero un poco y de paso le hago compañía. - Dijo el visitante medio afirmando, medio preguntando.
-Pero sí muchacho, pasá y acomodate... si no te lastima los ojos el desorden de este tugurio. Mirá que le estoy encima todo el día y no parece tener remedio, siempre es un cambalache. -Comentó La Vieja, mientras cariñosamente tomaba a Ramón del brazo para conducirlo al interior del cobertizo. El se dejó llevar, y una vez adentro se sentaron en las mismas sillas arruinadas de siempre.
-¿Y a usted cómo le andan las cosas, Vieja?
-Más o menos como la mona, igual que a todos los de por acá. No iba a ser la excepción. Es que a Dios todavía no se le ocurrió señalarme con su dedo benefactor. No se habrá dado cuenta...
-... la verdad que lo siento, usted se sacrifica mucho, no crea que no lo sé, y tendría derecho a mejor suerte, aunque fuera nada más que un poquito.
Ella no se hizo esperar.
-¿Suerte?... ¿Qué es eso? Mirá, me parece que estás hablando de un artículo de lujo, te juro que no lo he visto nunca, ni siquiera conozco a nadie que lo use. Pero mejor, contame de vos. ¿Tuviste noticias de tu familia? -Se interesó la anciana.
-Si, recibí una carta el otro día. Están bien, especialmente mami. Después de la recaída se recuperó por completo. Todo lo demás, sigue igual... el mismo pueblo chato y pobre de siempre.
-Bueno, - corrigió La Vieja -nosotros estamos a pocas cuadras de eso que llaman “la gran ciudad”, o si querés, lo que queda de ella... ¿y ? Es lo mismo que si estuviéramos en tu pueblo “chato y pobre”.
A Ramón la comparación le pareció acertada. Por eso, miró hacia afuera, como si esa mirada pudiera conducirlo de regreso al lugar adonde había nacido, como sucedía en una película vista tiempo atrás. En ella la gente conseguía viajar con sólo imaginarse el punto de destino. Fue cuando se le escapó una queja que llevaba repetida muchas veces.
-¿¡Por qué habré venido...!?
La Vieja no dejó pasar la oportunidad de aclararle las cosas. Temía que empezara a darle vueltas al asunto y terminara atormentándose.
-Por lo mismo que vienen todos. Han crecido entre el polvo y la pobreza y miran las cosas desde muy lejos. Ese polvo y esa pobreza les nubla los ojos, y entonces ven todo a medias, o peor, lo ven de una manera irreal. Desde allá, esto es un espejismo. Se imaginan los grandes edificios, las grandes tiendas, los autos lujosos, las mujeres elegantes, y creen que todo eso está esperándoles. Pero aquí no los espera nada ni nadie, ni saben que existen... ¡ni les importa! Están demasiado contentos con lo suyo, eso si les va bien, y si las cosas les andan mal se pasan el día rumiando sus desgracias.
La Vieja se incorporó para acercarse a Ramón, y tiernamente, le puso la mano en el hombro para después decirle: -Te estoy hablando de algo feo, ¿verdad? Tampoco es cuestión de convertir tu visita en una retahíla de tristezas. Disculpame, pero no me digas que no pensaste alguna vez en lo que te dije...
-...por supuesto que lo pensé, - contestó Ramón de inmediato -sólo que nunca lo había visto tan claro, como ahora que usted me lo está mostrando.
La Vieja volvió a sentarse, entonces, él le hizo una pregunta.
-Lo que quisiera que me dijera, es... ¿cómo hizo para saberlo con tanta exactitud?
-Porque a mí me pasó lo mismo. Lo demás es una historia triste, como siempre ocurre cuando un hombre y una mujer se quieren... y se desencuentran porque no tienen otro remedio. - Respondió La Vieja entrecerrando los ojos, como si de esa manera le fuera más fácil mirar entre la oscuridad de su pasado. -¿O te pensás - Siguió. -que siempre fui una anciana medio deformada? Algún día te voy a mostrar una fotografía de aquellos tiempos. Te vas a llevar una sorpresa.
-¿Y por qué no me la muestra ahora? -Preguntó Ramón, avispado.
-No, ahora no, vaya a saber por dónde anda. La tenía metida entre unos papeles, y tal vez, fui capaz de tirarla sin darme cuenta. Sabés que la gente grande... bah, vieja, es muy descuidada...
-¿Quiere que le diga una cosa? -Insistió él.
-Decime nomás, que de entrometido ya te tengo conceptuado, así que... -Comentó la anciana recuperando su habitual tono socarrón.
-... estoy seguro de que sabe perfectamente adonde la tiene guardada.
-Está bien, me descubriste. -Aceptó la anciana con buen ánimo. Después se levantó para dirigirse a la parte trasera del cobertizo. Volvió trayendo en las manos un manojo de papeles del que extrajo una fotografía pequeña y ajada. Con movimientos lentos se la tendió a Ramón. -¿Estás contento ahora? -Preguntó mientras el muchacho la tomaba. Ramón no respondió nada y se quedó mirando la foto. Recién después de observarla largamente, se permitió hablar.
-¡Qué muchacha tan hermosa!... ¿Es usted?
-¿Y quién iba a ser?... Claro que soy yo... cuando tenía diecisiete años. - Aseguró mirando su propia imagen adolescente por encima del hombro de Ramón.
-Me hubiera gustado conocerla por entonces. Hasta me hubiera animado a proponerle casamiento... sí... eso es lo que hubiera hecho. - Anheló el muchacho.
-No te hubieras perdido gran cosa, y además, seguramente te habría contestado que “no”... porque, yo era muy difícil para los “sí”, ¿sabés? Como si con eso quisiera evitar que alguien se adueñara de mí. Pero ahora me arrepiento, porque mi vida habría sido muy diferente, si hubiera sido más dispuesta, más decidida. - Dijo ella recuperando la fotografía, y colocándola de nuevo entre los papeles para devolver el envoltorio a su escondite secreto.
-Algo debe habérselo impedido... de lo contrario... porque pienso que usted nunca fue una negada. - Ella se rió.
-Los años me hicieron un poquito inteligente, entonces... decías que algo debe habérmelo impedido, y sí... Me lo impidió la moral, ¡mirá si no era una boba! ... como para no aceptar compartir la vida, o mejor dicho, la mitad de la vida de un hombre rico y casado.
A Ramón le quedaba una última duda.
-¿Está arrepentida?
Ella habló con firmeza.
-No muchacho, no. ¿De qué me valdría? Además, si hubiera dicho “sí”, jamás habría conocido a José... ¿qué hubiera pasado con él entonces? En fin, eso me compensa de todo, y al fin de cuentas... ¡qué joder! las cosas salieron así. ¡Qué querés que le haga! Aunque quisiera, ya es muy tarde para dar vuelta la tortilla... y mirar para atrás, ¿de qué sirve? Sólo para saber si tenés caspa.


Cuando regresaban, Romualdo y José se encontraron con un grupo de chicos en el descampado empeñados en remontar cometas que se convertían en láminas plomizas debajo de la bóveda decidida a mantenerse gris. Parecía la imagen desvaída de un cuadro tristísimo. Se detuvieron para disfrutar de la parte buena del espectáculo, tratando de adivinar cuál de aquellos objetos alcanzaría más rápido las alturas o cuál se mantendría más tiempo en la posición ganada arrimándose a las orillas del cielo. Por fin José decidió hacer una pregunta.
-Decime Romualdo, ¿vos crees que los barriletes se sienten libres?
-Creo que sí, al menos andan volando todo el tiempo, como si fueran pájaros. - Respondió el muchacho satisfecho, pensando que a los chicos les gustan las fantasías. -Menos por la noche cuando duermen, porque tienen que descansar como todo el mundo.
-Sí, es cierto, pero mientras vuelan los tienen agarrados desde abajo con un piolín. Eso a los pájaros no les pasa, - Advirtió con agudeza José. -igual, a mí me gustaría tener un barrilete. Nunca tuve uno.
-Porque no te lo habrás propuesto. -Contestó Romualdo, satisfecho de haber superado las reflexiones de José. -Yo era poco más grande que vos y ya me los fabricaba. Es muy fácil... apenas hace falta papel liviano, unas maderitas, pegamento y un poco de hilo.
-Aún con todo eso, yo no podría hacerlo. -Replicó el chico.
-Está bien José, pero te repito, es porque primero hay que aprender. -Lo justificó Romualdo- Para el próximo domingo voy a conseguir todas esas cosas y te voy a enseñar a construir uno... como me enseñaron a mí.
-¿De verdad?
-De verdad. ¿O es que alguna vez te he mentido?
-Nunca, bueno, que yo sepa. -Respondió José con picardía.
El hombre rió.
-Mirá que sos ladino.
-¿Y eso qué quiere decir? -Inquirió José temiendo haber recibido un insulto terrible, mientras Romualdo no dejaba de reír.
-Quiere decir que sos un taimado.
José seguía sumergido en su ignorancia.
-Tampoco te entiendo, pero debe ser algo peor.
Romualdo pensó que era mejor dejar las carcajadas para un momento más oportuno.
-Decime, ¿no te lo enseñaron en el colegio?
-No, - Replicó José con timidez. -todavía no llegamos a los latinos y a los caimanes.
-Ladino y taimado. ¿Qué escuchaste? Va a ser mejor que en lugar de enseñarte a construir barriletes te regale un diccionario.
-¿Y por qué no me me lo decís vos ya que lo sabés todo. - Argumentó José con muchas ganas de ponerse a llorar.
Romualdo se sintió confundido. No le gustaba haber molestado al chico.
-Te voy a ser muy sincero, y cuidado, porque eso de anunciar algo muy sincero, es lo que la gente siempre antepone cuando va a contarte una gran mentira, recordalo en el futuro para que no te agarren descuidado. Pero bueno, lo que te quiero decir es que... yo tampoco conozco exactamente el significado de esas palabras. Sólo diría... por aproximación, de venir escuchándolas a las personas grandes desde que era un pibe como vos. Pero descuidá, no son un insulto, mas bien una especie de calificativo, como si te dijera pícaro. Nada más que eso.
José pareció tranquilizarse y volvió a lo que le interesaba.
-Entonces me vas a enseñar a construir barriletes, y el diccionario... lo vas a dejar para más adelante.
-Está bien José, pero acabás de demostrarme que tengo razón, que sos ladino y taimado. Y ahora mejor seguimos para la casa. ¡La Vieja es capaz de matarnos si llegamos tarde!
-Pobre Vieja... -comentó el chico con un dejo de melancolía que sorprendió a Romualdo.
-¿Por qué lo decís?
-No sé. Se me acaba de ocurrir... nunca lo había pensado.
-Es muy buena. - Afirmó el muchacho tratando de completar la idea creada por las palabras de José, igual que si fueran un pensamiento bien intencionado flotando en el aire y él quisiera rescatarlo de la intemperie del olvido, allí donde casi siempre quedan sumergidos la buena voluntad, la comprensión y el amor de tanta gente.
-Sí, es muy buena, -reafirmó José- de eso me doy cuenta, y también de que me quiere y me cuida... como te quiere a vos. Pero yo... ¡ojalá pueda pagárselo algún día!
-¿Nueve años y ya estás pensando así? Está bien, habla a tu favor, pero... ya se lo estás pagando José, aunque no te des cuenta. Por ahora... tranquilo. Sos muy chico para preocuparte por eso.
José pareció querer decir algo pero no lo hizo. Romualdo lo tomó de la mano y se lanzaron a completar el camino de regreso. En cambio, los barriletes se quedaron clavados en el cielo. Ese era su destino, y además, no tenían otro lugar adonde ir.


Al atardecer, el sol trató de aparecer sobre las miserables casillas pero después de un intento fugaz se declaró vencido, y volvió a ocultarse detrás de las nubes inamistosas que seguían estacionadas pesadamente en el cielo. Su tonalidad intensa parecía invadirlo todo, haciendo que el fresco otoñal tuviera la presencia del invierno más crudo. La Vieja había avivado el brasero y José se había entregado a los autitos que nuevamente competían sobre la mesa. En una silla, Romualdo haraganeaba releyendo el número atrasado de una revista deportiva, (naturalmente, había desechado la propuesta de Ramón para ir a ver un partido de fútbol, prefiriendo quedarse con José y con La Vieja.) La mujer ponía hilos reparadores tratando de salvar de la muerte a una descolorida camisa. Cada uno estaba en lo suyo hasta que la anciana rompió el tácito acuerdo de silencio para ofrecerle al chico una taza de leche caliente.
-Gracias mama, tal vez la tome más tarde, pero ahora no tengo ganas. ¿Le podemos dar un poco a Serafín?
-Está bien, pero no sé ni por dónde anda ese gato atorrante, de seguro, durmiendo la juerga de ayer. La noche de los sábados es especial para estos gatos trasnochadores. -Terminó diciendo como si hablara consigo misma.
Romualdo levantó los ojos de la revista que parecía tenerlo atrapado.
-Yo lo vi cuando volvimos, durmiendo sobre las chapas del techo. José se levantó como un resorte y se fue afuera, desde donde comenzó a llamar con insistencia.
-¡Serafín!... Serafín!
-Llamá nomás que si está descansando, el desgraciado va a hacer como que no te escucha. Así son de taimados esos animales.
Al escuchar por segunda vez en ese día aquella palabra, José se sintió inclinado a pensar: ”Los gatos son como yo”. La reflexión lo impulsó a duplicar su insistencia.
-¡Serafín!... ¡Serafín!
Atravesando un espacio roto del alambrado lateral, el gato emergió como si apareciera mágicamente de ninguna parte. Era un ejemplar atigrado de color gris, tamaño regular y todavía joven. José comenzó a acariciarlo, cosa que Serafín recibió con satisfacción. Cuando dejó de hacerlo, el gato fijó sus ojos en él, con esa esperanza que los de su especie suelen mostrar cuando miran a un ser humano. Como si hubiera descifrado aquel código de comunicación, el chico se apresuró para ir a buscar la leche anunciada. Regresó al instante con un pequeño plato colmado y lo colocó en el suelo. El gato se hizo tiempo para restregarse un momento entre sus piernas mientras comenzaba a ronronear, antes de acudir presuroso a sorber el alimento. La Vieja salió y contempló el cuadro compuesto por José arrodillado junto al gato bebiendo.
-Gato del demonio, se toma nuestra leche pero nunca está dispuesto para ayudar en nada... ¡interesado! Sería mejor que se buscara un buen trabajo. -Comentó en tono de reconvención, pero no por eso dejó de agacharse para prodigarle una caricia al animal.
Serafín acabó su alimento pero continuó lamiendo el plato para comprobar que el satisfactorio manjar se había terminado por completo. La Vieja, empecinada, le siguió hablando como si el gato fuera capaz de entenderla, mientras la lengua trabajadora comenzaba con delicada displicencia lo que iba a ser una prolongada sesión de higiene personal.
-Mal nacido... y ahora se lava sin siquiera mirarnos, como si nosotros no estuviéramos. Un rey, igual que un rey.
El gato se tomó un descanso y José aprovechó para introducirlo en el cobertizo y colocarlo sobre la cama, donde el animal reinició mansamente su tarea de limpieza. La Vieja pasó detrás de ellos y desde adentro dejó caer la lona que hacía las veces de puerta. La tela rústica y dura se deslizó como si fuera el paño de un telón que indicaba el final de un acto en una comedia teatral. Desgraciadamente no lo era, de todas maneras, resultó una señal que cerraba algo: para los que estaban allí, otro domingo había terminado.

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