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Madelaine y Jean-Claude llegaron al hotel Carlton casi a las seis de la tarde. La amplia terraza daba sobre La Croisette (6) que parecía una larga cinta solitaria tenía todas las mesas vacías, geométricamente dispuestas, como si los visitantes del reciente verano todavía permanecieran en la ciudad preparados para llegar en cualquier momento.
-¿Quieres ir al bar o te atreves a sentarte aquí afuera? -Aquí estará bien. Pienso que será un bello atardecer...
-... no quisiera que pasaras frío.
-No te preocupes, además, tengo un sweater. El camarero se acercó, y Jean-Claude le encomendó una botella de Moet Brut. Después permanecieron callados, como si no hubiera nada interesante para decir o como si aquel fuera un encuentro casual, y estuvieran ocupados nada más que en hacer tiempo antes de ir por separado adonde realmente anhelaban estar. Mantuvieron esa actitud fría y ausente, hasta que Jean-Claude comenzó a hablar, pero su voz surgía de una palpable y compartida incomodidad.
-¿Qué piensas hacer en París?
-En primer lugar, respirar el aire y luego, mirar las nubes. Son tan especiales las nubes de París, particularmente en otoño, además, he llegado a extrañar la ciudad, y eso me sorprende. Me parece que no estoy allí desde hace siglos. Después, no habrán de faltarme ocupaciones, pero te confieso que todavía no tengo nada premeditado.
-Lo entiendo, no deberías sorprenderte. Siempre sostuve que en esencia eras una parisina perfecta.
-Tienes razón. Confieso que muchas veces he renegado de esa condición, acaso porque lo consideraba un sentimiento vulgar, creyendo tontamente que ciertas cosas corresponden exclusivamente a las clases bajas, pero pienso que ha sido otro de mis tantos errores. Tendré que considerar si no me está complaciendo coleccionarlos.
-No te justifiques. París es un sitio muy hermoso, y muy especial. Debo reconocerlo aunque no haya nacido allí. - Dijo él mientras el camarero llegaba con el champagne.
-De todas maneras a pesar de todo lo que te he dicho -agregó Madelaine- no sé si habré de quedarme mucho tiempo allí. Desde hace varios meses, mi amiga Josephine, ¿la recuerdas? viene insistiéndome para que volvamos a visitar España, más exactamente San Sebastián. Entonces, probablemente cuando Didier se reintegre al colegio, resuelva algo al respecto. Claro que primero tengo que saber si Josephine mantiene su disposición, ¡qué ingrata soy! ahora caigo en la cuenta...desde que llegamos a Mougin no la he llamado.
Jean-Claude que la venía escuchando con atención se permitió un comentario un tanto irónico, pero Madelaine no pareció advertirlo.
-Al menos me alegra saber que no piensas aburrirte.
-Eso nunca, sería el peor de los crímenes. Sólo la gente sin ideas se aburre. -Dijo ella. -De todas maneras, en lo que a España se refiere, tranquilízate, porque si de acuerdo con tu obsesión por las interpretaciones novelescas te sientes inclinado a considerarlo, no voy dispuesta a enamorarme de un torero, como se comentaba que hacían años atrás las extranjeras de fortuna. - Agregó bromeando.
-Eso me quita una enorme preocupación. ¿Te imaginas los títulos de los diarios y las revistas?: “La señora Madelaine Röine Etagne huye a Marruecos con famoso torero andaluz.” - Dijo él con jocosa seriedad, volviendo al juego que habitualmente animaba sus conversaciones.
Por un instante pareció que eran los mismos de siempre, divirtiéndose con las palabras y con las situaciones, pero aquello ocurría sólo en la superficie, porque profundamente ya no era así. Los dos lo sabían pero los dos lo disimulaban.
Jean-Claude sirvió llenó las copas mientras ella se abotonaba el sweater, al percibir que desde el mar comenzaba a soplar una brisa de aire más fresco.
(El día se había detenido como si casi al finalizar el crepúsculo, alguien con un inconmensurable poder hubiera decidido que la Historia terminaba en ese momento. Pero como tantas otras veces, era apenas una ilusión porque la Historia siempre se empeña en continuar.)
-Y mientras yo bebo manzanilla y bailo flamenco, ¿tú que harás? -Inquirió Madelaine siguiendo la broma, como si insistiera tercamente en volver al pasado.
-Antes que nada, regresar a la Champagne. Hace tiempo que no estoy allí, y aunque mis administradores han sido siempre eficaces, no está nada mal echar una ojeada de vez en cuando. Pero este es un pretexto banal, en realidad, tengo ganas de ir. ¿Acaso debía plantearse esta separación para que me diera cuenta?
-Creo que no, todos tenemos postergados muchos proyectos. No está mal sacarlos a la luz y hacer que se muevan.
Jean-Claude bebió lentamente y no dijo nada.
-Pienso que sería mejor volver, ¿no crees? ahora sí estoy sintiendo un poco de frío. -Comentó Madelaine dando la impresión de que se encogía hacia adentro, como si evidenciara la sensación que estaba experimentando.
-Sí, vamos. -Respondió él mientras llamaba al camarero para pedir la cuenta que pagaría de inmediato. Después pidió el auto. Cuando subieron al automóvil disfrutaron la sensación de su interior cálido y confortable. Luego, tomaron en silencio el breve camino que los llevaría a Mougin.
6 Avenida costanera de Cannes sobre la que están ubicados casi todos los principales hoteles de la ciudad.
lunes, 30 de julio de 2007
Capítulo 8
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