sábado, 25 de agosto de 2007

Capítulo 34. Final de la novela.

34

Como consecuencia de la situación María y Romualdo postergaron su casamiento, pero no el deseo de vivir juntos. Los padres de la muchacha no disfrutaban una situación económica esplendorosa, pero disponían de pequeñas reservas y también eran dueños de una modesta casita que permanecía desocupada. Con generosidad y sin el menor atisbo de prejuicio la cedieron a la pareja para que al menos momentáneamente tuviera donde cobijarse. Nuevamente Romualdo se dedicó sin descanso a buscar trabajo, pero como ya le había ocurrido tropezó con las mismas dificultades para conseguirlo, dificultades generalizadas amenazando con convertirse en crónicas. María conservó su puesto en el hospital, y gracias a eso -también a una mínima ayuda de sus padres- se mantenían a fuerza de cuidar cada moneda con un celo enfermizo.
Una gris atardecer de sábado decidieron visitar a La Vieja. Había llovido durante los dos días anteriores y el paisaje lucía mucho más desolado de lo habitual. A ellos les parecía que ese invierno les envolvía con una crudeza como nunca habían conocido, y el clima fuera un enemigo adicional tan enconado igual a los otros que enfrentaban. Llegaron al cobertizo y la anciana los recibió con una alegría tan grande que parecía fingida, precisamente porque su reacción no resultaba natural en medio de todo lo que venía sucediendo.
-¿Cómo estás María? ¿Y vos muchacho? ¡Qué bueno tenerlos por aquí! Se ve que son corajudos para atreverse a venir con este día de mierda.
-Andábamos con muchas ganas de verla Vieja. ¿Qué importa el día? - Respondió la muchacha mientras la saludaba con un beso tan cariñoso como el que de inmediato también dejó Romualdo en su mejilla.
-Siéntense, siéntense. - Invitó La Vieja como si les diera una orden imposible de desobedecer, señalando las sillas que durante el poco tiempo transcurrido desde la última visita parecían haber acentuado su deterioro. -Voy a calentar agua para tomar unos mates... nos van a venir bien. Sólo debo agregar un poco de carbón a las brasitas. - Después salió en camino a la parte trasera del cobertizo adonde estaba el brasero y mientras lo hacía agregó un comentario. -Sé bien que es poca cosa, pero al menos es algo que todavía no me han podido sacar.
Los dos la aguardaron en silencio como si se prepararan para una ceremonia. La anciana regresó antes de lo esperado y se sentó frente a ellos todo lo plácidamente que le era posible en una vieja banqueta de tapizado poco memorable. La cara parecía hervirle de curiosidad.
-Y bueno... ¿Qué me van a contar de lindo?
-Antes que nada díganos como anda José. No lo veo por aquí.
-No está. Fue hasta la casa de un compañero para hacer los trabajos del colegio. Pero si querés saber como anda, te voy a decir que se porta muy bien, y claro, ya es todo un hombrecito... al menos yo lo veo de esa manera. No te olvides que los chicos tienen la mala costumbre de crecer.
-Es una buena noticia, en cuanto a nosotros, desgraciadamente, de lindo tenemos poco y nada para decir. -Contestó María tratando de no dejar escapar la tristeza que llevaba dentro, como si con esa actitud le hiciera un regalo secreto a La Vieja. Pero la destinataria del regalo pareció no escuchar y les dedicó otra pregunta.
-¿Y la casa? ¿Cómo se van arreglando?
Esa vez fue Romualdo el que respondió.
-Es chica pero bastante cómoda, aunque, ayer aparecieron unas goteras, pero en cuanto mejore el tiempo las voy a arreglar.
-Qué lástima, son cosas que pasan, al menos vos te das maña y vas a hacer un buen trabajo.
-Papá y Mamá nos dijeron que hagamos de cuenta que es nuestra ya que va a ser su regalo cuando nos casemos. En cuanto llegue la primavera hemos decidido pintarla. - Agregó María como si anunciara un viaje en primera clase alrededor del mundo.
-¡Eso! - Reaccionó la anciana. -No hay nada tan lindo como tener algún proyecto, aunque parezca chiquito, sobre todo cuando las cosas van mal y hacen que uno se quede entregado, quieto como si estuviera paralítico... o muerto. ¿Y a vos cómo te va en el trabajo? ¿Sin problemas? - Preguntó dirigiéndose a María.
-¿Problemas? No, problemas ninguno, sólo que cada día vienen más enfermos. No es el caso, pero parece que se hubiera declarado una epidemia y nadie se animara a reconocerlo.
-¿Parece? - Exclamó La Vieja como queriendo saltar de la banqueta. ¿Y vos crees que esto que estamos pasando no es una epidemia? Con tanta gente sin trabajo o ganando chauchitas que no le alcanzan para mal comer. ¿Qué querés? ¿Que además estén sanos?
-Lo comprendo. ¡Como no voy a comprenderlo si nosotros estamos en la misma cosa!
-Y si, casi todos. - Agregó la mujer pareciendo tranquilizarse.
-Debe ser eso que llaman globalización. - Sentenció Romualdo como al pasar.
-¿Globalización? - Repitió La Vieja extrañada. -¿Y de dónde sacaron a ese bicho?
-Es algo que leí en el diario como al pasar, pero si no entendí mal, es la causa de todo este lío. - Trató de aclarar el muchacho sin conseguir aclarar demasiado.
-Rara fauna debe ser. Venenosa, ¿no?- Insistió la mujer.
-No quiero parecer una sabihonda, pero lo de globalización está referido a que lo que se hace en determinado país, lo que pasa allí, especialmente si el país es importante y rico, después repercute en cada uno de los otros. - Dijo María queriendo ayudar.
-Según se ve, repercute especialmente lo dañino, porque de lo bueno nunca nos enteramos. - Reflexionó la anciana.
-Algo así. - Certificó Romualdo.
-Sí, debe ser un bicho nomás. Un bicho muy feo. Como una vinchuca, pero mucho más grande y mucho más malo. Desgraciadamente, no entiendo de esas cosas, me alcanza con padecerlas. - La mujer pensó en cambiar de tema, pero todos eran iguales o peores. Inevitablemente cayó en uno de ellos. -¿Y vos Romualdo? Todavía no has conseguido nada, ¿verdad?
El muchacho iba a contestar pero un trueno lejano y grave como un timbal tocado en sordina en el fondo de un escenario, pareció quedar suspendido, demorando la oportunidad de expandir su sonido. Los tres permanecieron expectantes, como esperando que el trueno se definiera más cercano y más vigoroso, pero sólo escucharon el silencio. Pasaron unos pocos segundos y llegó la respuesta de Romualdo.
-No. Me duele contárselo pero es así. Parece que el trabajo es como una moneda de oro detrás de la que todos corremos como desesperados. Cuando casi la vamos a tener entre los dedos, se esfuma.
-Alguien debe habérsela robado. - Sentenció La Vieja. - Y también debe haberse robado muchas otras cosas. Si no, no estaríamos así.
De pronto se escuchó más decidido y más cercano el trueno que antes había quedado esperando una nueva oportunidad.
-¡Carajo! - Reaccionó la anciana. -¡No me digan que va a llover de nuevo!
No fueron necesarias opiniones, y mucho menos, ninguna de esas predicciones que suelen presentarse en las conversaciones donde el estado del clima suele convertirse en tema central, porque la lluvia comenzó a golpear sobre el techo de zinc anunciando su presencia victoriosa.
-Ya habrán visto el barro al llegar. Tenía esperanzas de que empezara a secarse con un poco de Pampero, pero minga de Pampero, ahora se va a poner más feo todavía. Como no nos falta ninguna desgracia, encima más agua. ¡Qué porquería! ¡Cuando se terminará este maldito agosto!
-Como siempre el treinta y uno. - Definió Romualdo sin la intención de hacer una broma inoportuna.
-Falta que te hagas el gracioso poniéndote a jugar con el almanaque.
-Déjelo Vieja, tenemos tan pocas diversiones. Intercedió María.
-Yo diría que ninguna, pero está bien. Me lo merezco por ser tan quejosa. Después de todo, no sirve para consuelo, pero estoy segura de que debe haber otros que están peor. Es una pena.
-Me alegra que todavía disponga de tiempo para ocuparse de los demás. Habla a su favor. - Comentó Romualdo.
-Aunque te parezca mentira, es algo que hago todos los días... pobres desgraciados.
-Al menos mientras se lamenta por ellos se olvida de sus propias penurias.
Un nuevo trueno mucho más firme y más cercano cortó la conversación. La mujer se sobrepuso y siguió con lo quería decir.
-No sé si lo hago por eso. - Aclaró La Vieja. -En una de esas se debe a la consideración que les tengo... aunque no los conozca. El barco se hunde y yo estoy en la proa, pero tengo presente que no viajo sola, que desde aquí hasta la popa hay una larga fila de gente que como yo, no merece ahogarse.
-¿No sería mejor buscar los botes salvavidas? - Preguntó María.
-¡Sería inútil! Apuntó la anciana. Con ellos pasó lo mismo que con la moneda de oro de que hablaba Romualdo. Se los robaron a todos, uno por uno. Después los vendieron y vaya a saber por dónde andan.
-Seguro que es así. Sólo falta averiguar qué podemos hacer nosotros para recuperarlos. - Dijo María lánguidamente, sin mirar a nadie.
-¿Nosotros? - Continuó La Vieja. - Mirá, en este país nos creemos todos muy vivos pero cada día me convenzo más de algo que te va a llamar la atención, y es que en realidad somos muy brutos, y también pongo adentro de la bolsa a aquellos que parecen los más inteligentes. Son tan burros como los otros, sólo que un poco más pícaros. Pero inteligentes en serio debe haber muy pocos, y siento que son los peores porque casi todos cometen el mismo error: se quedan callados y miran para otro lado.
-Está bien. - Insistió Romualdo. No voy a discutir lo que usted dice. Sólo le preguntaba que debemos hacer nosotros para recuperar los botes.
-¿Nosotros? Lo único que podemos hacer es cambiar y dejar de correr detrás de la zanahoria, porque las zanahorias se acabaron hace tiempo. Y además, tener alguna esperanza, eso, por lo menos aquellos a los que les queden suficientes fuerzas para semejante proeza.
-¿No es pedir demasiado? - Terció Romualdo.
-Claro que sí, pero en estas ocasiones es cuando hay que sacar afuera el carácter, como si fuera un cuchillo afilado un instante antes de la pelea, y sentirse dispuesto a matar o morir. Es la única forma para evitar que nos sigan pasando por encima.
-Usted sí que tiene carácter. Da gusto escucharla. - Aseguró María.
-¿Sabés qué pasa querida? El gallo viejo tiene la carne dura y la piel más todavía, y mucho más, si la única comodidad de que dispone es pasearse por su propia soledad como si fuera un jardín. Allí vive expuesto a todos los vientos y a todos los soles, y en esa tierra, la misma basura son el invierno y el verano, ingratos y crueles como una maldición. Pero hay que seguir, ¿sabés? porque las grandes batallas no se ganan con resignaciones sino poniendo el cuero. Esto grábenselo bien, porque si no lo hacen, cuando me muera voy a venir para tirarles de las patas mientras duermen... por cobardes. Y no me pregunten nada más porque no voy a saber qué contestarles. Recuerden que soy tan burra como cualquiera, seguramente, un poco más.
María y Romualdo percibieron que La Vieja había ido cargando temperatura hasta casi no poder soportarlo, y cada uno por sí mismo, decidió que lo mejor era cortar el momento para evitar que la presión hiciera estallar la casilla. El muchacho fue el primero en ponerse de pie.
-Mejor nos vamos. Por hoy ya la cargoseamos bastante.
-Pero no hijo, si ni siquiera les he cebado los mates que les prometí.
-Otro día mama, otro día.
Ella reaccionó como si acabara de hacer el mejor de los descubrimientos.
-Me decís mama como José.
-No le molesta. ¿o si?
-¡Cómo va a molestarme que me des el mejor de los títulos!
Aunque le hubiera gustado Romualdo no quiso envolverse en ternuras que le parecían no corresponderse con lo que habían venido hablando. Por eso trató de mostrar una firmeza que no sentía.
-Vamos María, -dijo- tengo miedo de que vaya a llover más fuerte.
Como por arte de magia en las manos de la muchacha apareció un paraguas. Besaron a La Vieja y fueron hasta la lona que tenía el rol de puerta. Afuera ya era de noche.
-Chau Vieja, en cualquier momento le caemos de nuevo. - Afirmó Romualdo a modo de despedida.
-Tómenos la palabra porque en dos o tres días estaremos por aquí.
-Todas las veces que quieran. Cuídense mucho y que tengan suerte.
Los visitantes entraron en la oscuridad de afuera mientras un relámpago pareció querer indicarles el camino. La Vieja mantuvo la lona levantada para verlos alejarse, asomando un poco la cara que rápidamente se cubrió de gotas tan atrevidas como impiadosas. Entre ellas y las dificultades de su vista, impidieron que observara como María y Romualdo tomados de la mano avanzaban dificultosamente chapoteando en el barro gomoso, pero sin detenerse, como si estuvieran seguros de que un poco más allá estaba la tierra firme que buscaban. Hasta que un nuevo relámpago le permitió al menos presentir sus figuras ya alejándose bajo la lluvia. Entonces hizo una exclamación que pudo haber sido un reproche o una plegaria.
-Son mis hijos Dios, pero también son los hijos de todos. ¿Hasta cuando vas a esperar sin hacer nada?


F I N

viernes, 24 de agosto de 2007

Capítulo 33

33

Durante las primeras horas de la tarde de ese mismo día, Eizagirre estaba sentado junto a la cama del Inspector Lancleau en una sala reservada del hospital. Se había comprobado la impresión de un primer momento: la herida había sido superficial y se lo mantenía internado sólo por previsión, pero el paciente no parecía dispuesto a soportar la placidez de la inactividad por mucho tiempo.
-Bueno Eizagirre, - le dijo a su visitante -creo que hemos hecho un buen trabajo. Desbaratamos dos intentos que hubieran tenido desastrosas consecuencias: la voladura de la Torre Eiffel y... de la tumba del Emperador.
-¿Los Inválidos? - Preguntó asombrado Eizagirre.
-Exactamente. Cuando salimos del apartamento, yo hacia aquí y usted a preparar por mí el borrador del informe, cosa que le agradezco, se registró minuciosamente el lugar. No encontraron nada fuera de lo común, salvo... una dirección torpemente disimulada en la alacena de la cocina. Otro error incomprensible, todavía no puedo creerlo, porque esta gente no anota ciertas cosas y las deja junto a los números telefónicos del fontanero y del electricista o la dirección de la zurcidora. Pues bien, sin embargo, allí estaba. Poco tardó una patrulla en dirigirse a esa dirección y encontrar el coche bomba, y con él, a nuestro amigo Manuel. Apremiado por las evidencias que se le presentaron acabó confesando que existía un atentado adicional... tal como lo habíamos deducido, y que consistía ¡nada menos! en volar Los Inválidos. Naturalmente, por la disposición del edificio era improbable que llegaran a destruir la “Tumba”, pero dejarían en clero su capacidad operativa y el impacto emocional estaría conseguido.
-¿Podemos decir punto final? - Preguntó aliviado Eizagirre.
-Pienso que sí, pero antes falta que agregue sólo una cosa. Delian, el despachante de la bodega y el camionero, su compinche, los que introdujeron el explosivo en el Julio Verne, también están detenidos.
-Bueno, creo que tengo motivos para regresar tranquilo a mi país. - Afirmó el vasco con expresión radiante.
-Tranquilo y satisfecho. - Agregó Lancleau. - Su ayuda ha sido inestimable. Más allá de su permanente disposición profesional, le aseguro que en lo personal jamás lo olvidaré. -Terminó diciendo el Inspector conteniendo cierta emoción. Pero como no le gustaba mostrar sus sentimientos volvió a las cosas concretas. - Y a propósito, ¿cuándo parte?
-Pasado mañana. Tengo un día para disfrutar París como un turista más. - Comentó Patxi pensando en Josephine.
-De verdad se lo merece, y según sospecho, pienso que va a hacerlo en muy buena compañía. No olvide si desea visitarnos que seguiremos siempre aquí, del otro lado de la frontera. - Dijo el Inspector exhibiendo una sonrisa franca, mientras extendía su mano para estrechar la de su colega. Este la tomó con la suya y la oprimió afectuosamente.
-Hasta la vista Inspector. Deseo que su herida mejore y pueda dejar pronto el hospital.
-Lancleau lo miró como si acabara de anticiparle algo que ya tenía absolutamente decidido.
-De eso puede estar usted seguro, muy seguro.


Al día siguiente, después de una larga caminata, Josephine y Eizagirre bebían café en la vereda de un pequeño bistro frente al Sena. A pesar de la dureza de su carácter, él no había podido evitar la afección que sentía por haber tenido que matar a un hombre, debido a que antes que un policía, Eizagirre era un ser excepcional que le asignaba una importancia capital a la vida en todas sus manifestaciones, en especial, naturalmente, a la vida humana, aunque fuera la de un delincuente. Josephine, además de apenada por su aflicción, estaba desconcertada porque ya sabía quién era el hombre a quién Patxi había matado. Y también, que Madelaine tampoco lo ignoraba. Durante la conversación telefónica que mantuvieron muy temprano, la notó deprimida. Su amiga acababa de leer los diarios de la mañana que publicaban las fotografías de los implicados y un acabado detalle del plan terrorista, “desbaratado por la policía francesa con la colaboración de la española”, según literalmente lo informaba uno de ellos. Para complicar todavía más las cosas, L’Humanité titulaba “Ejecución de un miembro de ETA” y comenzaba la nota afirmando: “Un policía español actuando ilegalmente en nuestro país, asesina en una azotea a integrante de ETA...”Sin embargo, la actuación de Eizagirre estaba legalmente respaldada, circunstancia que se robustecía por haber sido quién puso fin a un enfrentamiento donde resultó herido un oficial de la policía francesa. Aquello bastaba para que Madelaine supiera quién había matado a Iñaki.
-No es una frase ingeniosa, pero se trataba de ti o de él, por otra parte, aunque la pérdida de una vida siempre es dolorosa, ¿te has detenido a pensar cuántos habrían muerto si los dos atentados se hubieran llevado a cabo? -Dijo Josephine hablando suavemente, buscando consolar a Patxi.
-Tienes razón. - Respondió él no demasiado convencido.
-Te ayudaré y estaré permanentemente a tu lado. - Contestó ella tomándole la mano. - Hasta que llegue a ser una carga y comiences a aburrirte de mí.
-Josephine... - Musitó Patxi y se acercó para besarla en la mejilla, como un adolescente que tímidamente besa la cara de la mujer amada. -¿Vendrás conmigo a San Sebastián?
-Te prometo hacerlo dentro de una semana. Necesito ese tiempo para arreglar mis cosas. Creo que después... tardaré mucho antes de regresar a París.
-Me alegra escuchar eso. Ven pronto, te estaré esperando...


Después del almuerzo, Eizagirre dejó a Josephine en la puerta del edificio donde vivía Madelaine, y se dirigió a hacer una última gestión en la Central de Policía. Ella necesitaba explicarse, como si debiera excusarse de una falta horrible, sintiendo por razones tan equivocadas como honestas que de alguna manera había traicionado a Madelaine. La dueña de casa la recibió en el mismo salón donde poco más de un mes atrás proyectaron el que resultaría su accidentado viaje a San Sebastián.
Madelaine estaba más compuesta de lo que Josephine esperaba, pero aun así, parecía que los años que habían estado tanto tiempo detenidos, se hubieran abatido sin piedad sobre ella. Tenía la voz quebrada, como si su angustiada garganta tuviera dificultad para emitir sonidos, pero además, todo su aspecto denotaba cierto cansancio. La visitante lo percibió apenas su amiga le ofreció café o algo para beber. Ella rehusó mientras buscaba la forma de cumplir con su propósito, pero Madelaine se le adelantó.
-Desde que me enteré de todo este horrible suceso, he estado pensando casi en una única cosa.. Es probable, que por algún extraño reflejo te sientas culpable ante mí... - Josephine quiso interrumpirla pero Madelaine se lo impidió. - ... por favor, déjame terminar... Como te decía, si es así, aleja esa idea de la cabeza. Yo nunca estuve de acuerdo con las actividades de Iñaki, y hasta cometí el error de creer que no me importaban, como si nuestra relación no tuviera nada que ver con lo que él hacía, aceptando con ingenuidad que nuestros mundos nunca iban a encontrarse, sin prever que si lo hacían, uno de los dos iba a ser destruido. Ahora lo veo, era de esperar que terminara así. Por otra parte, murió en un enfrentamiento cuando trataba de huir con un dispositivo destinado a eliminar muchas vidas, después de haber herido a un policía al que hubiera podido matar. Si las cosas son justas o injustas, y si la Justicia es tan benemérita como a diario se pregona, no lo sé, guardo demasiadas dudas sobre eso. Tampoco sé si la sociedad está tan bien constituida como nos acostumbramos a creer, y si en el fondo, aquellos que pretenden ser modelo de conducta, no son los mismos que generan el estímulo inicial para que ocurran estas cosas espantosas. No creas que digo esto porque me ubique como juez de los demás, aunque quisiera, no me siento capacitada para eso. Pero pienso que Patxi actuó de buena fe, valientemente, de acuerdo a lo que representaba, y protegiéndonos a todos nosotros, en cierto modo, también a mí. Por lo tanto, no tengo contra él ningún resentimiento. Además, no puedo olvidar que le amas, y eso me hace pensar que debe poseer incontables méritos. Esto tampoco tengo que olvidarlo. De modo que, en lo que a mí respecta, no hay culpables y la vida continúa. No será hoy, no será mañana, pero ya encontraré una salida. Y verás lo que son las cosas... ayer me llamó Jean-Claude. Estaba fuera del país y se enteró tardíamente de mi secuestro. Quería saber cómo estaba y acabó proponiéndome que nos veamos esta noche, y acaso, bueno... si no, cuando esto deje de dolerme. Tal vez reconstruyamos nuestra relación, tal vez no, pero lo cierto es que, insisto, la vida sigue. Ya hablaremos de eso. En principio he decidido sacar a Didier del colegio por una semana, después, acaso busque otro donde no deba permanecer pupilo, así podremos pasar más tiempo juntos. Estoy segura que eso le hará feliz y hace mucho que yo también lo deseo.
-Me satisface que pienses así. Eres una mujer de gran entereza. - Agregó Josephine.
Madelaine le dedicó una sonrisa forzada.
-No es mi entereza. ¿Recuerdas cuando te hablé de las circunstancias, como nos atenazaban, obligándonos a actuar de acuerdo a sus designios? Bueno, es lo que está ocurriendo ahora... lo que me está ocurriendo. Parece un lugar común, una frase trivial, repetitiva, pero es así.
Josephine no pudo contener lo que quería decir desde hacía muchos días, ya antes de todo lo ocurrido.
-Sé que puede parecerte una cuestión menor, pero me hubiera gustado tanto que conocieras mejor a Patxi, que pasáramos más tiempo los tres juntos... y que pudiéramos contarte nuestros proyectos.
-Lo pasaremos. - Contestó su amiga. -No ahora, pero cuando estén instalados en San Sebastián, iré a visitarlos. Y será todavía mejor porque los proyectos ya estarán en marcha, y podré ver realizados a muchos de ellos. Créeme que no es una promesa vana. ¡Voy a hacerlo!
-Ya lo sé Madelaine, serías incapaz de mentirme.
-Tú lo has dicho, sería incapaz...

jueves, 23 de agosto de 2007

Capítulo 32

32

Monsieur Delevreaux no aportó ninguna información. Más allá del precio de las carnes, aves, verduras y vinos, parecía ignorarlo todo. Lo único que logró fue exasperar a Lancleau, pero éste acabó resignándose. Durante su larga carrera había conocido a mucha gente desaprensiva, y Delevreaux era otra de ellas. El mundo podía estallar a su paso, pero todos seguirían sumergidas en sus pequeñas ocupaciones, sin otra preocupación que llevarlas a cabo más o menos aceptablemente.

Más tarde, en la sala de interrogatorios, los dos policías se sentaron frente a la mesa junto a la cual ya estaba ubicado Stefandrel. El detenido se mantenía impasible, amagando el dibujo de una sonrisa que no terminaba de instalarse en su boca, como si después de un encuentro casual en la calle, aquello se tratara de compartir una charla con viejos amigos. El Inspector procedió parsimoniosamente a colocarle tabaco a su pipa para luego encenderla. Si estaba ansioso por conocer la información que Baptiste podía proporcionarle, lo disimulaba a la perfección. Recién después de tomarse todo el tiempo que le pareció necesario, se dirigió al prisionero mirándolo fijamente.
-Monsieur Stefanfrel, antes que nada quiero anticiparle que sé perfectamente quién es usted. Ni siquiera su propia madre posee información tan minuciosa.
-Me siento halagado. Jamás creí que mis modestas actividades pudieran interesar tanto a la policía.
-Sus “modestas actividades”, como usted las llama, han ocasionado más de un problema aquí y en el extranjero, pero, dejemos eso y vayamos a nuestro asunto. ¿Qué hacía usted esta noche en el restaurante Julio Verne?
-Trabajo allí. - Fue la respuesta escueta y fría.
El Inspector no pudo ocultar un atisbo de irritación.
-Ya lo sé, pero no durante una huelga. ¿O sugerirá que en circunstancias tan inusuales, fue hasta el lugar porque había olvidado su pañuelo favorito y le urgía recuperarlo?
-Lo que podría decirle acaso le resultaría tan increíble como esa absurda historia del pañuelo. Nunca aceptaría que es la pura verdad.
-Amigo mío, - dijo Lancleau suavemente, como si fuera un niño insistiendo en que le relaten por milésima vez su cuento preferido. No prejuzgue sobre mi credibilidad. Soy un hombre confiado, póngame a prueba y no se defraudará.
Baptiste habló como si su voz emergiera desde el corazón de una grabadora.
-Proyectaba inutilizar el explosivo. Usted me sorprendió precisamente cuando estaba por comenzar a hacerlo y malogró mi propósito. Esa era mi única intención.
-¿De manera que me considera el causante de que kilos y kilos de ese maligno producto se mantengan intactos? ¿Debo pedirle disculpas por mi tonto sentido de la inoportunidad? - Lancleau hizo un gesto para evitar la respuesta que por otra parte Stefandrel no estaba dispuesto a darle. - Está bien, no me conteste si no quiere hacerlo, admito que son preguntas que no tienen respuesta. Pero bueno, supongamos que debido a mi extraordinaria bondad, que esta noche emerge purísima como el agua de una fuente, me siento inclinado a creerle... antes convendría saber con qué finalidad estaba ese explosivo en el restaurante, quién lo introdujo y quién iba a detonarlo.
-¿Si respondiera a eso, creería lo que dije antes?
-Podría ser, pero no estoy en posición de asegurarle nada. Mi buen corazón no llega a tanto.
-Está bien. - Afirmó el prisionero. - Correré el riesgo.
-Bien pensado, admiro a la gente atrevida. - Comentó el Inspector con sorna, pero sin tomarse el menor trabajo para disimularla. - Lo escucho.
Stefandrel hurgó entre sus ropas buscando los cigarrillos que no tenía, y luego pidió uno. Lancleau señaló su pipa excusándose por no poder satisfacer el requerimiento, y miró sugestivamente a Eizagirre. Este, de mala gana, extendió su cajetilla. Después que le dieran lumbre y de aspirar ansiosamente el prisionero comenzó a hablar.
-El explosivo fue llevado al restaurante con el propósito de volar la Torre. - Aunque aquella no era una novedad, escuchar la confirmación hizo que las manos de Lancleau se crisparan. Sólo pensar como posibilidad que el propósito hubiera tenido éxito le parecía una catástrofe. -La operación fue planeada por ETA, gente que vive en París y un hombre llegado desde España.
-¿Cómo introdujeron el explosivo en el restaurante? - Preguntó el policía para terminar afirmando. - No debe haber sido tarea fácil.
-En cajas de vino. Para eso se contaba con el despachador de la bodega...
Lancleau no quería dejar el menor cabo suelto.
-Muy ingenioso. ¿y cómo se llama ese tan dispuesto colaborador?
-Paul Delian.
-Así que Paul Delian... ¿Y cuáles son los nombres de los españoles?
-Ignoro sus apellidos, pero uno de ellos se llama Manuel, él hizo contacto conmigo. Lo conozco desde... bueno, lo conozco desde hace tiempo. El nombre del otro es Iñaki y llegó recientemente desde San Sebastián con el dinero y las instrucciones para ejecutar el plan.
-Bien... bien...-¿Con cuál de ellos se encontró en La Belle Ferronière?
-¿Sabe también eso? - Preguntó sorprendido el interrogado.
-Le asombraría conocer todo lo que sé. Pero déjeme a cargo de las preguntas y respóndame esta.
-Con el que se llama o se hace llamar Iñaki.
-Es maravilloso que ni siquiera usted esté convencido de que ese es su verdadero nombre. Pero dígame, ¿por qué razón se vieron?
-Debía entregarle la pieza que faltaba para armar el detonador. Puede parecer extraño, pero Manuel, que es experto en demoliciones no encontraba la original.
-Entonces este Manuel... ¿era el encargado de la detonación?
-Sí.
-¿No le sorprendió o no le pareció particularmente llamativo que un especialista hubiera perdido una pieza indispensable, y que fuera incapaz de encontrarla?
-No era mi responsabilidad juzgar esas cosas. Por otra parte, tal vez tenía la suya, pero necesitaba dos. -Comentó el prisionero permitiéndose por primera vez un atisbo de humor.
El Inspector aparentó no advertir la broma.
-No me ha dicho cómo establecía sus contactos con esta gente.
-No me lo ha preguntado.
-Lo estoy haciendo.
Eizagirre, a pesar de la tensión, disfrutaba siguiendo el interrogatorio que Lancleau manejaba como un lance de esgrima combinado con una partida de ajedrez. Tampoco podía negar que Stefandrel colaboraba como lo haría un gran actor que había ensayado a la perfección su rol, satisfecho de ser el partenaire de la primera figura del elenco.
-Manuel me llamaba al restaurante. Nunca me dió ni su teléfono ni su dirección.
-¿Y el otro? - Preguntó el Inspector queriendo cerrar todos los resquicios.
-Sólo sé que le asignaron un apartamento cercano al Arco de Triunfo.
-¿Podría ser en la Rue des Acacias?
-No puedo asegurarlo, pero podría ser. Esa calle queda a dos o tres cuadras del Arco. Me dijo que vivía por allí.
Todo parecía aclarado, pero no para el Inspector.
-Mi querido amigo, - le dijo a Stefandrel con la dulzura propia de una serpiente - volvamos al principio. Dijo usted que había ido al Julio Verne con el propósito de inutilizar el explosivo. ¿Creyó que eso era técnicamente posible?
-Lo era.
Lancleau no estaba satisfecho.
-Admitamos que lo fuera, y que no existía el riesgo remoto, verá que digo remoto, de que usted volara junto con su intento...
-¿Qué razones tenía para hacerlo?
Por primera vez desde que había comenzado el interrogatorio, Baptiste dudó y tardó en responder. Pero posteriormente se recompuso y contestó la pregunta con firmeza.
-Tomé conciencia de que estaba participando en provocar un daño irreparable. En mi oficio las cosas no se piensan demasiado, se me contrata para un trabajo y lo ejecuto, pero en este caso... bueno, en este caso me dejé llevar por la tentación sin medir las consecuencias... había mucho dinero de por medio...
-... ¿Cuánto? - Quiso saber el policía.
-Ciento cincuenta mil dólares.
-¡Diablos!... Es una buena suma.
Stefandrel no comentó nada respecto al dinero ni sobre la manera irregular con que le estaban pagando, y continuó hablando tranquilamente como si no hubiera sido interrumpido.
-Comprendo la opinión que tendrá usted de mí, pero finalmente, yo también soy francés, y la Torre Eiffel, es Francia. Por eso quería impedir su destrucción.
El policía recibió con frialdad la explicación.
-Créame que valoro grandemente sus sentimientos patrióticos, pero no comprendo porque primero se complica en esta operación, y a último momento... digamos que era el último, resuelve echarse atrás por razones tan... tan idealistas. Sobre todo, y disculpe mi sinceridad, tratándose de alguien que no se ha lucido demasiado en la exteriorización y el respeto a esos ideales. ¿No habrá ocurrido que el dinero prometido llegó sólo en mínima parte, algo así como un anticipo reducido, y usted recibió cierta información confidencial, para intuir que el resto se lo iban a entregar en forma de bala y penetrando en su espalda?
Aunque trató de disimularlo, el prisionero se sobresaltó.
-¿De dónde saca eso?
Lancleau no se amilanó.
-Digamos que de mi desbordante imaginación. Siempre me ha prestado una gran ayuda.
-No lo dudo, - dijo Baptiste con un dejo de cortesía. - pero su imaginación por brillante que sea, no serviría de prueba en un tribunal.
-De todas maneras, ¿qué pretende usted al presentarme toda esa historia del buen francés arrepentido? -Exclamó Lancleau irritado.
-Me sorprende Inspector, justamente cuando estaba comenzando a valorar su sagacidad. -Dijo Stefandrel permitiéndose también una ironía. -Es obvio que mi confesión persigue llegar a algún tipo de acuerdo. No es algo imposible.
Al policía no le extrañó la propuesta. Lo había venido sospechando desde que comenzó a notar que el prisionero se mostraba imprevistamente locuaz y preciso. La situación tenía cierta lógica. Baptiste había sido sorprendido in fraganti y pretendía eludir toda culpa derivando la responsabilidad hacia sus cómplices, confesando sus nombres y todo el diseño del plan, para terminar presentándose como un cordero que arrepentido a último momento asume una actitud salvadora. En suma, súbitamente, el culpable se convertía en inocente, el asesino se quitaba su máscara cruel y dejaba ver la cara del héroe de corazón puro sonriendo triunfalmente. El Inspector tuvo que admitir que no estaba tan mal pensado, por otra parte, Stefandrel tenía poco por ganar y casi todo para perder. Era una jugada difícil, pero no imposible. Un jurado podría considerarla más que atendible. Por fin, emergiendo de su reflexiones, dio a conocer su opinión.
-Está bien, prometo considerarlo. Ahora... -estuvo al borde de decir algo pero se contuvo como si bruscamente hubiera cambiado de opinión - ...por esta noche hemos terminado. - Después, se puso de pie, y dirigiéndose a Eizagirre, le dijo: -Por favor, acompáñeme, quiero hablarle. Los dos abandonaron silenciosamente la sala mientras Stefandrel era conducido a su celda.


A Eizagirre y Lancleau les hubiera gustado establecer si considerar cercana la finalización del caso obedecía a la lógica de una investigación, o era simplemente sólo un deseo compartido. Habían llegado hasta la oficina sin cambiar palabra, como si necesitaran concentrarse por separado para alcanzar las definiciones que consideraban imprescindibles. A poco de sentarse, el español fue el primero en hablar.
-Coincidirá conmigo Inspector, que es menester detener a este Iñaki cuanto antes. El conserva la pieza para el detonador y mientras esté en sus manos, la situación no resulta nada tranquilizante.
-No se apresure Eizagirre. Quiero creer que está todo bajo control. El sospechoso permanece en el apartamento en que vive dispuesto a tomar alguna iniciativa. Pero está vigilado y aunque él lo ignore, listo para caer en nuestras manos apenas se mueva, y mucho más, si ese movimiento está dirigido a realizar algo abiertamente agresivo.
-Entonces...
-Un momento amigo mío. Ha surgido algo...- Lancleau había detenido la frase de su colega como si no quisiera perder una idea que acababa de hacerse clara en su mente. - ... que no me gusta nada. ¿Recuerda usted la broma de Stefandrel cuando le pregunté si no era extraño que un experto en demoliciones no contara con piezas indispensables para realizar su... ejem... trabajo, o peor aun, que las perdiera y no pudiera encontrarlas? ¿La recuerda? - repitió.
-Sí... él dijo: “tal vez Manuel necesitaba dos”. Pero eso, ¿qué puede significar? De seguro fue una bravata, y si me lo permite, acaso hasta “celos profesionales” nacidos de alguna diferencia que desconocemos. Debe haberse tratado de eso.
Lancleau adquirió un tono lúgubre.
-Puede ser pero no lo creo. Tal vez Stefandrel no lo sepa, aunque... acaso puede significar que hemos desbaratado un atentado, pero hay un segundo en marcha, algo así como un plan complementario o alternativo. El detonador que supuestamente se iba a usar en la Torre ya está armado. La pieza que está en poder de Iñaki es para armar el que se utilizará en otra parte. Es obvio que esta segunda operación fue decidida cuando la idea de volar la Torre ya estaba implementada. Por eso había un solo detonador completo. En otras palabras, Manuel no perdió ni buscó el componente para este segundo detonador... ¡Nunca lo tuvo en su poder! Por eso necesitaba que se lo proveyeran para cumplir el siguiente cometido y completar su doble tarea.
-Pero... -Comenzó a decir su interlocutor entre dubitativo y temeroso. El Inspector lo interrumpió sin contemplaciones.
-¿Es que mi conclusión le parece desacertada?-
-Nada de eso. Y muy por el contrario, me temo que sea trágicamente correcta.
-¿Entonces?... -musitó inquisitivamente Lancleau como si esperara apoyo para tomar una decisión definitoria.
-Entonces vamos para allá, -reaccionó nerviosamente Eizagirre -es imperioso detenerlo.
-Si estoy en lo cierto, y creo que lo estoy... - Confirmó el Inspector. -¡No debemos perder un solo segundo para frustrar también este nuevo intento! Vienen cometiendo errores, pero son profesionales de cuidado y eso lo respeto. Estoy convencido de que esta vez van a hacer lo imposible para no equivocarse. - Poco después, los dos policías y seis gendarmes, partían en dos automóviles rumbo al apartamento de Iñaki.


Cuando se acercaba el amanecer, Iñaki había agotado su provisión de cigarrillos. Después de esa desalentadora comprobación, se acercó por enésima vez a la ventana para verificar si el auto que había venido mirando permanecía allí. Ya estaba por abandonar su puesto de observación, cuando llegaron velozmente dos vehículos que se estacionaron junto al permanecía allí. De ellos descendieron varios hombres que corrieron presurosos hacia la entrada del edificio. Entonces no tuvo que considerarlo dos veces para intuir de qué se trataba. Por fortuna, previsoramente había estudiado la posibilidad de huir por una salida que no fuera la convencional y ya tenía seleccionada esa ruta de escape. Después de tomar “la pieza” y su revólver, sólo tuvo que abrir la ventana que daba a un patio interior. Caminando cuidadosamente por una estrecha cornisa, llegó a una escalera metálica que desde la planta baja ascendía hasta los techos. Se tomó a ella y comenzó a subir.
En la calle, luego de haber despertado al portero para que abriera, la policía entró en el edificio. Eizagirre, Lancleau y uno de los gendarmes tomaron el ascensor, y los otros subieron apresuradamente por las escaleras emplazadas a su alrededor. Ya casi ganando los tejados, Iñaki pudo escuchar como el grupo irrumpía estruendosamente en el apartamento. Después, tratando de no hacer ruido, comenzó a buscar la manera de descender a la calle adelantándose a las luces del día que lentamente comenzaban a insinuarse. Al no ver al hombre que buscaban, Eizagirre tardó muy poco en descubrir la ventana por la que había huido. Decididamente, seguido por Lancleau y tres gendarmes, tomó ese camino. Impulsado por la desesperación, arriba Iñaki corría descuidando las prevenciones que había tomado en un principio. Su apremio le impidió advertir un caño colocado casi a ras del piso, que le hizo tropezar y caer pesadamente. Pero eso no era lo peor. El tobillo había hecho impacto con el metal, y al incorporarse, sintió un dolor muy intenso que dificultaba sus movimientos y le restaba celeridad. Esforzándose a pesar de la renguera, continuó trabajosamente su marcha, hasta casi ganar un pozo de luz que daba a una de las casas contiguas. Para entonces, los policías ya recorrían el techo en su busca y estaban a poco más de veinticinco metros. Desde allí, surgió estentórea la voz del Inspector Lancleau.
-¡Iñaki o cómo diablos se llame! Esta es la policía, le ordeno detenerse o abriremos fuego.
Por toda respuesta, en la naciente y brumosa claridad del día se vio surgir un destello desde el lugar adonde presumiblemente se encontraba el perseguido. Alcanzado por el disparo, el Inspector cayó de bruces. Sus compañeros se acercaron para socorrerlo, pero aún en el suelo el francés conservaba su carácter.
-No es grave, me ha dado en el hombro y todavía no preciso enfermeras... ¡Persíganlo y no lo dejen escapar! ¡Eizagirre, es imprescindible impedir que ese hombre huya con el componente del detonador!
Pero Eizagirre ya no lo escuchaba, porque corría en dirección al lugar de donde había provenido el disparo. Pudo ver como trabajosamente, Iñaki trataba de huir por una escalera similar a la descripta anteriormente, que también descendía, hacia un patio techado de vidrio en la planta baja. Avanzando todo lo ágilmente que su pesado cuerpo le permitía, el policía llegó a pocos metros del fugitivo, precisamente cuando este trataba de ganar la posición para bajar. Pudo ver que sólo los hombros y la cabeza de Iñaki emergían del pozo de luz, pero también su mano pronta a disparar sosteniendo el arma que lo apuntaba. Era su vida o la del etarra, pero más que eso, era la “pieza” que se armaría para la destrucción. Entonces no dudó, orientó su pistola y oprimió el gatillo. El certero proyectil dio en la frente de Iñaki y lo arrojó hacia atrás precipitándolo al vacío. Seguido por los gendarmes, el español bajó inmediatamente por la escalera, y encontró el cuerpo desplomado sobre el techo de vidrio. El material había resistido sin romperse el impacto del cuerpo y apenas mostraba una pequeña rajadura. Eizagirre comprobó que a dos metros estaba el revólver que Iñaki no había podido usar por segunda vez, y que en su rígida mano izquierda, mantenía aprisionada la pieza del detonador.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Capítulo 31

31

Mientras esperaba al español, como él le llamaba, Baptiste se planteó algunas conjeturas sobre el tema que le preocupaba. ¿Por qué el anticipo enviado por ETA no había sido la mitad habitual y sólo le habían entregado veinte mil dólares? El pretexto de Manuel le parecía poco consistente. “Las dificultades actuales son transitorias. En cuanto el trabajo esté termina-do aparecerá el resto”, había dicho. Pero él tenía noticias sobre nuevas modalidades operativas de ETA, y sospechaba que el resto podía llegar de una manera poco agradable. Iñaki lo descubrió a sentado lejos de la ventana. Se acercó para recibir un mecánico apretón de manos y una sugerencia que no admitía contradicciones.
-Salgamos, es mejor que caminemos. Aquí somos como objetos colocados en una vidriera.
Sin hablar salieron del bar para tomar Pierre Charron hacia los Campos Elíseos. Después de superar el sector de la cuadra que a Stefandrel le pareció más oscuro, extrajo del bolsillo de su impermeable un pequeño envoltorio que discretamente puso en las manos de Iñaki, quién lo guardó prontamente en el abrigo.
-Cuando lleguemos a la esquina nos separaremos saludándonos efusivamente como dos amigos que acaban de salir de una fiesta. Tú seguirás por los Elíseos hasta la primera calle, es Marignan. Allí tomarás el metro en la estación Roosevelt hasta la estación Argentina, próxima a tu casa. Iñaki asintió con un gesto y siguieron adelante. Una vez llegados al punto prefijado actuaron tal como había sugerido Baptiste y después se separaron. No existía la menor posibilidad de que tuviera dificultad para encontrar la estación, porque su entrada era tan visible como un monumento emplazado en medio de la avenida. Compró su ticket, atravesó el molinete y descendió al andén. Abajo, tuvo la vaga sensación de que le seguían, pero la descartó de inmediato atribuyéndola a su imaginación. Muy pocas personas esperaban el metro, y también era muy reducida la cantidad de viajeros que venían en los coches. Aunque había asientos disponibles, permaneció de pie. El vehículo ganó velocidad y en pocos minutos llegó a destino. Iñaki descendió y se encaminó a la salida por la escalera mecánica. Cuando recorría la segunda escalera que lo llevaría a la calle oprimió nerviosamente el pequeño envoltorio que guardaba en el bolsillo, y caminando con premura siguió hasta el apartamento de la Rue des Acacias. Tenía que dejar su carga en lugar seguro, antes de volver a salir y visitar Madelaine.

Josephine y Patxi aún vivían el delicioso período que debían ocupar descubriéndose el uno al otro. A poco de llegar, Eizagirre ya había olvidado todo lo que tenía que ver con la misión que lo llevara a Francia. Después de hacer el amor con el mismo ardor de la primera vez, se deleitaron diseñando los pasos que los llevarían hacia un futuro compartido. Decidieron vivir en San Sebastián, en una pequeña casa en la afueras o en un apartamento en la zona céntrica, en realidad no importaba, lo fundamental era estar juntos. Comenzaban a disfrutarlo jugando placenteramente con las ideas, cuando sonó el teléfono. Josephine levantó el tubo.
-Aló... sí, aquí está... un momento. Es para ti.
El policía tomó el tubo decididamente.
-Sí, soy Eizagirre, ¿qué sucede?
La notificación fue tan concreta, como la reacción de Eizagirre.
-Voy para allá. - Dijo Patxi para dar por terminada la comunicación. Luego comenzó a vestirse apresuradamente.
-Debo irme. -Agregó como única explicación.
Mientras se levantaba de la cama, ella preguntó:
-¿Es algo grave?
-No lo sé, tal vez estemos llegando al corazón de la madeja. - Josephine lo abrazó atemorizada y él continuó. -Quiero pedirte que no te preocupes, acaso sea sólo rutina. Te llamaré en cuanto regrese al hotel.
Poco después, exactamente a las once y cincuenta de la noche, el Inspector Lancleau lo recibió justificándose.
-Lamento haberlo molestado Eizagirre, estando usted en buena compañía, pero... - La respuesta no se hizo esperar.
-No es necesario que se excuse. He venido a París a cumplir una misión y de eso se trata. - Admitió secamente, después preguntó: -¿Qué ha pasado?
-Sorprendimos una entrevista en un bar entre Stefandrel y ese Barrenechea. Todo fue muy breve. Apenas llegó su compatriota...
-...¿Mi compatriota? Reaccionó el vasco como si le hubieran dicho que un reptil venenoso podía ser su compatriota.
-Está bien, excúseme... llamémosle como usted quiera. Lo cierto es que a poco de encontrarse, los dos ganaron apresuradamente la calle. Quienes los vigilaban pudieron observar que Baptiste le entregaba algo, parece ser que se trataba de un pequeño envoltorio. Se separaron en los Campos Elíseos y Barrenechea tomó el metro para ir a su casa. Allí está ahora. En cambio, Stefandrel se dirigió al Julio Verne. Lo extraño es que el restaurante, según hemos sabido, esta noche no funciona debido a un problema sindical. ¿Qué fue a hacer allí a estas horas? No pretenderá romper una huelga con el mérito de trabajar en la atención de fantasmas... -Terminó diciendo Lancleau con un inesperado destello de humor.
-¿No habría que averiguarlo? Preguntó el vasco. -Tengo gente en el lugar. - Respondió el Inspector.
-Guardo la mejor opinión de ellos... pero me refería a nosotros.
Lancleau era un hombre de decisiones rápidas y no necesitó ningún otro estímulo.
-Tiene razón. ¡Vamos! -Dispuso sin titubear, pero en el momento de salir se detuvo, como si súbitamente se le hubiera ocurrido algo. Entonces llamó al asistente que estaba de turno esa noche y emitió sus órdenes de manera precisa.
-Escuche Bertaud, localice con urgencia al propietario del Julio Verne, y averigüe si hay algún miembro de su personal autorizado para permanecer de noche en el lugar. Si la respuesta es negativa, dígale que se dirija allí inmediatamente llevando las llaves del local, pero que no entre. Conviene que se acerque a uno de los patrulleros y pregunte por mí, le estaré esperan-do. Y usted, una vez que concrete el contacto, hágamelo saber a mi coche. - Después abandonó aceleradamente la oficina seguido de Eizagirre. Cuando los dos llegaron a las cercanías de la Torre, encontraron a un discreto número de policías vestidos de civil, y un poco más lejos, a un pequeño grupo de gendarmes fuertemente armados. El que parecía dirigirlos se acercó al Inspector para informarle que la única novedad consistía en que el dueño del Julio Verne se encaminaba hacia allí.
-Bien. ¿No han observado llegar a otras personas, luces o algún movimiento en el interior? - Preguntó Lancleau.
El policía respondió prontamente.
-No,nadie. Adentro permanece sólo el sospechoso. En algún momento me pareció ver el haz de una linterna pero no podría asegurarlo, tal vez se trató de un reflejo, es posible...
La conversación fue interrumpida por el aviso de la llegada de Mr. Pierre Delevraux, ya presente en uno de los patrulleros.
-Bien... vamos a ver qué puede decirnos este buen hombre. - Comentó Lancleau dirigiéndose a Eizagirre, mientras lo tomaba de un brazo para que lo acompañara. Al encontrarlo, tendió la mano al recién llegado. Tenía aproximadamente sesenta años, era canoso, de baja estatura y estaba correctamente vestido.
-Monsieur Delevraux, soy el Inspector Lancleau y conmigo -dijo señalando a Patxi- el sargento Eizagirre de la Policía Española. Le agradezco que haya venido y su celeridad para hacerlo. Sé que le causo una incomodidad, pero créame, tengo motivos para actuar de esta manera.
-Lo comprendo Inspector. Y aprecio que se hayan movido con tanta rapidez ante la presencia de un ladrón...
-... ¿un ladrón? - Dijo dubitativo Lancleau. - ¿Quién le ha dicho que se trata de un ladrón?
-Nadie. Simplemente lo he supuesto, pero si no es así ...-Insistió tímidamente Delevreaux buscando una respuesta.
-Ojalá lo supiera, pero no importa, le prometo averiguarlo muy pronto. Para comenzar a hacerlo, necesito las llaves del restaurante. ¿Las trae consigo? El hombre no dijo una sola palabra, y sin dudarlo extendió lo que le requerían, indicando a cuál correspondía a la puerta principal. Recién después aclaró:
-Las restantes pertenecen a las oficinas y los depósitos. Lancleau las tomó y formuló una recomendación.
-Y ahora, le sugiero que espere en uno de los autos. Me desagradaría atemorizarlo, pero no sabemos qué nos espera. Delevreaux siguió su indicación y él se dirigió hacia la Torre seguido por Eizagirre y tres gendarmes uniformados.

Ya en su apartamento, Iñaki escondió el envoltorio que Manuel iría a buscar por la mañana. Después, volvió a la calle listo para salir, y descubrió un automóvil con dos pasajeros estacionado frente al edificio. Pese a que el vehículo no tenía ninguna identificación, sospechó que pertenecía a la policía. Preventivamente volvió al ascensor y regresó arriba. Llamaría a Madelaine y postergaría la cita. “Pero... ¿y si su teléfono estaba intervenido?” -pensó- “Localizarían a Madelaine y ella quedaría comprometida. Si eso sucedía, ¿cómo iba a justificar su relación con él?” Dejó pasar algunos minutos, y desde la ventana que daba a la calle comprobó que el auto seguía allí. Decidió que lo mejor era esperar, encendió un cigarrillo y se sentó en uno de los sillones del salón.


En tanto, a Madelaine la intranquilizaba que Iñaki no llegara. Poco a poco comenzó a llenarla una opresiva sensación de angustia. ¿Le habría pasado algo? ¿Estaría en manos de la policía? No, claro que no. El era demasiado astuto, además, según le había dicho, “no estaba identificado por las autoridades francesas”. Pero eso, ¿cómo saberlo? Los gendarmes no hacían listas públicas con los nombres de todos los sospechosos. No era necesario caer en un desborde de inteligencia, para aceptar que resultaba imposible saber si alguien estaba o no fichado por la policía. Se reprochó no haber pedido a su amante un número de teléfono o una dirección donde ubicarlo. Después pensó que él no le hubiera dado esa información para no vincularla con sus actividades y evitarle contratiempos. Estaba segura que esa hubiera sido la actitud de Iñaki...

Ocupados con su misión, Lancleau, Eizagirre y los tres hombres que los acompañaban, abrieron la puerta del restaurante Julio Verne y entraron evitando producir ruidos y encender las luces. Se separaron en dos grupos, y comenzaron a desplegar un lento pero cuidadoso reconocimiento guiados por sus linternas. El salón no ofrecía especiales sorpresas. Las sillas estaban colocadas de revés sobre las mesas, respondiendo a una disposición que parece habitual en esos lugares cuando dejan de atender a los parroquianos. Eizagirre y dos gendarmes se dirigieron a las oficinas, mientras Lancleau con otro gendarme se encaminó hacia los depósitos. Dieron con un pequeño corredor al final del que había una puerta que dejaba filtrar un delator rayo de luz. El Inspector señaló esa circunstancia a su acompañante, y con otro gesto le indicó que estuviera preparado para entrar en acción. Cuando llegaron a la puerta, Lancleau la abrió con violencia y se introdujo pistola en mano, mientras el gendarme lo seguía con su arma preparada. Allí sorprendieron a un hombre de cara angulosa manipulando unas cajas prolijamente estibadas. El Inspector advirtió el contenido de aquellos bultos, y enfrentó al supuesto desconocido fríamente diciéndole con voz muy calma:
-Monsieur Baptiste Stefandrel, me complace presentarme. Soy el Inspector Julien Lancleau de la Sureté. Lamento interrumpirlo en medio de sus importantes obligaciones, pero tengo una pregunta que tal vez le resulte un tanto indiscreta. ¿No le parece que este es un sitio demasiado elegante y la hora poco aconsejable para estar jugando con explosivos?
Absolutamente recuperado, el hombre lo miró con despectiva frialdad.
-Es probable, pero el juego puede terminar si sólo disparo sobre estos pequeños dulces.
-Monsieur Stefandrel, -dijo el policía manteniendo una inexplicable calma -se burla usted de mi inteligencia. En primer lugar, no tiene usted un arma a la vista para hacerlo. Luego, y es algo que los dos sabemos, que para que este tipo de material explote se requiere algo más que un simple disparo. Se precisa un detonador especial, y no lo veo en sus manos.
Atraídos por las voces, irrumpieron Eizagirre y los dos gendarmes que le acompañaban. Lancleau les ordenó que esposaran a Stefandrel, y que se reclamara urgentemente la presencia de los especialistas en explosivos. Cuando se llevaron al prisionero, el Inspector se dirigió Eizagirre contemplando las cajas que habían quedado abiertas.
-¿Qué le parece este regalo? Bellísimo, ¿verdad?
Pasmado, sin poder quitar la vista de los explosivos, el español comentó:
-Suficiente para convertir a la Torre Eiffel en un hermoso recuerdo.
-Lo que no entiendo, - se preguntó el Inspector - es qué hacía este hombre aquí. Suele decirse que el asesino siempre regresa al lugar del crimen... pero nunca antes de cometerlo.
-Es cierto, no parece tener sentido.
-Pero tendremos que encontrárselo. -Subrayó Lancleau. - Cruzaron rápidamente el salón del restaurante, ahora iluminado a pleno y el Inspector hizo un nuevo comentario. -No creo que pueda agregar nada de interés, pero comenzaremos hablando con Monsieur Delevreaux. Después de todo, es el dueño de este lugar. ¿Cómo permitió, por descuido o distracción, que se convirtiera en una Santa Bárbara?

martes, 21 de agosto de 2007

Capítulo 30

30

La reincorporación de Romualdo fue apenas una ilusión. Pasados pocos días, los dirigentes gremiales de la fábrica declararon una huelga que dentro de las circunstancias resultaba totalmente inoportuna. Pero su afán por mantener incomprensibles privilegios, su falta de capacidad, sus compromisos con políticos oscuros o diversas razones de conveniencia que se mantenían en la penumbra -y también la mezcla de todo eso- les hizo cometer el error de no sopesar debidamente la crisis que profundizaban, creada también por la nueva modalidad de trabajo que se acababa de programar en la misma planta. Se trató de una medida inexplicable y exagerada. Ni siquiera les sirvió la experiencia de haber cometido errores similares a lo largo de los tiempos, tal vez, porque codicia, ignorancia y avaricia no son precisamente virtudes que estimulen la buena memoria. Tampoco tuvieron a la vista la desastrosa situación económica generalizada que tenía a la desocupación y a los bajos salarios como fuerzas centrales que motorizaban la frustración, el desencanto y la más absoluta carencia de futuro. Pero ellos no eran los únicos responsables, también lo fueron los obreros que apoyaron la medida con el mismo entusiasmo con que atiborraban una cancha de fútbol. Todo acababa siendo lo mismo: el trabajo, el deporte (o un supuesto deporte). Era algo asumido sin seriedad, igual que un pasatiempo que se aborda a la ligera para después pasar al siguiente, el que por supuesto será tratado con idéntica desaprensión.
La empresa respondió con presteza, lanzando un plan de suspensiones que por razones curiosas no demasiado bien explicadas -la más probable podía leerse como una torpe represalia- alcanzó primero a los operarios recién reincorporados. Y Romualdo, que junto a María se estaba animando a enhebrar sus primeros proyectos para el futuro, sintió que esos proyectos no tenían demasiado sentido, o peor aún, que era tonto planteárselos sin contar con los medios que permitieran darles la forma real parecida a sus esperanzas. Sin demasiada sorpresa, comprendía que el mundo no era bueno y mucho menos amistoso, y que los poderosos, cumplían su rol de habitantes de otra galaxia aunque vivieran a unas pocas cuadras, alejados con desinterés de las penurias de la mayoría. Lo peor era que para esa mayoría no se presentía la menor perspectiva a favor, ya que también en este caso, las preguntas eran mucho más nu-merosas que las respuestas. Si bien gran cantidad de dirigentes -políticos, empresarios y sindicalistas - resultaban los principales responsables de la situación, la gente también tenía alguna culpa. Por haber seguido a falsos ídolos, por haberlos sostenido con su fanatismo o con su temerosa obsecuencia, también con su cobardía. Y por haber elegido casi siempre mal -acaso porque no se disponía de nadie mejor a quien elegir- y posiblemente, también hay que aceptarlo, porque permanentemente debió enfrentar opciones incompletas o falsas, lo que probablemente haya sido parte del juego. Tampoco debe descontarse -¿por qué no?- la presencia de un poder exterior que influía sobre todo lo que debía hacerse y al que había que someterse sin siquiera la opción de un remoto sueño de libertad. En ese clima pesado y hostil, todos continuaban engañándose al soñar con una ayuda que nadie estaba dispuesto a acercar. Entonces, acababan diciéndose que ya no habría transformaciones ni movimientos sociales, como aquellos de los que únicamente quedaba el recuerdo en medio de una leyenda lejana, brumosa y hasta cierto punto improbable. La actualidad sólo les entregaba el concepto de un mundo fantasmagórico unido por formidables cadenas de computadores frías. Era como si una larga historia cargada de frustraciones, de falta de previsión, de confrontaciones inútiles, de inoperancia, de estúpida vanidad en algunos y de ridícula soberbia en otros se aprestara para llegar a su fin. Un fin que todavía no estaba cercano, pero cuya presencia podía palparse en la angustia de una dolorosa y prolongada agonía.

lunes, 20 de agosto de 2007

Capítulo 29

29

Iñaki ignoraba si el camarero llamado Baptiste estaba plegado a la causa por razones ideológicas, o si mediaba alguna clase de pago, pero evitó preguntar. No fue necesario porque Manuel acabó contándole que el camarero recibiría ciento cincuenta mil dólares. De ese dinero ya le había anticipado la cuarta parte, y el resto se le entregaría una vez cumplida la misión... “siempre y cuando no se encuentre forma de evitarlo”. A Iñaki las instrucciones le sonaron más siniestras que precisas, pero no quiso agregarse esa preocupación. Cuando llegaron a la Torre con la naturalidad de dos turistas tomaron el ascensor, y accedieron al restaurante. El camarero que conocía perfectamente a Manuel, se acercó a la mesa después que el maitre les entregara el menú. Hablando en voz muy baja, les informó que la conversación sobre el tema previsto, se realizaría simulando comentarios cuando se presentaran y retiraran los platos. Por eso, una fuente de ostras, dos solomillos “au pauvre” y dos peras glaseadas, fueron suficientes para ocultar el acuerdo a que llegaron: los explosivos serían entregados por un proveedor escondidos en cajas de vino. Los colocaría allí un infiel operario de la empresa (el despachador ya mencionado por Manuel), y el mismo camarero se encargaría de esconderlas en un un falso estante de los depósitos. El día del atentado, Manuel, que era el experto en demoliciones, se introduciría (con el apoyo de Baptiste) y en muy poco tiempo conectaría el detonador que traería armado. Producida la explosión y debido a la altura en que se encontraba el Julio Verne, su efecto haría que la Torre fuera cortada prácticamente en dos como si la cercenara un cuchillo gigantesco. Una de sus partes de derrumbaría arrastrando todo lo que tenía debajo, y la otra, volaría por los aires.
-Todo parece muy sencillo. -Comentó Iñaki mientras después del almuerzo caminaban por los jardines cercanos.
-En realidad lo es, aunque hay una gran distancia entre un plan y su ejecución. - confirmó Manuel -Estaré mucho más tranquilo recién cuando escuche el ruido de las explosiones.
-¿Dices “las explosiones”? - Preguntó Iñaki.
-Porque hay una segunda. Debemos estallar un coche bomba en la tumba de Napoleón. No es un objetivo importante como la Torre, pero incrementará el impacto sobre la gente.
La inesperada revelación hizo que Iñaki se sintiera apesadumbrado, como para que ni siquiera tuviera deseos de manifestar las falencias que le encontraba al plan. (“¿Por qué no le habían prevenido sobre la segunda parte?” Pensó.)
-¿Qué te parece? - Inquirió Manuel. Pero él apenas lo escuchaba. Súbitamente, alejándose de aquella trama de violenta y destructiva. Como otras veces, acababa de recordar a Madelaine...


Madelaine y Josephine desarrollaron con apresuramiento sus proyectos para Madrid, y transcurridos los dos días previstos partieron hacia París. Esas cuarenta y ocho horas les parecieron interminables, pendientes del momento que volvería a reunirlas con los hombres que amaban. Por eso no disfrutaron a pleno la cariñosa hospitalidad de Dolores. Su anfitriona las despidió en una reunión íntima con unos pocos invitados, dispuestos a una conversación mundana plagada de los que escuchó como aburridos comentarios. A la mañana siguiente las llevaron al aeropuerto.
-Estaremos aquí para la exhibición, dispuestas a compartir el éxito con ustedes. - Se comprometió Madelaine sin esconder ante el marido de Dolores un aire definitivamente cómplice.
-¿Verdad que si? - Dijo él. -¿ No es acaso un crimen mantener la belleza escondida como si estuviera sepultada? - ¿Tú lo harías? - Insistió con desenfado.
Ella sólo contestó con un gesto elocuente, y por un segundo pensó que en otras circunstancias no le hubiera disgustado descubrir su belleza ante aquel hombre. Pero no era momento para pensar en una aventura. Gonzalo continuó.
-Será una verdadera alegría tenerlas aquí. Nuestra casa es vuestra casa.
Después se saludaron afectuosamente y las dos amigas se dirigieron a embarcar.


En París, Iñaki se prometía llamar a Madelaine esa misma noche. Antes, hablaría al comando San Sebastián. Así lo hizo, y remedando una conversación comercial, comunicó todo lo relacionado con el atentado, agregando que el coche bomba también estaba prácticamente listo. Tiempo atrás, evidenciar su eficacia operativa podría haberle deparado una gran satisfacción, pero en ese momento (su primera misión importante), la tarea concretada le dejaba un gran disgusto. Pensó qué sentido tenía dinamitar la Torre Eiffel, arrebatar a la ciudad tan bella que estaba descubriendo uno de sus grandiosos ornamentos, algo que podía considerarse un patrimonio universal. Y como si ese daño no fuera en sí mismo tremendo, además destruir la tumba de Napoleón. Todo aquello tenía algo irracional, como en otras acciones de ETA. Entonces recordó una frase que alguna vez había leído a sus alumnos: “Es imposible construir un edificio con los cimientos en el fango”.


Cuando Lucille le dijo que “Monsieur Iñaki” estaba del otro lado de la línea, Madelaine acudió alborozada al teléfono. Comenzó diciendo que desde ese momento le esperaba en su casa. El se emocionó al escuchar la voz querida y aseguró que estaría allí tan pronto se liberara del encuentro que debía mantener con “una persona”. Sospechando que se trataría de algo relacionado con su actividad, ella no preguntó nada. Sólo insistió con palabras breves cargadas de ansiedad en que llegara lo antes posible.
-Te necesito mucho Iñaki... por favor, no tardes.
-Yo también quiero verte Madelaine... y también te necesito. Estaré allí muy pronto.
Ella alcanzó a decir: - Por favor... - pero su amante ya había cortado la comunicación.


Llovía copiosamente cuando el Inspector Lancleau llegó a la Central de Policía, y a pesar de ser todavía hora temprana se hizo necesario encender las luces de su oficina. Sobre el escritorio, como es costumbre de esos objetos, un dossier esperaba pacientemente. En su interior, guardaba el detalle de la información anticipada a Lancleau. En la tapa se leía “Baptiste Stefandrel”, quien no era otro que el camarero que había servido a Iñaki y a Manuel en el Julio Verne. El Inspector abrió la carpeta y miró detenidamente la fotografía que mostraba el rostro de Baptiste. Era un hombre de cabello oscuro y cara de corte anguloso, en la que resaltaba la exagerada frialdad de los ojos pequeños y huidizos. A priori el policía determinó que era la imagen que le correspondía. Después, se la extendió a Eizagirre y comenzó a leer el informe. Se trataba de una información escueta que él abreviaba con la avidez de su lectura, como si con los ojos quisiera despegar las letras del papel. Cumplido su cometido, comenzó a referir lo que acababa de saber.
-Pues bien Patxi, aquí tenemos a un pájaro de la vieja escuela. Lo digo, porque es un antiguo conocido llamado Baptiste Stefandrel. Esto tal vez no le diga demasiado, pero lo que le resultará realmente ilustrativo son sus antecedentes. Verá usted... Siendo muy joven, casi un adolescente, formó parte de los grupos de la OAS, y se creyó que llegó a participar en los preparativos para uno de los atentados contra el General De Gaulle. Nunca se reunieron pruebas concluyentes para demostrarlo. Lo que no pudo evitar es que se probara su asociación con el grupo. -A pesar de la impaciencia de Eizagirre, el Inspector se detuvo para beber un sorbo de agua. -Y bien, digamos que ese desliz, le hizo pasar dos años en prisión, y aunque la condena era mayor, logró salir anticipadamente debido a su buena conducta. Desde entonces, adoptó la no demasiado prestigiosa tarea de mercenario, y estuvo en cuanto conflicto le fue posible a lo largo y a lo ancho del mundo. Sabemos positivamente que trabajó para los iraníes, para Hussein, que estuvo con los “Contra” en Centroamérica, y hasta en la revuelta que precipitó el derrumbe de Gorbachov. ¡Una colección de hazañas! Posiblemente también participó en muchos otros acontecimientos deleznables de los que ahora, o por ahora -se corrigió- no tenemos referencias. La inactividad es difícil en un oficio que aunque riesgoso está muy bien compensado. En la actualidad, parece ser que nuestro héroe presta sus servicios a ETA. Los años han pasado, pero él no evidencia haber perdido los buenos hábitos de su profesión. Es un hombre frío, de pocas palabras y con un avanzado componente psicótico, así lo diagnosticaron por entonces los psicólogos de la prisión. Son cosas querido amigo que no se curan con el tiempo o por generación espontánea.
Eizagirre que había seguido atentamente el relato, quiso profundizar los aspectos que más le interesaban.
-Hoy al mediodía, - Continuó Lancleau. -Stefandrel, que para ocultar sus actuales actividades en París ha conseguido, ignoro con qué artificio, trabajo de camarero en el restaurante Julio Verne. Hoy al mediodía, le decía, sirvió con mucha deferencia, bueno, admito que esto último no es en sí mismo sospechoso, ¿o si? a dos parroquianos aparentemente españoles. ¡Aquí está lo interesante! Porque la descripción de uno de ellos se corresponde exactamente con la de el hotelero de Lyon... Miguel Barrenechea o como se llame, el hombre de ETA que vino desde España.
Eizagirre no pudo evitar sobresaltarse, y trató de disimularlo distrayendo a su interlocutor con un elogio.
-No puede negarse que su gente está realizando un extraordinario trabajo.
Los ojos de Lancleau no fueron capaces de controlar un fugaz destello de vanidad.
-Y ahora, ya que está visto que usted tiene todas las piezas, ¿cuál es el próximo movimiento?
-Mi querido Eizagirre... -respondió mientras la pipa casi se le caía de las manos cuando abrió los brazos en un gesto ampuloso extraño en él -... me pregunta lo que ya sabe.
-... seguir a Baptiste Stefandrel hasta el infierno si fuera necesario, y conseguir que nos guíe a la gente de ETA. ¿No es así?
-Exacto, y ya nos estamos ocupando de eso. Pero ahora le aconsejo descansar. No creo que ocurra nada espectacular esta noche.
Lancleau no podía prever que se estaba equivocando, al no presumir la velocidad que impulsaría los acontecimientos.
-De acuerdo Inspector, estaré en mi hotel. Le ruego me avise cualquier novedad. Estaré atento.
-Así lo haré.
Eizagirre salió del despacho. Lancleau, visiblemente satisfecho, se arrellanó en su sillón y encendió con habilidad la pipa que todavía mantenía apagada.
En otro lugar de París, antes de tomar rumbo hacia el piso de Madelaine, Iñaki debía encontrarse con Baptiste, tal como se lo había encomendado Manuel. El camarero le entregaría la pieza que faltaba (le resultaba inexplicable que Manuel no la encontrara entre los elementos de su equipo) para terminar de armar el detonador que haría estallar al Julio Verne. Se había decidido que Iñaki fuera el encargado de recogerla, seguros de que su presencia pasaría inadvertida. Cometiendo un nuevo error, ignoraban que Baptiste estaba estrechamente vigilado, y que por lo tanto, todos sus movimientos y contactos quedaban registrados. La cita estaba prevista en un lugar relativamente cercano al apartamento adonde se hospedaba el etarra: un bar llamado “La Belle Ferronière”, ubicado en la esquina donde la calle Pierre Charron se cruza con François 1er., apenas a una cuadra de los los Campos Elíseos. -No puedes equivocarte. El bar está en diagonal con el hotel Chateau Frontenac, lo verás en seguida.
Iñaki hizo el trayecto caminando sin demasiada prisa, ya que por razones no analizadas, consideraba que demostrar apuro podía ponerlo en evidencia. La precaución era bastante tonta, ya que debería haber pensado que no todas las personas que caminaban apuradas por París planeaban dinamitar la Torre Eiffel y volar la tumba de Napoleón. Pero su actitud explica el estado de inseguridad y hasta de temor que dominaba su ánimo. Y todo ello por una única causa: las reflexiones que le despertaba su tarea comenzaban acentuar la crisis que venía arrastrando. Era inevitable que se sintiera desorientado.
En tanto, en su hotel Eizagirre pensó si Josephine habría regresado a París. Una respuesta le surgió de inmediato. “Bueno, hay una única forma de saberlo”. Después tomó el teléfono y recurrió a su agenda en busca del número. En el otro lado de la línea la campanilla sonó apenas dos veces y su sonido se enlazó con la deseada voz de Josephine.
-Aló.
-Josephine, soy yo, Patxi.
-Querido... ¡tantos días!
-Demasiados... ¿no es cierto?
-Tantos... -repitió ella- necesitaríamos siglos para contarnos todo lo que hemos hecho, y más aún, para compensarnos por la separación.
-Todo va a estar bien Josephine, ya verás, no debes preocuparte. -¿Cuándo nos veremos?
-¡Esta misma noche! - Afirmó Eizagirre con seguridad. ¿Puedo ir a tu casa?
-¿Y me lo preguntas? Ven por Dios, y que sea pronto.
-Ya estoy en camino...
El policía colgó el aparato y llamó a la oficina de Lancleau para comunicar al asistente del Inspector que partía a visitar a una amiga, y por si le necesitaban con urgencia, dejó el teléfono de Josephine. Después tomó su impermeable, apagó las luces y salió de la habitación.

domingo, 19 de agosto de 2007

Capítulo 28

28

A la mañana siguiente, María abrió los ojos primero. Trató de despertar a Romualdo susurrándole palabras al oído. Aunque resultaba difícil determinar si los sonidos que emitía eran en realidad palabras, o si se trataba de un delicioso murmullo surgido de su interior, similar al ronroneo de un gato complacido por el descanso. Evocó todos lo sucedido la noche anterior. Pensó que su actitud de iniciativa había rozado el atrevimiento, pero eso no la avergonzaba ni preocupaba. Había sido su primera experiencia sexual, practicada con el hombre que amaba, y se habían unido con ternura. Por fin, los párpados del muchacho se separaron, y sus ojos sintieron la dulzura de descubrirla. Entonces la miró tiernamente y la besó con suave intensidad. Después del beso, ella le habló con fingida seriedad.
-¿Pero es que pensás dormir todo el día? ¿No querrías levantarte, desayunar, dar un paseo?
El volvió a besarla.
-Es tan hermoso estar aquí con vos... me siento tan seguro y abrigado... ¿Creés que voy a preferir otras cosas a tenerte tan cerca?
-Pues tendrás que preferirlo... porque yo no voy a prestar mi ayuda para convertirte en un haragán. -Dijo María bromeando mientras saltaba de la cama, para luego comenzar a cubrir su maravillosa desnudez.
De mala gana, Romualdo decidió vestirse y María se ofreció para prepararle el desayuno.
-Nunca tomo nada por las mañanas, cuando lo hago, es en lo de La Vieja. - Respondió.
-Entonces... ¡a lo de La Vieja! - Dijo ella.
En la casilla fueron recibidos como para una celebración. Lo evidenciaba el inusual desayuno dispuesto sobre la mesa. Allí estaban el pan, la manteca, un frasco de mermelada, un gran pedazo de queso...y desde el brasero, llegaba el familiar aroma del mate cocido mezclado con el de la leche recién hervida.
-Creí que iban a dormir todo el día. - Fueron sus palabras de bienvenida.
-Romualdo tenía ese proyecto. - Respondió María.
Mientras la anciana les servía, tuvo una pregunta para la muchacha, formulada en el tono socarrón que le era habitual.
-¿Y vos hoy no trabajás? ¿O es que han cerrado los hospitales y no me avisaron?
La respuesta llegó eludiendo como si no le diera importancia a la cuestión, mientras acercaba a su boca una gran rebanada de pan generosamente cubierta de manteca y mermelada.
-Es que pedí permiso... hoy para mí es feriado.
La Vieja continuó la conversación manteniendo el mismo tono.
-Por falta de previsión no te van a acusar, pero decime, si podés, claro ¿estás festejando algo que yo ignoro?
La muchacha dejó la taza que estaba a punto de acercar a sus labios.
-¡El regreso de Romualdo! ¿Le parece poco?
La Vieja se sentó en la mesa junto a ellos.
-No me parece poco. ¿Pero hay otra cosa?
María tomó un sorbo de su mate cocido con leche, recién después respondió sonriendo con intención.
-Puede que la haya, pero preferiría hablarla con usted a solas.
La anciana se incorporó para ir a buscar algo que ni ella misma sabía qué era.
-Es lo que me faltaba escuchar. Cuando una mujer quiere hablar con otra a solas, inevitablemente, es porque nada bueno se trae entre manos. Ya me parecía que eras una pícara. - Comentó poniéndole una pizca de afecto y otra de comprensión al tono que tanto le costaba abandonar. -Pero ahora les voy a contar que hay algo más para festejar, algo que no saben. ¿O creen que todo este banquete -dijo señalando la mesa- es porque son lindos?
La pareja se miró desconcertada, y al cabo de un instante, María fue la primera en reaccionar.
-¿Es algo bueno? - Preguntó con la voz en un hilo yendo y viniendo velozmente desde la esperanza al desencanto.
-¡Qué pregunta! ¿Desde cuando se festejan las desgracias? Aunque para un haragán tal vez no sea una gran noticia.
-Vamos Vieja, ¿es que nos va a tener todo el día sin decirnos de qué se trata? - Reaccionó Romualdo.
-Está bien. -Concedió la anciana. - Más temprano estuvo Ramón, quería avisarte que en la fábrica reincorporan a diez de los operarios despedidos, y aunque parezca mentira, vos y él están entre los elegidos. Dicen que los seleccionaron por sus antecedentes, pero yo no lo creo. - Para terminar con palabras envueltas en una carcajada que parecía un graznido. - ¿Cómo voy a creer que son trabajadores eficientes?
El muchacho pegó un formidable puñetazo sobre la mesa, y las tazas parecieron querer volar como pájaros que acaban de escuchar un disparo. Después se puso de pie, abrazó a María y atrajo hacia ellos a La Vieja para que compartiera el contacto. Pasado un momento, preguntó:
-Y ... ¿por qué no nos despertó?
-No quise parecer una entrometida curioseando la vida ajena. -Aseguró la mujer mientras mostraba un rostro compungido. -Lo que pasa... es que tal vez... los envidio, y más ahora, que de nuevo tenés trabajo.
María, volvió a sentarse y apoyó la taza sobre la mesa. -¿Envidiarnos? ¿A nosotros? - Dijo. -No me apures, - dijo la anciana sentándose también ella -no me apures...- repitió con voz cansada -...porque me vas a obligar a confesarme... y es algo que no me gusta hacer.
Romualdo y María fueron respetuosos del silencio que siguió a su comentario, y no preguntaron nada. La Vieja les agradeció en sus pensamientos, después que ellos se marcharan a realizar la anunciada caminata. Un paseo que aunque no lo advirtieran, tenía innumerables significados, porque en realidad, era el símbolo de que unidos estaban saliendo solos al mundo. En ese momento la anciana los detuvo.
-Quiero decirles algo. Tal vez los sorprenda, o no lo entiendan ahora, pero traten de fijarlo en algún rincón de la cabeza. Cuando tengan mis años, o tal vez más, si lo recuerdan, es probable que pueda servirles... Con el tiempo, los sentimientos se ajan, se arrugan como la piel de la cara. A la vez, pierden su sabor dulce y familiar para convertirse en una pasta ácida. Entonces dejamos de destinarlos a quienes queríamos (ellos mismos, hasta nos parecen marionetas torpes y desconocidas) o se los damos en ese estado, desgastados y llenos del mal gusto de nuestra propia amargura. No digo que esto les ocurra a todos, pero sí a muchos. ¿Por qué? No lo sé. Es probable que sea a causa de nuestras frustraciones, de que la vida no nos haya dado todos los premios que esperábamos o que creíamos merecer. Ojalá no les pase, pero recuérdenlo, puede servirles para evitar una sensación desgraciada... y evitársela a quienes los quieren...
María y Romualdo se miraron extrañados y prometieron conservar aquellas palabras como si se tratara del más magnífico de los regalos... Lo era aunque en ese momento no lo advirtieran. Pero al cabo de pocos minutos no recordaban nada de lo escuchado. Recién lo rescatarían de la memoria muchos años después. La Vieja tenía la seguridad de que se querían bien, y eso le deparaba una gran tranquilidad. “Estos no andan con macanas”, pensó. “En cuanto a todo lo demás -siguió reflexionando- se van a arreglar, claro que para los pobres hasta lo imprescindible es un lujo, pero siento que... ¡claro que van a salir adelante!” Se dijo esperando que la afirmación fuera algo más que la expresión de deseos. Luego por un instante sintió lástima de sí misma, volviendo a comprobar que la vida la había tirado en ese lugar, como si fuese un madero podrido arrojado por el mar sobre la costa. El mar... nunca había visto el mar, solamente, lo había conocido en fotografías, pero se imaginaba que no debía ser lo mismo. Pero era tarde para quejas. Ahora su obligación, era acompañar a esos muchachos, inducirles a la confianza, apuntalar su felicidad hasta donde pudiera hacerlo. Además, estaba su querido Josecito. Iba a tener mucho trabajo, pero esa vez, tampoco le importaba.

sábado, 18 de agosto de 2007

Capítulo 27

27

Ya en París, Iñaki se hospedó en el pequeño apartamento asignado sobre la Rue des Acacias, cerca del Arco de Triunfo y de los Campos Elíseos. Pensó que el vecindario populoso facilitaría su obsesivo propósito de pasar inadvertido, algo más difícil de lograr en los suburbios. No quería arriesgarse a recorrer largas distancias, y hasta por razones estratégicas (consideró intuitivamente) aunque no fuera el ejecutor de la demolición, le convenía ubicarse en las inmediaciones del objetivo. Con Manuel, su compañero parisino, debían tomar contacto con un camarero del restaurante Julio Verne, ubicado precisamente en la Torre Eiffel. Su primera batalla se iniciaba.


En el piso de la calle Goya había llegado para Madelaine el momento esperado: contemplar el desnudo de Dolores. La ocasión era para ella tan memorable como tal vez no lo había sido la presentación de cualquier cuadro que el tiempo, la gloria o la fama de su autor hubieran terminado por hacer famoso. (Velázquez, Picasso, Modigliani, Miró, Leonardo, Vincent van Gogh, Miguel Angel, Matisse, Rembrandt, Degas, Utrillo y todos sus pares, se sentirían especialmente inquietos en sus bien ganados Paraísos.) Su amiga la condujo hasta el vestidor de su dormitorio, un lugar de dimensiones mayores a las habituales para esa clase de dependencia. Cada una de las dos paredes laterales estaba ocupada por un amplio placard, pero la trasera se veía recubierta por una boisserie sobre la que no se apoyaba mueble alguno.
-No puedo creer que me hayas traído hasta aquí para mostrarme un vestidor. - Comentó Madelaine.
-Oh, no te impacientes. Aunque no lo creas, estás a poco más de dos metros de una obra de arte. - Respondió Josephine, abriendo una de las puertas del placard para introducir su mano. Actitud tan misteriosa, no tenía otro objeto que poner en movimiento el mecanismo que haría correr silenciosamente la boisserie.
(Madelaine se sintió transportada a un siniestro castillo copiado de películas y novelas de terror. Allí la invitaban a vivir una trama tenebrosa llena de peligros creados por seres temibles y monstruosos. Entonces una pregunta se dibujó en su cerebro. “¿Qué mundos recorrería su mente, cuando los comprensibles recaudos para mantener en reserva el desnudo de una mujer, le creaba tales imágenes y sensaciones?”)
Cuando el revestimiento completó su lento movimiento, dejó al descubierto un lienzo que tenía aproximadamente dos metros de ancho por un metro de alto. Dolores se acercó con seguridad y mirando a su amiga, le preguntó:
-¿Estás lista?
-Lista y anhelante. - Dijo después de superar sus tétricas visiones- y te diré que observo tus cualidades para crear un particular clima de suspense (13). Reconozco que la situación lo merece. - Admitió Madelaine. Entonces la dueña de casa descorrió el lienzo y encendió un spot cuyo haz dio de lleno sobre la imagen que quedaba visible. A pesar de su suavidad la luz permitía apreciar con nitidez toda la superficie del cuadro. Dolores no había exagerado al afirmar que Rafael era un gran pintor. La obra estaba planteada siguiendo los lineamientos de “La Maja Desnuda” pero con una diferencia fundamental: los encantos de la modelo superaban con holgura a los que se exhibían en aquel cuadro. Surgía como un destello que se trataba de una belleza más actual, que se correspondía con el atractivo de cualquier hermosa mujer de fines de este siglo. (Un crítico exigente hubiera podido opinar que se trataba de un trabajo excesivamente realista. Pero era obvio que esa técnica se había elegido para destacar mejor el expresivo rostro sonriente de Dolores.) Sus facciones, unidas al poderoso atractivo de sus formas, dejaba un fuerte impacto provocativo. En verdad, todo su cuerpo comunicaba una soberbia sensualidad, expresada en especial por sus senos grandes coronados con pezones enhiestos que parecían ligeros frutos parecían ligeros frutos sabrosos; por su cintura proporcionalmente pequeña si se la relacionaba con las caderas opulentas que Rafael había reproducido con fidelidad, y que sin embargo, no llegaban a provocar un inarmónico desborde; por sus largas y bellísimas piernas. Pero lo más asombroso resultaba la tonalidad de la piel cuyo tono aceitunado era un inexplicable símil del original. Podía creerse que el pincel hubiera recorrido la suave epidermis de la modelo, arrebatándole los sutiles tonos que luego quedarían en la tela. Aun para aquellos que no conocieran a Dolores, los matices conseguidos evidenciaban en su textura una naturalidad sobrecogedora. Realmente impresionada la visitante no se cansaba de contemplar la obra.
-Me parece espléndido, y te ves maravillosa. Ahora bien, a pesar de mostrarte apacible y en descanso, el cuadro resulta una vibrante exaltación del sexo, tiene una sensualidad exquisita. No negarás que esa sonrisa es francamente delatora.
-Ya sabes que si. - Recordó Dolores. Luego su amiga propuso un giro en la conversación.
-Lo que me resulta lamentable es que lo mantengas oculto. Es una pena que algo tan bello permanezca aquí como si se tratara de un objeto inservible escondido en un desván.
-Lo han visto algunos amigos y gustó mucho, especialmente a los hombres. Las mujeres se mostraron desconcertadas.
-Era de suponerse, pero no me refería a eso. - Interrumpió Madelaine. - Sabes que no.
-Claro, te entiendo, bueno, pocos días después de verlo, Ramiro Miranda, un amigo de Gonzalo, intentó, bueno... no era la primera vez que lo hacía. Durante unas vacaciones integrando un grupo, tuvimos un acercamiento pero no pasó de algunos besos y caricias furtivas ya que no hubo ocasión para otra cosa. De regreso en Madrid, compartimos una larga tarde de amor en su apartamento. Después supo disimular su entusiasmo, pero bastó que viera el cuadro para sacarlo de nuevo a la luz. Actuó con mucha delicadeza, pero no le dejé pasar de eso a pesar de que es un hombre agradable, atractivo y un excelente amante. Admito que me sentí más que dispuesta a ceder y no descarto hacerlo en el futuro, pero confieso que aunque a veces me resulta difícil contenerme... ahora, tengo miedo. La experiencia con Rafael fue muy intensa y aunque no te lo he dicho, difícil de superar, pero acaso tengas razón. Si te satisface la noticia, ahora hay una nueva perspectiva. Días pasados Rafael me pidió el cuadro para exhibirlo en su próxima muestra dentro de tres meses, y le prometí pensarlo. Pero cometí el error de comentárselo a Gonzalo que de inmediato dio su aprobación. Me sorprendió que lo tomara con tanto entusiasmo como si la creación le perteneciera.
Madelaine se mostró encantada.
-Admitamos que en cierto modo le pertenece, al menos la modelo, pero, ¡me parece magnífico! Tu marido es un hombre singular y... admirable. De todas maneras, te ruego no dejes de avisarme. Estoy dispuesta a volver a Madrid, aunque sólo sea para ver nuevamente este cuadro. Pero ten en cuenta, lo habrás considerado, que presentarlo al público bien puede despertar nuevas pasiones, eso es incontrolable... ya ves lo que pasó con tu amigo Ramiro. -Terminó diciendo Madelaine como si se tratara de una provocación.
-Es lo que me temo. Y estoy segura de algo... Ramiro va a volver a insistir. A los hombres no les resulta demasiado difícil fantasear con una mujer, mucho más, después de haber visto una pintura que la muestra desnuda. Es como si sólo por eso adquirieran algún derecho.- Comentó Dolores.
En aquellas palabras, su interlocutora pareció advertir un tono de resignación.
-Lo dices como si fuera un castigo que te mereces por ser hermosa, como si no tuvieras derecho a disfrutar de esa hermosura compartiéndola con un hombre. Piensa, si tu marido está de acuerdo es natural que no ignore a qué se expone. Por otra parte, si me permites un consejo y sabes lo que me cuesta darlos, deja que las cosas fluyan y no les pongas dificultades. Ya bastante difícil es todo sin que nosotros intervengamos para complicarlo más todavía. Pero si gozas con el sexo y todo el juego que se establece a su alrededor, ¿por qué privarte? Excúsame la dureza, no te estoy sugiriendo que saltes de cama en cama, pero no me parece aceptable que siendo aun joven eludas algo que le da un tono distinto a tu vida y te renueva permanentemente. Aunque más no fuera por eso, y no soy cruel sino realista, cuando seas una anciana será tarde. Hoy, por ejemplo, tienes a Ramiro que según me dices es apuesto, gentil y parece llenar tus apetencias. ¿Por qué no vuelves a acostarte con él? ¿A quién le causarías daño? Creo que sólo a ti misma, pero si no lo haces.
-No pienso contradecirte. - Afirmó Dolores.
- Entonces...
-Bueno, debes saber que mi relación íntima con Gonzalo siempre fue muy plena. Mis escapadas se debieron más al afán de aventura y novedad que a sentirme insatisfecha.
-Eso me parece muy saludable. - Sentenció Madelaine. -No hay nada peor que recurrir a otro hombre como resultado de la insatisfacción. Es frustrante y se lo goza mucho menos. ¡Es como forzarse a hacer el amor con una máquina!
Dolores insistió.
-A pesar de eso, me he preguntado muchas veces si un amante aunque signifique un disfrute adicional o distinto, ¿no es acaso también una complicación?
-Depende de como lo dosifiques. - Insistió Madelaine sin darse por vencida.
-Parece que hablaras de un medicamento. -Comentó Dolores.
-¿Y por qué no? Acaso, ¿un amante no es siempre un medicamento contra esa terrible enfermedad llamada rutina? Porque una cosa es la insatisfacción y otra realmente trágica es precisamente la rutina. ¿Y no dices tú misma, aunque con otras palabras, que esa enfermedad fue la que más de una vez te llevó a engañar a tu marido? ¿O que otra cosa quiere expresar eso de “afán de aventura y novedad”? ¿No has vuelto después ¡estimulada y feliz! a los brazos de Gonzalo para gozar con él como nunca?
-Es verdad. Siempre ha ocurrido luego de la intervención de otro hombre.
¿Entonces? - Dijo Madelaine como si a la conversación le faltara el colofón que Dolores debía ponerle. Esta no contuvo las ganas de reír, pero Madelaine se mantuvo muy seria, o posiblemente, fingía estarlo.
-¿He dicho algo gracioso? - Preguntó como al pasar.
-No sabes cuan gracioso, pero eres un encanto y también, una buena amiga.


13 En España es común la utilización del término “suspense” en lugar de la palabra “suspenso” particularmente por parte de los críticos cinematográficos.

viernes, 17 de agosto de 2007

Capítulo 26

26

Apenas recuperada su libertad, Romualdo quiso ver a María. Se sentía apremiado por contemplar su rostro querido y por escuchar su voz amigable. La buscó en el hospital y cuando casi no había terminado de anunciarse, la muchacha apareció atravesando velozmente la puerta.
-¡Romualdo!... ¿Qué te ha pasado?
El no contestó y se limitó a abrazarla como si recién en ese momento lo estuvieran rescatando del infortunio vivido. María respondió al abrazo pero insistió con su preguntas.
-¿Cómo te has golpeado de esa manera? ¿Ya te ha visto un médico? - Luego quiso saber más y más, pero las preguntas se sucedían sin activar ninguna res-puesta. Entonces lo tomó del brazo y aunque él trató de impedirlo con las fuerzas que le quedaban, lo introdujo en la sala de guardia. Inmediatamente curaron las heridas de su cara y pocos minutos después comenzaron a practicarle exámenes de urgencia. Los resultados tranquilizaron a María. Lo único que quedó en evidencia fue la debilidad del muchacho, y por eso el médico indicó alimento sólido y los calmantes adecuados. Con su celeridad habitual, María se ocupó de ambas cosas. Luego consiguió que lo llevaran a una pequeña sala. Su propósito era mantenerlo en observación mientras dormía algunas horas. Con la situación controlada se encaminó hacia donde vivía La Vieja para contarle sobre el retorno de Romualdo. Le dijo que la policía lo había detenido por error, que estaba un poco débil por falta de buena comida, pero nada comentó sobre los golpes. La mujer estalló furiosamente.
-¡Animales... y de los más grandes! ¡Sabandijas! Sí, eso es lo que son... sabandijas!
-Bueno Vieja, tranquilícese, - dijo María pasando su brazo por encima del hombro de la anciana - lo importante es que ahora Romualdo está de nuevo con nosotras... y con José. El mal rato ha pasado.
María se integraba al grupo con la misma naturalidad con que las hojas tienen que caer en el otoño, o volver a subirse al árbol con el primer anuncio de la primavera.
La Vieja le hizo caso y se dejó estar.
-Está bien, ya pasó... pero te aseguro que el bendito comisario me va a tener que escuchar... ¡de eso no se salva, te lo juro! -Después, más aplacada preguntó: - ¿Y Romualdo... cuando viene?
-Esta noche o mañana por la mañana. -Prometió María.- Pero no se preocupe, yo me voy a ocupar de cuidarlo bien.
La Vieja, ya serena, abrazó a la muchacha.
-Tenés razón, -Le dijo. -me quedo tranquila, Si estás de por medio no hay motivo para preocuparme.
María regresó al hospital y cuantas veces pudo se acercó a la sala adonde dormía Romualdo. Lo hizo por última vez a las cinco de la tarde y lo encontró despierto. Se sentó al borde de la cama e inclinándose sobre la cabeza en descanso, lo besó en la mejilla. El sintió que no se trataba de uno de sus sueños. Allí estaba María, hermosa y sonriente. La podía tocar, y ella iba a sentir que la tocaba, le podía hablar y ella iba a escucharlo para después responderle afectuosa y solícita como siempre.
-¿Cómo te sentís?
-Con vos aquí, muy bien.
-Bueno, -continuó ella- me ponés muy contenta. Pero... el médico me dijo que podés irte, aunque recomienda que alguien te cuide al menos por esta noche. No hay ningún peligro... pero, por cualquier cosa, ¿sabés? Entonces he pensado... que vengas a mi casa.
Romualdo se sorprendió.
-¿A tu casa? No, claro que no. - Replicó como si la idea lo llenara de vergüenza.
-Entonces yo voy a la tuya. Afirmó María con decisión.
(A veces lo imposible es lo que va a ocurrir en los próximos cinco minutos o en los siguientes treinta segundos, la propuesta que nunca creímos recibir, el sueño alocado que se transforma en realidad. Pero además de la maravilla que eso encierra, suele dar mucho miedo.)
-María, agradezco tu preocupación y tu buena voluntad... pero, me proponés que vaya a dormir a tu casa o venir vos a dormir a la mía, y lo mejor, es que tus padres ni siquiera me conocen.
-¡Pero me conocen a mí! - Reaccionó ella de manera cortante. - Y además saben -agregó- que todo lo que haga, se corresponde con cosas que ellos me enseñaron, tal como las aprendieron viviendo, tal como lo hicieron con mi hermana... porque como mis padres lo entienden, así se motivan y manejan las actitudes en una familia, sin desconfianzas ni recelos, de lo contrario, la nuestra no sería una familia sino simplemente un grupo de gente desconocida viviendo bajo un mismo techo... pero eso es otra cosa, aunque se presente con desagradable frecuencia.
El comenzó a percibir sensaciones de todos los colores, porque estaba confuso, halagado, disminuido, alegre, triste.
-Tanta preocupación por un obrero sin trabajo. - Comentó Romualdo, pero María, era la dueña de todos los argumentos.
-Como tanta otra gente lo hace con frecuencia, te estás equivocando. Es lo que pasa siempre cuando se mira todo desde la perspectiva del dinero o de la posición social. Esa es la actitud que asume la mayoría, pero no significa que tengan razón. ¿Y sabés por qué? Porque hay otras cosas mucho más importantes... y esto no quiere decir que el dinero no sea importante, claro que lo es, pero no para sacrificar en su altar el amor, la comprensión, la honestidad... y sabés, ni amor ni comprensión ni honestidad se compran en el mercado ni se cotizan en la Bolsa. No creo que haga falta que venga yo a decírtelo. Y disculpame, tal vez sí. Pero no mezclemos las cosas, haga lo que haga, mis padres no se van a asustar, y lo van a comprender. Estoy absolutamente segura. No debemos preocuparnos por eso.
Romualdo no supo que contestar y sintió que estaba orgulloso de María, y que era muy afortunado por la gracia de merecer una mujer así. ¿A quién tendría que agradecérselo?

Después de comer con La Vieja y con José, María y Romualdo se marcharon al cuartucho del muchacho. Lo encontraron ordenado y limpio, y si bien no estaba resplandeciente, al menos se mostraba habitable y hasta acogedor. María señaló a Romualdo la naturalidad con que La Vieja había asumido su decisión de dormir allí. Eso reforzaba su postura durante la conversación de la tarde. El hombre fue el primero en acostarse, mientras María curioseaba bajo la débil luz del farol, algunas viejas revistas deportivas que se apilaban sobre una mesita. Cuando dejó de hacerlo, se acercó a la cama y se quedó mirándolo como si fuera su propio hijo. El le dijo:
-Tengo frío.
Ella contestó con apenas cuatro palabras.
-Eso tiene fácil remedio.
Entonces comenzó a desvestirse con lentitud, colocando cuidadosamente su ropa sobre una silla.
-¿Qué estás haciendo? - Preguntó Romualdo turbado.
-Me desnudo. - Dijo ella con fresca naturalidad. - No creerás que voy a dormir vestida. Además, he estado pensando... tu cuerpo ha sido golpeado, mortificado... acaso necesite una compensación afectuosa, es decir, en lugar de golpes y mortificación... todo lo contrario. Espero que te acuerdes de los trenes, ¿te acordás? El asintió con un gesto afectuoso. Ella continuó.
-Esta noche los horarios son perfectos, y en la estación, ya saben que van a llegar los dos exactamente a la misma hora.
Romualdo se quedó callado sin preguntar nada más, presintiendo que iba a suceder algo que ya estaba decidido. Sólo se dedicó a seguir los delicados movimientos con que María continuaba quitándose la ropa, sintiendo que dentro de sí la visión de aquella joven piel de miel le mezclaba la sorpresa con el deleite... y así, durante lo que le pareció un largo rato, hasta que ella estuvo completamente desnuda. Entonces la muchacha apagó la luz para acostarse a su lado. Sus senos firmes se apoyaron sobre su pecho y su vientre inocente se colocó sobre su vientre, y sus piernas se enlazaron con las suyas como si pertenecieran a un mismo cuerpo. Romualdo ya no sintió frío, y tuvo la certeza de que nunca más lo sentiría en lo que le restaba de vida. Afuera, el viento siempre indiferente, volaba su ruido sobre las chapas de los techos. Y aunque sólo fuera por una vez, la felicidad había llegado puntualmente, sana y salva hasta ese lugar.