viernes, 3 de agosto de 2007

Capítulo 12

12

Mientras desayunaban en la habitación a la mañana siguiente, Madelaine y Josephine advirtieron que para ese día no tenían previsto ningún plan.
-Cuando no se dispone de un itinerario suelen ocurrir las cosas más inesperadas. Voy a buscar el auto a la cochera mientras terminas de vestirte. -Determinó Madelaine poniéndose en acción. -Te espero abajo.
Tomó el ascensor para llegar al garaje en el subsuelo del hotel y mientras cruzaba el amplio y solitario lugar, una furgoneta entró velozmente descendiendo la explanada y se detuvo junto a ella. En un principio la maniobra le pasó inadvertida, pero dejó de estarlo cuando dos encapuchados descendieron del vehículo, bruscamente la tomaron de brazos y piernas y sin decir palabra, la introdujeron en la parte trasera de la furgoneta, aplicándole firmemente sobre su boca una faja de cinta adhesiva. Uno de los hombres quedó a su lado, le ató las muñecas y la obligó a acostarse en el frío piso metálico extendiendo una lona sobre su cuerpo. El otro subió a la cabina y accionó el arranque. En pocos minutos la operación se había completado y el vehículo salía del hotel, a mayor velocidad de la que utilizaría un proveedor que acababa de entregar su mercancía. A Madelaine la situación le pareció inexplicable, pero tuvo la suficiente entereza para pensar que sus captores no debían ser vulgares delincuentes, aunque, ¿por qué secuestrarla a ella, una turista? “Sí, debía tratarse de un error, no había otra explicación”. Pensó a modo de consuelo tratando en vano de tranquilizarse. Transcurrió un largo rato hasta que por fin el vehículo se detuvo. El hombre que estaba a su lado quitó la lona que la cubría, después le vendó los ojos y la guió para que bajara. Mientras caminaban unos pocos metros hasta llegar a una casa ella percibió ese intenso aroma que sólo puede respirarse en los bosques. Apenas penetraron, se hizo evidente que su interior transmitía la misma sensación que una vieja cueva deshabitada durante muchos años. A Madelaine no le fue difícil descubrir que bajaban una corta escalera, al final de la que estaba la habitación donde quedaría en cautiverio. Allí, por fin, le quitaron la venda, la cinta adhesiva de la boca y soltaron sus muñecas. Entonces, recuperando su carácter fuerte que había parecido momentáneamente extraviado, enfrentó decididamente a los dos hombres que mantenían cubiertos sus rostros.
-¿Quiénes son ustedes y qué hago aquí? ¿Cómo se han permitido retenerme? -Hubiera querido decir “secuestrarme” pero debido a un secreto dictado, lo evitó deliberadamente.
Aunque lo hizo de manera por demás escueta, uno de los encapuchados habló por primera vez.
-Lo sabrá a su tiempo. - Le respondió de manera cortante. Después los dos hombres la dejaron sola echando desde afuera un pesado cerrojo. Comenzando a resignarse Madelaine se dedicó a reconocer el lugar. Era una estancia estrecha, absolutamente cuadrada y baja que carecía de ventanas. Tenía un hogar apagado y como únicos muebles una cama pequeña, un desvencijado ropero de madera descolorida, una mesa sucia y dos sillas. A un costado también había un lavabo con su superficie impregnada por marcas de óxido. Se sentó sobre el duro colchón y recordó al pequeño Didier. También evocó a Josephine. Después volvió a pensar en lo absurdo de la situación, tratando al mismo tiempo de descifrar qué extraña contingencia habría determinado lo sucedido. Con su mente girando sobre la misma idea, comenzaron a pasar las horas, pero el tiempo parecía huir de los relojes en lugar de quedarse dentro de ellos para cumplir con su obligación de transcurrir sin pausa. A las siete de la tarde, abrió la puerta uno de los encapuchados trayendo una bandeja con un plato conteniendo un extraño potaje, un trozo de pan y un tazón de café. Sin decir palabra, depositó la bandeja sobre la mesa y volvió a salir colocando el consabido cerrojo. Madelaine dejó pasar unos instantes y recién después se acercó a la bandeja y dejando de lado la comida, bebió un sorbo de la taza. El café estaba amargo y tibio, comprobación que vino a acentuar su sensación de desamparo. “Ya debe ser de noche”, pensó, y como si ese pensamiento disparara cosas que nada tenían que ver, comenzó a sentir frío. Entonces se acostó en la cama sin sábanas tapándose lo mejor que pudo con la manta rústica. No había transcurrido lo que le pareció una media hora cuando la pesada puerta se abrió bruscamente, para dejar pasar a uno de los hombres (debido a las capuchas le era imposible establecer quién era quién) que antes le había traído su espantosa cena, que se lanzó a hablarle de manera hosca y directa.
-Hemos tomado contacto con su marido, y niega que esté en nuestro poder. No sabemos cuál es su intención, pero lo interpretamos como una absurda reacción destinada a ganar tiempo. Esa actitud dificulta enormemente las cosas.
Madelaine quedó absorta.
-¿Mi marido? ¿Pero qué broma es esa? -Exclamó con cierta dureza. El desconocido reafirmó lo dicho.
-Sí, su marido, el general López Hermida.
Atenazada por los nervios y presintiendo que la confusión le abría un resquicio, Madelaine lanzó una carcajada.
-Ese general López Hermida no es mi marido. Ni siquiera lo conozco. Yo me llamo Madelaine Röine Etagne y mi marido murió hace ocho años. Ahora bien, si no se ha dado cuenta, (ella hablaba el español a la perfección, por eso le pareció inteligente efectuar la aclaración) soy extranjera, y para mayores precisiones, francesa.
-Eso no prueba nada. La esposa del general también lo es. -Dijo el secuestrador. - Pero Madelaine continuaba riéndose, lo que parecía evidenciar una de dos cosas a los ojos de aquel hombre: que decía la verdad... o que se había vuelto completamente loca. El se sentía incapaz de determinar cuál de las dos era la correcta.
-No, claro que no lo prueba, sólo que es una de esas increíbles casualidades que conducen a increíbles equivocaciones...como la que sospecho acaban de cometer. - Sentenció ella sin dejar de reír.
El hombre quedó estupefacto debido al comentario que había barrido todas sus dudas, y también, toda su dureza. Madelaine lo advirtió y aprovechó para realizar lo que consideraba un ataque demoledor.
-De manera que, no veo razón para que me mantengan aquí ¡secuestrada! -Esta vez utilizó la palabra con decisión. -Ignoro cuáles son los intereses que los mueven o qué persiguen, tampoco me importa, pero será mejor que terminen cuanto antes con esta tonta situación. Es inaceptable que tenga que sufrir por los estúpidos errores de otros. -Y por si faltaba algo, agregó con intención: -la comida en este hotel es horrorosa. Tampoco tengo porque hacerme cargo de algo que no beneficia a nadie. El encapuchado debió admitir que aquella mujer, además de la belleza que lo deslumbraba desde un primer momento, era inteligente y tenía agallas. Pero también, que él no estaba en posición de detenerse en esos detalles. Debía hacer lo que le ordenaban y nada más. Por eso salió sin dar ninguna respuesta, dejando a Madelaine el gusto de lo que consideraba un pequeño triunfo.
Sin nuevas alternativas pasaron tres interminables días. La prisionera se sentía inquieta, pero aunque sin ninguna razón, mantenía la seguridad de que todo se solucionaría rápidamente. Al menos, comprobó que a pesar de apenas probarla, la calidad de la comida había mejorado ligeramente. En su situación, eso ya era un cambio a tener en cuenta. Aún había otro. Durante el atardecer habían traído unos leños y encendido el hogar. Se acostó cubriéndose con la áspera manta y trató de pensar cosas agradables buscando encontrar el descanso, recordó a Josephine. “¿Cómo habría reaccionado ante su desaparición?” Después cerró los ojos y se quedó profundamente dormida. Soñó que caminaba entre casas pobres, penosamente asentadas sobre el barro. Un perro escuálido bebía agua estancada en un charco inmundo, y muy cerca, niños mal vestidos hacían rondas ridículas como si jugaran en el mejor de los kindergarten. ¿Qué mundo exótico era ese? ¿Qué país desconocido estaba recorriendo, tan diferente a sus barrios predilectos de París, Roma, Madrid o Londres? Y por último, ¿qué tenía que hacer ella allí? ¿Convertirse en testigo de toda esa decadente visión? ¿Para comprobar qué? Afortunadamente las dolorosas imágenes comenzaron a esfumarse, en tanto el perro que ya no bebía, mordisqueaba un hueso sucio. Despertó a medias sintiendo la confusión que surge al escapar de una pesadilla, y le pareció que una mano le acariciaba la piel debajo de sus bragas. Después, la misma mano comenzó a intentar quitársela. Pero cuando su mente terminó de aclararse comprobó que no se trataba de un sueño. La mano seguía allí, empeñada en un trabajo persuasivo. Fingió que seguía durmiendo pero estaba suficientemente lúcida para admitir que la situación se presentaba como algo por lo que nunca había pasado. No necesitó más, para percibir que contra su voluntad, su deseo crecía de improviso. Y simuló despertarse.
-¿Estoy soñando o es esto una violación? -Preguntó tratando de mostrar un rasgo de humor inadecuado en esa circunstancia, pero útil para esconder el sorpresivo placer que comenzaba a experimentar y al que no tenía intenciones de negarse.
-No es lo que preferiría. - Musitó su inesperado compañero, con el aplomo que también expresaba al mantener su mano sobre ella como si se tratara de un territorio conquistado. Entonces Madelaine aferró con decisión su boca a los labios cercanos mientras su cuerpo se retorcía de deseo, y luego, apartándose apenas, sin pensar nada más que en lo que estaba viviendo, dijo en voz muy baja:
-Quítamela, ¿no es lo que tratabas de hacer? Y quítame rápido todo lo que quieras, por favor. -Después, volvió a besarlo apasionadamente.
El, sorprendido por aquella reacción, dudó un instante, pero luego, apresuradamente la desnudó por completo. Inmediatamente insistió con sus caricias, pero ya sobre todo aquel hermoso cuerpo que se le ofrecía. Lo hizo primero con ansiedad, después más lentamente, hasta deslizar la yema del dedo por los bordes del rincón más secreto de aquella mujer, mientras ella se detenía sobre la parte más sensible del hombre, apenas rozándola con suavidad. El no pudo contenerse y la tomó para sí. Había algo de salvaje en aquella potente manera de iniciar el amor. Eso la enardeció, haciéndola plegarse a la tarea del hombre en la frenética búsqueda del momento que más iba a unirlos. El insistía en reconocer sus entrañas compartiendo esa enervante mezcla de amor y agresión que intercambiaban... hasta que pasados unos pocos minutos, ella percibió que su compañero alcanzaba la cima de un placer vigoroso. Entonces recurrió al orgasmo que ya no podía contener y se dejó ir...
Después permanecieron estáticos uno junto al otro como si acabaran de compartir un rito. Madelaine rompió el encantamiento con un comentario pretendidamente risueño.
-Es la primera vez que hago el amor con un hombre sin saber su nombre.
El se sintió cohibido, como si tuviera que soportar una culpa no merecida. -Perdóname por no habértelo dicho... me llamo Iñaki. - Respondió tratando de librarse de aquella sensación.
Ella se obligó a decir algo con un estilo mordaz.
-No parece nombre apropiado para un... ¿Qué es lo que eres?
Bueno, sería largo de explicar. Digamos que lucho por la libertad de Euskadi.
-¿Secuestrando mujeres? Luce como una forma muy original de hacerlo. - Dijo ella.
El se quedó callado. Le infundía cierta frustración que después de unir satisfactoriamente sus cuerpos, discutieran en lugar de decirse cosas para acercarse, hasta que Madelaine reinició la conversación de manera poco afortunada.
-Ahora que he pagado el tributo a mi captor, ¿sería demasiado pretender que me liberaras?
-¿No creo que lo hayas hecho por eso? -Preguntó Iñaki como si el sentido de la pregunta lo decepcionara.
-No, nunca haría el amor para obtener algún beneficio, no es mi modalidad. Pero tampoco intentaría violar a alguien, y menos aprovechándome de la situación, si fuera hombre, claro. - Argumentó ella volviendo al principio.
-Pienso que mereces una explicación. Me acerqué a tu cama dominado por un impulso desconocido que no podía evitar. En ese instante, me bastaba con acariciarte, sólo pensaba en eso, y aunque parezca una torpeza, me disculpo y lo reitero, era algo superior a mí. No me preguntes la razón, pero estoy seguro de que no íbamos a llegar a una... violación. Es más, confiaba en que me aceptarías.
-¿Pero por qué? ¿Es que te consideras irresistible?
El rió. Se le veía despreocupado y feliz, como si la tensión hubiera quedado atrás.
-Por supuesto que no. Verás, desde un principio sentí que me transmitías algo, y lo seguí sintiendo después cada vez con más fuerza... por ejemplo, la noche en que te quejaste de la comida “de este hotel”. Había en ti cierta decisión, diría, cierta fiereza...
Debido a que era la que más le interesaba, Madelaine se quedó sólo con la primera parte de la respuesta.
-¿Algo... qué era ese algo?
-Si te lo digo no me vas a tomar en serio, o posiblemente lo niegues... porque hasta puedes interpretarlo como una ofensa.
-... te escucho. -Interrumpió Madelaine con creciente ansiedad. - Y no pienso ofenderme, prometo contestarte con sinceridad.
-Te lo diré. Ese algo era deseo, eso es lo que me transmitías. Un deseo intenso y contagioso, como si llevaras sobre la piel dibujada la necesidad de entregarte, de dar el placer y de recibirlo... cuanto antes.
-No me sorprendes y creo que es posible. Siempre me ha parecido que el sexo es una cosa que no debe disimularse, aunque cuando digo esto, muchos lo interpretan como si mi intención fuera caminar desnuda por las calles. Naturalmente, el sexo no es eso...
Haber mencionado la palabra sexo la hizo sentir extraña, pero sólo por la ocasión en que la pronunciaba. Había hecho el amor con uno de sus captores y ahora, se estaba dedicando a profundizar con él una serie cosas más apropiadas para ser compartidas con un antiguo amante.
-En cuanto a liberarte, -dijo Iñaki- quisiera hacerlo, lo juro, pero no depende de mí. Tengo superiores. -Intercaló en un tono que parecía el relato de una epopeya. -Son mis jefes los que van a resolver todo esta confusión, y no va a pasar mucho tiempo para eso, estoy seguro, sólo el necesario para encontrar salida. Ten confianza. -Expresó con tono tranquilizador, para después agregar: -Y ahora, ¿quieres un cigarrillo?
-Bueno, -Respondió Madelaine escuetamente, como si hablar de su libertad o fumar un cigarrillo se hubiera convertido en la misma cosa- hace semanas que no fumo. Pero, -Continuó. -parecería que sientes a esos jefes como a dioses infalibles, inapelables... y ya ves, ellos han preparado a hombres para que cometan un secuestro, lo que en sí mismo es deleznable, pero además secuestrando a la persona equivocada. ¿Cómo podrían inspirarme confianza?
Iñaki le dio la espalda para encender la luz, pero también para evitar una confrontación en la que llevaba todas las de perder. Aquella era una mujer culta con gran claridad reflexiva, y él, estaba preparado para percibir esas cualidades. Después se inclinó sobre la silla donde había dejado la ropa, para buscar el cigarrillo que acababa de ofrecer. Madelaine comprendió las razones de su silencio, y prefirió estimularse viendo por primera vez con detalle el cuerpo de su ocasional amante: los omóplatos torneados, los brazos con bíceps sólidos, el cuello fuerte como el de un atleta. Realmente se estaba deleitando con esa contemplación, (“¿Para qué mezclar sus ideas con la satisfacción de lo que estaba viviendo?”, pensó.) Entonces el hombre se dio vuelta, y vio su rostro franco de facciones ásperas pero agradables. Y lo siguió observando cuando encendió el prometido cigarrillo, para después acercárselo. Con un gesto le indicó que esperara.
-Eres muy joven Iñaki...
-... treinta y ocho años. -Dijo él secamente.
La prisionera detuvo su vista en el ancho pecho velludo y bronceado, mientras automáticamente hacía el cálculo inevitable. “Treinta y ocho años... doce menos que yo”. Después dijo con ansiosa ternura, incorporándose muy ligeramente. -He cambiado de idea, no voy a fumar. Quiero que me beses.
El no contestó. Apagó el tabaco, después hizo lo mismo con la luz y volvió a la cama. Allí se dedicó a besarla mientras le acariciaba un seno. El pezón se erizó rápidamente como si fuera un resorte eficaz, entonces, las lenguas volvieron a tocarse. Parecía que la noche recién se iniciaba.

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