14
Iñaki se despertó a las seis de la mañana, salió de la habitación en busca de café y volvió con dos tazas humeantes en el momento en que Madelaine se despertaba. Apremiado por su apuro bebió rápidamente y anticipó que debía irse a una reunión importante. Ella presumió cual sería el tema principal de aquel encuentro.
-¿Tiene que ver conmigo? ¿Verdad? - Preguntó.
-Sí. - Contestó Iñaki secamente.
La respuesta le produjo un efecto balsámico. No le disgustaba que él estuviera inquieto por ella, y mucho más, importarle.
-Bueno, mientras espero el veredicto que me pondrá frente al verdugo, me gustaría fumar un cigarrillo. - Dijo ella como si hablara de otra persona.
Iñaki se sintió incómodo y respondió fríamente.
-Parecen complacerte las ironías, sin reparar en que esas ironías acaban volviéndose contra ti.
Ella se quedó callada observándose las manos como si las tuviera a kilómetros de distancia y necesitara comprobar que todavía le pertenecían. El encendió el cigarrillo y se lo colocó en los labios. Después salió y como si fuera sólo un carcelero insensible, y cerró la puerta con el ruidoso cerrojo de siempre. Madelaine hubiera deseado que se despidiera besándola pero él no lo hizo. No consideró que estaba confundido y también inquieto. En verdad, la percepción de Iñaki durante esos días no era la mejor para comprender ciertas cosas. También ignoraba que para él, aquella reciente relación se había convertido rápidamente en algo más que en una pasajera aventura sexual. Permaneció inmóvil, sentada en el borde de la cama mirando sus zapatos deslucidos, fumando con lentitud y lamentándose por haber conocido a aquel hombre en circunstancias tan poco propicias. Fantaseó sobre otras formas en que podrían haberse encontrado, pero terminó aceptando que todo había tenido que ocurrir así. Al fin de cuentas esa era su idea de cómo se producían los acontecimientos en este mundo. Aunque la situación la disgustara, era inevitable aceptarla y en el mejor de los casos tratar de adaptarse. ¿No es lo que hacía siempre? “Es más, pensó, ¿no es lo que todos hacían siempre?” La fatalidad de sentirse viviendo de acuerdo a lo que las cosas determinaban, igual que una veleta esclava de los designios del viento, agotaba sus posibilidades de razonamiento. Por fin, algo se le hizo claro, y aunque no tenía nada que ver con el tema de su reflexión era lo más obvio: debía recuperar su libertad y volver a la normal rutina de su vida.
En tanto, Josephine revisaba los diarios esperando encontrar algún indicio, pero todos se limitaban a informar escuetamente sobre la desaparición de una ciudadana francesa llamada Madelaine Röine Etagne ocurrida en extrañas circunstancias en San Sebastián. El Mundo, El País, Deia (9) y el ABC, con estilo más o menos parecido publicaban el asunto sin aportar detalles novedosos. Sólo uno de ellos mencionaba que la secuestrada disponía de una gran fortuna, lo que no era en sí mismo un dato significativo. La mujer continuó insistiendo en ese infructuoso cometido, hasta que se produjo la llamada del sargento Eizagirre. El policía la invitó a almorzar, y le dijo que si bien no poseía novedades concretas, quería ponerla al tanto de la marcha de la de la investigación. Josephine aceptó la propuesta, y se citaron para a la una en el lobby del hotel. Al encontrarse se estrecharon las manos y después él la condujo hacia la salida y luego hasta el automóvil. Le abrió la portezuela, esperó que estuviera cómodamente sentada, y recién entonces subió al coche y puso en funcionamiento el motor. En el trayecto se dedicó a contar todo lo que se sabía hasta ese momento. Estaba probado que Josephine era la última persona que había visto a Madelaine, porque el elevador que llevaba al garaje no tenía ascensorista, y el garaje no contaba con vigilancia alguna.
-Cabe ahora preguntarse, ¿cómo sacaron del hotel a su amiga? -Puntualizó Eizagirre para luego continuar. -Esto ofrece dos posibilidades: la ocultaron en un vehículo que llegó simulando pertenecer a un proveedor, o bien, la introdujeron en el baúl de un auto estacionado desde la noche anterior. Lamentablemente, en el hotel no se lleva un control estricto de los vehículos que entran y salen, como tampoco de los que permanecen en el garaje, este es un aspecto. En cuanto al otro, cuatro patrullas están rastrillando en un radio de cincuenta kilómetros a la redonda. Estimamos que a los secuestradores les hubiera sido demasiado riesgoso alejarse más. Sólo resta esperar, mantener la calma y no perder la confianza.
Mientras el sargento hacía su relato llegaron a un restaurante en la Avenida de Ategorrieta, camino a Irún. El lugar parecía una residencia privada rodeada de un jardín, el que sería colorido y alegre en otra época del año, ahora triste y mustio por voluntad del otoño. El interior era cálido y agradable, decorado con la parte frontal de autos antiguos colocados a la manera de cuadros. Josephine alabó el lugar y después de escucharla atentamente, él sólo comentó.
-Si, es muy simpático, y la comida es excelente.
Pidieron paté trufado y solomillo asado cubierto con salsa de oporto, acompañado por papas Bechamel, plato que el menú anunciaba como Solomillo a la King. Eizagirre completó el encargo requiriendo un Saint Emilion Reserve du Canciller. Ya con el menú dispuesto, agregó:
-Siendo usted francesa, me ha parecido elemental beber vino de su país.
Ella agradeció la cortesía, y los dos iniciaron una charla trivial de la que Madelaine parecía no formar parte. De improviso la conversación tomó otro rumbo, y se encontraron hablando de pintura, música y literatura, sin que ninguno de esos temas parecieran extraños al sargento. De pronto, Jacqueline comentó:
-No lo tome usted a mal, lo digo porque a veces la franqueza suele resultar incómoda, cuando no agraviante...
El sargento la interrumpió.
-... tranquilícese...nada de lo que usted diga puede incomodarme, y mucho menos agraviarme. Merece toda mi confianza a pesar de conocerla desde hace poco tiempo.
-Está bien, entonces le diré que... se ve usted demasiado mundano para ser policía de una ciudad... de una ciudad más o menos pequeña. - Luego, arrepintiéndose de sus palabras Josephine insistió. -Discúlpeme, soy una atrevida incorregible.
El se echó a reír. Parecía que los había reunido una circunstancia afectiva en lugar de un suceso desagradable con desenlace imprevisible. Era causa determinante del clima que prematuramente Eizagirre hubiera sentido gran simpatía por Josephine, y además de informarla, hacía todo lo posible por distraerla para sacarla del estado depresivo que era fácil adivinarle.
-No me extraña para nada su opinión y para que no se preocupe por ello, le diré que ya he escuchado cosas parecidas otras veces. Pero hoy la culpa es mía por no haberla prevenido, aunque es difícil prevenir absolutamente de todo a una persona a quien se acaba de conocer, pero lo haré ahora. Antes que nada -continuó Eizagirre- como es lógico, no tengo nada contra la profesión de policía, aunque pertenezco a ella por casualidad. Si las cosas hubieran seguido el curso previsto hoy sería monje y estaría en un monasterio, entonces, alejado de asesinatos, robos y secuestros... aunque también de usted en este momento, lo que si no la ofende, sería absolutamente lamentable. Pero volviendo al asunto... perdón por desviarme... las secuelas de la Guerra Civil alteraron los planes de mis padres, y también sus posibilidades económicas. - El advirtió una nube de desconcierto en la expresión de Josephine y se anticipó acompañándose con un ligero gesto de su mano, como si quisiera que su compañera detuviera algún proceso de su cerebro. -Antes que se sumerja a calcular fechas, le diré que aquí en España, esas secuelas se prolongaron demasiados años, recuerde que “por la gracia de Dios”, hasta su muerte siguió gobernando El Caudillo.
Josephine asintió.
-Lo cierto es que el jovencito que debía encaminarse hacia el seminario, se vio obligado a cambiar la cruz por la azada. Afortunadamente, después pude hacer mis estudios secundarios, y bueno, lo demás es casi irrelevante... hasta que me incorporé a la policía por el discutible afán de defender a la Justicia. En fin... lo único que me quedó de aquellas enseñanzas familiares que pretendían guiarme hacia la religión, fue una especial inclinación por las artes... y las artes, al menos para mí, admito que tal vez equivocadamente, tienen mucho que ver con la religión, o al menos, tenían mucho que ver en aquellos tiempos. En verdad ignoro otras razones y por lo tanto, no tengo más remedio que atribuirlo a eso. Acaso también, debido a que en mi casa se perdió todo menos los libros, posiblemente porque a la mayoría de la gente los libros no le interesan. No los pueden comer ni sirven para hacer fuego, salvo el que ciertas bestias encendieron alguna vez con ellos.
A Josephine le llamó la atención la forma en que el hombre se había ido estimulando hasta exhibir cierto grado de controlado enardecimiento. El también lo advirtió.
-Discúlpeme. Siempre me ocurre lo mismo cuando abordo estos temas. Sin duda, he hablado demasiado.
-Pero no, le comprendo perfectamente, aunque si me lo permite, ¿puedo ser un poco más curiosa?
-Por supuesto. -Exclamó Eizagirre sin reservas.
-¿Y que pasó con la religión? Las mismas influencias que lo llevaron a la cultura, ¿no lo empujaron a ella?
-Soy creyente... si es lo que desea saber, no más que eso.
Josephine no agregó nada respecto a lo que acababa de escuchar, porque había utilizado la pregunta anterior como prólogo de lo que realmente quería saber. Entonces lanzó su estocada de manera directa.
-¿Es usted casado?
-Mi querida Josephine, ¿puedo por un instante llamarla así? - Ella le dedicó un delicioso mohín aprobatorio. -No desentonaría usted en el Departamento de Investigaciones.
Los dos rieron por la ocurrencia, luego él dijo con sorna.
-Le recuerdo que no he contestado a su pregunta.
-Es verdad. -Asintió Josephine.
-Está bien, voy a hacerlo. No, no soy casado. Lo fui una vez, pero no ahora. De cualquier forma, como siempre ocurre, su curiosidad alimenta la mía... ¿qué puedo saber de su vida afectiva? - Iba a decir sentimental, pero no se atrevió.
-Me he casado dos veces y me he divorciado otras tantas, pero por favor, evíteme hablar de eso, ya que no creo le gusten las historias tristes. ¿Verdad?
-Es cierto, - confirmó él - no me gustan ni siquiera en el cine, prefiero las comedias. Uno ríe tan poco en este mundo.
-Es verdad. Bueno, en lo que a mí respecta el interrogatorio ha terminado. -Comentó ella con humor...
-... y lo ha desarrollado a la perfección, créame que sé de que estoy hablando. - Argumentó el policía como si estuviera completando la frase de Josephine, mientras ella deslizaba su cuchillo con delicadeza sobre la tierna textura del solomillo.
-Entonces ella sintió la necesidad de decir algo.
-Hacía tiempo que no disfrutaba de una conversación tan agradable, y me animo a afirmar, que lo sería mucho más en otras circunstancias, posiblemente por eso, ahora no puedo evitar volver sobre...
-Ya lo sé, ya lo sé... -Argumentó Eizagirre como si quisiera establecer que no era su propósito evitar al tema. -Y sé también lo que debe haber pensado, que para usted la señora Madelaine Röine Etagne es su mejor amiga, y en cambio que para mí, es sólo un caso más.
-Jamás pensé nada semejante. -Afirmó prontamente la invitada.
-Bien. -Dijo Eizagirre. - Pero necesito aclarar este punto, aunque le parezca sorprendente, para mí ninguno es nunca un caso más, especialmente, cuando está en juego la vida de un ser humano. Ahora, en cuanto al secuestro, hay algo que puedo contarle y que no le he referido todavía. Esta reserva se debe a que aún no he podido definir con claridad, si se trata de un detalle tranquilizador... o todo lo contrario.
-Por favor... -Casi rogó Josephine.
El policía no tardó en responder.
La mañana que desapareció su amiga, el general López Hermida, un general del ejército, recibió en Madrid la extraña llamada de un desconocido que se identificó como hombre de ETA... ¿sabe usted lo que es la ETA? - Ella asintió con un gesto. Eizagirre continuó. -Bien. Esa persona le propuso un intercambio de favores: la libertad de ciertos miembros de la organización a cambio de la vida de su mujer, que según le comunicó, acababa de ser raptada en San Sebastián. Se preguntará usted qué hacía esta buena señora aquí, a 480 kilómetros de su marido. Pues bien, viajó para participar en un congreso de ecologistas, al que por sus conocimientos y representatividad había sido invitada. Comprenda que son cosas que ocurren -aclaró- aunque resulten inexplicables. El general pidió media hora de tiempo para hacer sus verificaciones, pensando referirlas exclusivamente al tema de su mujer, claro, ya que sobre el propuesto intercambio carecía de atribuciones. Los hombres de ETA deberían saberlo, pero... bueno, no es el caso. Entonces llamó a su mujer, habló con ella comprobando que se hallaba en su hotel y que estaba perfectamente. Naturalmente, para no atemorizarla, no le hizo conocer el motivo de su llamado.
-¿Pero eso qué tiene que ver con la desaparición de Madelaine? -Preguntó Josephine sin comprender adónde quería llegar el policía.
-Verá... -continuó el sargento expresándose formalmente y con la mayor precisión. -...es algo increíble. Este grupo despreciable, siempre se ha movido con gran precisión midiendo al centímetro cada paso. Pero en este caso, parecen haber cometido una inexplicable equivocación, debido, de acuerdo a mi punto de vista, a varias extraordinarias coincidencias. Una: la mujer del general López Hermida se alojaba en el mismo hotel en una habitación contigua a la de ustedes; dos: de acuerdo a las fotos que he podido comparar, a primera vista es muy parecida a su amiga; tres: además, también es francesa. Casi podría asegurar, que la señora Madelaine Röine Etagne fue raptada por error.
9 Diario que se publica en Euskadi.
domingo, 5 de agosto de 2007
Capítulo 14
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