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Iñaki ignoraba si el camarero llamado Baptiste estaba plegado a la causa por razones ideológicas, o si mediaba alguna clase de pago, pero evitó preguntar. No fue necesario porque Manuel acabó contándole que el camarero recibiría ciento cincuenta mil dólares. De ese dinero ya le había anticipado la cuarta parte, y el resto se le entregaría una vez cumplida la misión... “siempre y cuando no se encuentre forma de evitarlo”. A Iñaki las instrucciones le sonaron más siniestras que precisas, pero no quiso agregarse esa preocupación. Cuando llegaron a la Torre con la naturalidad de dos turistas tomaron el ascensor, y accedieron al restaurante. El camarero que conocía perfectamente a Manuel, se acercó a la mesa después que el maitre les entregara el menú. Hablando en voz muy baja, les informó que la conversación sobre el tema previsto, se realizaría simulando comentarios cuando se presentaran y retiraran los platos. Por eso, una fuente de ostras, dos solomillos “au pauvre” y dos peras glaseadas, fueron suficientes para ocultar el acuerdo a que llegaron: los explosivos serían entregados por un proveedor escondidos en cajas de vino. Los colocaría allí un infiel operario de la empresa (el despachador ya mencionado por Manuel), y el mismo camarero se encargaría de esconderlas en un un falso estante de los depósitos. El día del atentado, Manuel, que era el experto en demoliciones, se introduciría (con el apoyo de Baptiste) y en muy poco tiempo conectaría el detonador que traería armado. Producida la explosión y debido a la altura en que se encontraba el Julio Verne, su efecto haría que la Torre fuera cortada prácticamente en dos como si la cercenara un cuchillo gigantesco. Una de sus partes de derrumbaría arrastrando todo lo que tenía debajo, y la otra, volaría por los aires.
-Todo parece muy sencillo. -Comentó Iñaki mientras después del almuerzo caminaban por los jardines cercanos.
-En realidad lo es, aunque hay una gran distancia entre un plan y su ejecución. - confirmó Manuel -Estaré mucho más tranquilo recién cuando escuche el ruido de las explosiones.
-¿Dices “las explosiones”? - Preguntó Iñaki.
-Porque hay una segunda. Debemos estallar un coche bomba en la tumba de Napoleón. No es un objetivo importante como la Torre, pero incrementará el impacto sobre la gente.
La inesperada revelación hizo que Iñaki se sintiera apesadumbrado, como para que ni siquiera tuviera deseos de manifestar las falencias que le encontraba al plan. (“¿Por qué no le habían prevenido sobre la segunda parte?” Pensó.)
-¿Qué te parece? - Inquirió Manuel. Pero él apenas lo escuchaba. Súbitamente, alejándose de aquella trama de violenta y destructiva. Como otras veces, acababa de recordar a Madelaine...
Madelaine y Josephine desarrollaron con apresuramiento sus proyectos para Madrid, y transcurridos los dos días previstos partieron hacia París. Esas cuarenta y ocho horas les parecieron interminables, pendientes del momento que volvería a reunirlas con los hombres que amaban. Por eso no disfrutaron a pleno la cariñosa hospitalidad de Dolores. Su anfitriona las despidió en una reunión íntima con unos pocos invitados, dispuestos a una conversación mundana plagada de los que escuchó como aburridos comentarios. A la mañana siguiente las llevaron al aeropuerto.
-Estaremos aquí para la exhibición, dispuestas a compartir el éxito con ustedes. - Se comprometió Madelaine sin esconder ante el marido de Dolores un aire definitivamente cómplice.
-¿Verdad que si? - Dijo él. -¿ No es acaso un crimen mantener la belleza escondida como si estuviera sepultada? - ¿Tú lo harías? - Insistió con desenfado.
Ella sólo contestó con un gesto elocuente, y por un segundo pensó que en otras circunstancias no le hubiera disgustado descubrir su belleza ante aquel hombre. Pero no era momento para pensar en una aventura. Gonzalo continuó.
-Será una verdadera alegría tenerlas aquí. Nuestra casa es vuestra casa.
Después se saludaron afectuosamente y las dos amigas se dirigieron a embarcar.
En París, Iñaki se prometía llamar a Madelaine esa misma noche. Antes, hablaría al comando San Sebastián. Así lo hizo, y remedando una conversación comercial, comunicó todo lo relacionado con el atentado, agregando que el coche bomba también estaba prácticamente listo. Tiempo atrás, evidenciar su eficacia operativa podría haberle deparado una gran satisfacción, pero en ese momento (su primera misión importante), la tarea concretada le dejaba un gran disgusto. Pensó qué sentido tenía dinamitar la Torre Eiffel, arrebatar a la ciudad tan bella que estaba descubriendo uno de sus grandiosos ornamentos, algo que podía considerarse un patrimonio universal. Y como si ese daño no fuera en sí mismo tremendo, además destruir la tumba de Napoleón. Todo aquello tenía algo irracional, como en otras acciones de ETA. Entonces recordó una frase que alguna vez había leído a sus alumnos: “Es imposible construir un edificio con los cimientos en el fango”.
Cuando Lucille le dijo que “Monsieur Iñaki” estaba del otro lado de la línea, Madelaine acudió alborozada al teléfono. Comenzó diciendo que desde ese momento le esperaba en su casa. El se emocionó al escuchar la voz querida y aseguró que estaría allí tan pronto se liberara del encuentro que debía mantener con “una persona”. Sospechando que se trataría de algo relacionado con su actividad, ella no preguntó nada. Sólo insistió con palabras breves cargadas de ansiedad en que llegara lo antes posible.
-Te necesito mucho Iñaki... por favor, no tardes.
-Yo también quiero verte Madelaine... y también te necesito. Estaré allí muy pronto.
Ella alcanzó a decir: - Por favor... - pero su amante ya había cortado la comunicación.
Llovía copiosamente cuando el Inspector Lancleau llegó a la Central de Policía, y a pesar de ser todavía hora temprana se hizo necesario encender las luces de su oficina. Sobre el escritorio, como es costumbre de esos objetos, un dossier esperaba pacientemente. En su interior, guardaba el detalle de la información anticipada a Lancleau. En la tapa se leía “Baptiste Stefandrel”, quien no era otro que el camarero que había servido a Iñaki y a Manuel en el Julio Verne. El Inspector abrió la carpeta y miró detenidamente la fotografía que mostraba el rostro de Baptiste. Era un hombre de cabello oscuro y cara de corte anguloso, en la que resaltaba la exagerada frialdad de los ojos pequeños y huidizos. A priori el policía determinó que era la imagen que le correspondía. Después, se la extendió a Eizagirre y comenzó a leer el informe. Se trataba de una información escueta que él abreviaba con la avidez de su lectura, como si con los ojos quisiera despegar las letras del papel. Cumplido su cometido, comenzó a referir lo que acababa de saber.
-Pues bien Patxi, aquí tenemos a un pájaro de la vieja escuela. Lo digo, porque es un antiguo conocido llamado Baptiste Stefandrel. Esto tal vez no le diga demasiado, pero lo que le resultará realmente ilustrativo son sus antecedentes. Verá usted... Siendo muy joven, casi un adolescente, formó parte de los grupos de la OAS, y se creyó que llegó a participar en los preparativos para uno de los atentados contra el General De Gaulle. Nunca se reunieron pruebas concluyentes para demostrarlo. Lo que no pudo evitar es que se probara su asociación con el grupo. -A pesar de la impaciencia de Eizagirre, el Inspector se detuvo para beber un sorbo de agua. -Y bien, digamos que ese desliz, le hizo pasar dos años en prisión, y aunque la condena era mayor, logró salir anticipadamente debido a su buena conducta. Desde entonces, adoptó la no demasiado prestigiosa tarea de mercenario, y estuvo en cuanto conflicto le fue posible a lo largo y a lo ancho del mundo. Sabemos positivamente que trabajó para los iraníes, para Hussein, que estuvo con los “Contra” en Centroamérica, y hasta en la revuelta que precipitó el derrumbe de Gorbachov. ¡Una colección de hazañas! Posiblemente también participó en muchos otros acontecimientos deleznables de los que ahora, o por ahora -se corrigió- no tenemos referencias. La inactividad es difícil en un oficio que aunque riesgoso está muy bien compensado. En la actualidad, parece ser que nuestro héroe presta sus servicios a ETA. Los años han pasado, pero él no evidencia haber perdido los buenos hábitos de su profesión. Es un hombre frío, de pocas palabras y con un avanzado componente psicótico, así lo diagnosticaron por entonces los psicólogos de la prisión. Son cosas querido amigo que no se curan con el tiempo o por generación espontánea.
Eizagirre que había seguido atentamente el relato, quiso profundizar los aspectos que más le interesaban.
-Hoy al mediodía, - Continuó Lancleau. -Stefandrel, que para ocultar sus actuales actividades en París ha conseguido, ignoro con qué artificio, trabajo de camarero en el restaurante Julio Verne. Hoy al mediodía, le decía, sirvió con mucha deferencia, bueno, admito que esto último no es en sí mismo sospechoso, ¿o si? a dos parroquianos aparentemente españoles. ¡Aquí está lo interesante! Porque la descripción de uno de ellos se corresponde exactamente con la de el hotelero de Lyon... Miguel Barrenechea o como se llame, el hombre de ETA que vino desde España.
Eizagirre no pudo evitar sobresaltarse, y trató de disimularlo distrayendo a su interlocutor con un elogio.
-No puede negarse que su gente está realizando un extraordinario trabajo.
Los ojos de Lancleau no fueron capaces de controlar un fugaz destello de vanidad.
-Y ahora, ya que está visto que usted tiene todas las piezas, ¿cuál es el próximo movimiento?
-Mi querido Eizagirre... -respondió mientras la pipa casi se le caía de las manos cuando abrió los brazos en un gesto ampuloso extraño en él -... me pregunta lo que ya sabe.
-... seguir a Baptiste Stefandrel hasta el infierno si fuera necesario, y conseguir que nos guíe a la gente de ETA. ¿No es así?
-Exacto, y ya nos estamos ocupando de eso. Pero ahora le aconsejo descansar. No creo que ocurra nada espectacular esta noche.
Lancleau no podía prever que se estaba equivocando, al no presumir la velocidad que impulsaría los acontecimientos.
-De acuerdo Inspector, estaré en mi hotel. Le ruego me avise cualquier novedad. Estaré atento.
-Así lo haré.
Eizagirre salió del despacho. Lancleau, visiblemente satisfecho, se arrellanó en su sillón y encendió con habilidad la pipa que todavía mantenía apagada.
En otro lugar de París, antes de tomar rumbo hacia el piso de Madelaine, Iñaki debía encontrarse con Baptiste, tal como se lo había encomendado Manuel. El camarero le entregaría la pieza que faltaba (le resultaba inexplicable que Manuel no la encontrara entre los elementos de su equipo) para terminar de armar el detonador que haría estallar al Julio Verne. Se había decidido que Iñaki fuera el encargado de recogerla, seguros de que su presencia pasaría inadvertida. Cometiendo un nuevo error, ignoraban que Baptiste estaba estrechamente vigilado, y que por lo tanto, todos sus movimientos y contactos quedaban registrados. La cita estaba prevista en un lugar relativamente cercano al apartamento adonde se hospedaba el etarra: un bar llamado “La Belle Ferronière”, ubicado en la esquina donde la calle Pierre Charron se cruza con François 1er., apenas a una cuadra de los los Campos Elíseos. -No puedes equivocarte. El bar está en diagonal con el hotel Chateau Frontenac, lo verás en seguida.
Iñaki hizo el trayecto caminando sin demasiada prisa, ya que por razones no analizadas, consideraba que demostrar apuro podía ponerlo en evidencia. La precaución era bastante tonta, ya que debería haber pensado que no todas las personas que caminaban apuradas por París planeaban dinamitar la Torre Eiffel y volar la tumba de Napoleón. Pero su actitud explica el estado de inseguridad y hasta de temor que dominaba su ánimo. Y todo ello por una única causa: las reflexiones que le despertaba su tarea comenzaban acentuar la crisis que venía arrastrando. Era inevitable que se sintiera desorientado.
En tanto, en su hotel Eizagirre pensó si Josephine habría regresado a París. Una respuesta le surgió de inmediato. “Bueno, hay una única forma de saberlo”. Después tomó el teléfono y recurrió a su agenda en busca del número. En el otro lado de la línea la campanilla sonó apenas dos veces y su sonido se enlazó con la deseada voz de Josephine.
-Aló.
-Josephine, soy yo, Patxi.
-Querido... ¡tantos días!
-Demasiados... ¿no es cierto?
-Tantos... -repitió ella- necesitaríamos siglos para contarnos todo lo que hemos hecho, y más aún, para compensarnos por la separación.
-Todo va a estar bien Josephine, ya verás, no debes preocuparte. -¿Cuándo nos veremos?
-¡Esta misma noche! - Afirmó Eizagirre con seguridad. ¿Puedo ir a tu casa?
-¿Y me lo preguntas? Ven por Dios, y que sea pronto.
-Ya estoy en camino...
El policía colgó el aparato y llamó a la oficina de Lancleau para comunicar al asistente del Inspector que partía a visitar a una amiga, y por si le necesitaban con urgencia, dejó el teléfono de Josephine. Después tomó su impermeable, apagó las luces y salió de la habitación.
lunes, 20 de agosto de 2007
Capítulo 29
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