jueves, 16 de agosto de 2007

Capítulo 25

25

Iñaki tuvo en Lyon una nueva muestra de la buena suerte que parecía haberlo alcanzado: se lo designó para hacer un contacto en París. Había una razón: era el único del grupo que según se suponía, no estaba registrado en los archivos de la policía francesa. Todo coincidía con el deseo de Iñaki de volver a encontrarse con Madelaine. Partiría llevando el dinero destinado al pago de colaboradores, y las instrucciones finales para dinamitar la Torre Eiffel. También, aunque él aun no lo sabía, para participar en una operación complementaria ideada con el propósito de hacer más espectacular el éxito del plan.


Sin Patxi ni Madelaine, Josephine se sintió muy sola y decidió llamarla a Madrid. En la conversación decidieron encontrarse allí y pasar dos días antes de volver a Francia. También aprovechó para darle un resumen de lo sucedido.
-De manera que según veo, vas a casarte. - Afirmó Madelaine.
-Me parece que te apresuras, porque no hemos hablado de eso. - Respondió Josephine.
Madelaine quedó sorprendida y desconcertada.
-¿Serías capaz de dejar París para establecerte en una pequeña ciudad bucólica? ¿De cambiar la vida agitada, turbulenta, por el apacible aire de San Sebastián?
-Madelaine, me gustaría hablar de esto contigo más detenidamente, pero te anticipo algo. La vida agitada y turbulenta me ha dado dos dos matrimonios, y también, dos divorcios. ¿No habrá llegado el momento del sosiego ahora que descubro una posibilidad inesperada? Hablo de un sosiego activo, vital, cuando todavía tengo tiempo. ¿No será Patxi, el hombre al que por la desgraciada circunstancia de tu secuestro, conocí para vivir con él una nueva oportunidad, tal vez la última?
-Tienes que buscar en ti misma la respuesta. Creo que es lo más sabio que puedo decirte.
-Gracias Madelaine, y como viajaré en tren, tendré tiempo para para buscar esa respuesta. Ah, llego mañana por la tarde.
-Te estaremos esperando querida, buen viaje.
-Gracias de nuevo... hasta mañana.


El avión en que viajaba Eizagirre descendió en el aeropuerto Charles De Gaulle emergiendo triunfalmente entre nubes resignadas a darle paso. Allí le esperaba su viejo conocido, el Inspector Lancleau, un hombre serio y delgado, perfectamente afeitado que sólo lucía en la cara un elegante bigote. Lancleau vestía con elegante y seca sobriedad. Después de los saludos (Eizagirre hablaba con soltura el francés y a Lancleau le ocurría lo mismo con el español) quiso conocer las últimas novedades. Le fueron informadas mientras caminaban hacia los automóviles.
-Detuvimos a todos los participantes de una reunión en Lyon, menos al que viaja hacia París. Sabemos que se hace llamar Miguel Barrenechea... ¿Le dice algo ese nombre?
-Lo siento, pero no, no me dice nada... - Resulta obvio que es falso... - comentó Eizagirre.
- ... presumimos que trae una misión importante, pero desconocemos su contenido. - Continuó Lancleau. -Al menos estamos prevenidos.
-¿Prevenidos? No dudo de la capacidad de la policía francesa, pero con esas ratas...¿Quién podría estarlo realmente? - Afirmó Eizagirre, para luego continuar, recuperando el tono profesional. -Quisiera saber, los detenidos, ¿confesaron algo?
-Aun no, el interrogatorio prácticamente acaba de comenzar. - Contestó Lancleau.
-Y el sospechoso viajero, ¿está identificado? - Insistió Eizagirre.
-Nuestros informantes sólo dijeron que se trata de un hombre joven, entre treinta y cinco y cuarenta años. Calculamos que en estos momentos debe estar llegando a París, o acaba de hacerlo.
El grupo abordó los automóviles y partió velozmente hacia la Central de Policía. En el interior de uno de ellos, Eizagirre comentó sus sensaciones.
-Le confieso mi preocupación Inspector. La bestia está gravemente herida, y presiento que después del estruendoso error-fracaso de San Sebastián necesita dar un golpe de efecto, algo que desde su enfermiza perspectiva le haga recuperar prestigio, acaso ellos crean que también popularidad. Son posibilidades que manejábamos antes de mi partida. Por eso pienso que el atentado... o lo que sea, no va a suceder en mi país. Necesitan un escenario más... no sé cómo decirlo, pero tendrá que ser un lugar que le de al suceso el mayor dramatismo y la mayor notoriedad.
El Inspector quedó pensativo unos segundos y luego, como si comenzara a resolver un intrincado enigma, preguntó:
-¿París... por ejemplo?
-¿Por qué no? - Dijo Eizagirre. -Si yo fuera ellos, cosa que me demanda gran esfuerzo imaginarme, bien podría elegir París. Es el blanco ideal. Por otra parte, creen tener cuentas para cobrar a los franceses. Les resultaría como cazar dos liebres con un mismo proyectil.
-Me hago cargo de su preocupación. Se basa en un razonamiento lógico, dentro de toda la ilógica que suele utilizar esa gente. Además, usted los conoce mucho mejor que yo.
-Lo siento Inspector, consideré mi obligación decírselo, por otra parte, usted no tardaría en pensarlo.
-Basta de cumplidos Patxi - por primera vez desde que se conocían lo llamaba por su nombre de pila - y al trabajo. ¿No cree? Pienso que tenemos mucho que hacer.
Los dos presumían que se avecinaba un hecho importante y sentían el desafío del reloj. El Inspector recibió una llamada y luego de prestar atención durante veinte segundos, agregó un escueto “vamos para allá”. Entonces apoyó familiarmente la mano en la pierna de Eizagirre para informarle.
-Tenemos individualizado a uno de los contactos de ETA en París. Creo que hay peligro, y que mis sospechas de días pasados tenían fundamento.

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