lunes, 13 de agosto de 2007

Capítulo 22

22

Cuando Romualdo se despertó el cuerpo le dolía tanto que parecía no existir, como si sigilosamente se lo hubieran robado. Atinó a pasarse la mano por la cara donde la sangre seca había formado una delgada película similar a la quebradiza caparazón de un insecto muerto que se descubre en el jardín debajo de una piedra. Quiso incorporarse pero parecía un esfuerzo que no le estaba permitido. Imponiendo su voluntad, porque se sentía embotado y débil (hacía más de un día que no comía ni bebía nada), trató de memorizar todo lo ocurrido pero no pudo conseguirlo y apartó la idea. Entonces oyó pasos que se acercaban y temió que volvieran a golpearlo. Los pasos se detuvieron junto a la puerta como si nunca hubieran llegado, y el sonido que habían provocado también fuera el resultado de una ilusión.


María se sorprendió cuando el comisario recibió a La Vieja con inusitadas muestras de afecto.
-¿Qué anda haciendo por aquí? No esperaba su visita. Sea como sea, ¡bienvenida!
-No se equivoca ni por un pelo, porque es el último lugar en el que quisiera estar. Lo que ando haciendo tiene mucho que ver con ustedes, que son todos unos truhanes. Y lo de “bienvenida”, se lo acepto por respeto.- Contestó la anciana decididamente. María temió una reacción de parte del policía.
-Siempre hablando mal de nosotros. ¿Qué daño le hemos hecho ahora?
-A mí ninguno, -continuó La Vieja - el problema es mi muchacho. Anda desaparecido desde ayer y acá nadie sabe decirme adónde está. ¿O tendría que preguntar en el almacén? ¡Lo que faltaba!
-Su muchacho... ¿y cómo está? -La pregunta sonó falsa y malévola.
-Es lo que quisiera saber, según acabo de explicarle. Por eso he venido.
-Ahora entiendo... ¿y cómo se llama el hombre? -Inquirió el comisario.
-Romualdo Fernández. -Afirmó la mujer con seguridad.
-Mi trabajo consiste en saberlo todo... y también en este caso vamos a hacer lo posible.
La Vieja interpretó el mensaje y pensó: “¿Cuándo estos hijos de puta hacen todo lo posible?” De todas maneras respondió lo que él esperaba.
-Está bien, me doy cuenta.
Las dos mujeres se incorporaron desconsoladas. El hombre se acercó a ellas, y como si quisiera hacerlas participar en alguna secreta confabulación les dijo en voz apenas audible:
-No se preocupen, es una de esas picardías de muchacho, va a aparecer en cualquier momento, tengo experiencia en esas cosas. Y usted Vieja, quédese tranquila, en cuanto sepa algo le aviso sin perder un minuto.
-Dios lo oiga... y gracias. -Alcanzó a musitar la anciana sin demasiada convicción mientras salían del despacho.
Cuando estuvieron en la calle, comenzaron a caminar casi a tientas. De pronto, La Vieja se detuvo, y dando muestras de haber recuperado su carácter habitual, afirmó con dureza:
-Si se cree que me voy a quedar con los brazos cruzados, está muy equivocado. Estoy dispuesta a sacudir cielo y tierra hasta que aparezca Romualdo, sano y salvo... ¡y este desgraciado no sabe cuánto va a tener que moverse para que así sea! - Después se quedó masticando su rabia como si fuera un caramelo de mal gusto. Su incomodidad no evitó que ella y María se fueran alejando hasta que la muchacha hizo una sugerencia.
-¿No quiere tomar un café, o comer algo? En la esquina está el bar adonde vamos con Romualdo... le va a gustar.
-Sabés hija que no recuerdo haber estado en un bar... me hacés sentir muy elegante, como en los viejos tiempos, te lo agradezco.
María no tenía ganas pero igual sonrió. La Vieja le mostraba cosas muy particulares, desde pequeños comentarios a casi invisibles tics. Todo eso de alguna manera le recordaba mucho a su propia madre, y el parecido no la disgustaba. En el bar las dos pidieron café. La muchacha insistió para que la anciana comiera algo, pero ella se negó.
-Sólo el café ya me parece una fiesta. - Dijo.
Encontraron que la infusión estaba caliente y resultaba reconfortante. Sin comentarlo la Vieja recuperó el hilo de la conversación.
-¿Sabés en qué estaba pensando?
Por toda respuesta, María apenas pudo deslizar un gesto vago.
-Recién te dije que esto me parecía una fiesta, y pensé que la vida también es como una fiesta.
Debido al estado de ánimo que la dominaba desde la desaparición de Romualdo, a María le costó comprender el sentido de la comparación. La Vieja se hizo cargo de su confusión, y buscó aclarar el significado de sus palabras.
-Te voy a explicar: Cuando llegás a una fiesta, parece que todos te están esperando, pero no te esperan sólo a vos, también esperan a otros invitados para saber como están vestidos, qué van a decir, qué responder, qué cosas nuevas pueden aportarles. Tienen dudas sobre si serán buena compañía, si resultarán divertidos y cosas por el estilo. Porque no se trata sólo de vos, si no de que estén todos, porque todos son necesarios para asegurar el éxito. Cuando ya no falta casi nadie comienzan a desfilar las bandejas repletas de cosas deliciosas: comidas y bebidas que parecen salidas de Las Mil y Una Noches. Y vos podés servirte lo que quieras. A veces lo hacés y a veces no, porque cuanto más gusto querés darte, las bandejas están lejos, y no podés aproximarte por muchas ganas que tengas, pero sabés que todo está allí, cerca, para que lo disfrutes, ¡y gratis! Bueno, en verdad no sé si gratis, pero siempre parece que lo fuera, aunque después termine costándote muy caro. Pero te hacés la ilusión de que las vas a alcanzar en el momento menos pensado. Total, sos una invitada más, y el asunto es que te diviertas y seas feliz, o que finjas serlo, creés que es lo que quieren. Ahora bien, no todos los que están allí son simpáticos, o te parecen personas con las que te gustaría estar, pero vos hacés como que te sentís muy a gusto, primero, porque así lo dictan las reglas, y segundo, porque querés resultar agradable, ser aceptada... querés que te quieran, y por supuesto tenés ganas de querer a alguien. Puede que lo logres, puede que no, depende de tu suerte, o de tu circunstancia. Y la fiesta sigue más o menos igual, hasta que las luces decrecen dejando el salón casi a oscuras, para demostrar que las horas han pasado y los invitados, respetuosos de esa señal, aun contra su voluntad, empiezan a marcharse. Vos no querés irte porque te sentís dichosa y te parece que la reunión apenas ha comenzado. Has bebido, has comido, has conversado (todavía seguís haciéndolo) con alguna persona encantadora de la que tal vez creés que vas a enamorarte, y de la que muy probablemente te enamores. Pero los invitados siguen insistiendo en partir, como si una fuerza secreta los obligara a eso, mientras la música desaparece igual que el humo, como si nunca hubiera sido nada más que eso: humo inútil al que nadie le ha prestado la menor atención. Muchos de los que se van son tus amigos, y el que permanece junto a vos, ese con el que estás hablando, es mucho, muchísimo más que tu amigo. Durante la conversación han gestado hijos imaginarios o tal vez reales. Pero todo se acaba. Por último, al salir, te saludan y se despiden con afecto, unos lo sienten de verdad, otros aparentan tenértelo, pero vos sos sólo una persona más, y posiblemente, no la que más les importa, porque suele ocurrir que a la gente siempre le interesa la persona equivocada. ¿Me entendés, o estoy siendo demasiado complicada?
-Claro que sí, ahora sí, - dijo María, atrapada por aquel llamativo relato. - por favor siga, siga... ¡no se detenga!
La Vieja no esperó ni un instante para continuar.
-Entonces te das cuenta, no lo habías advertido o tozudamente, no habías querido advertirlo, que el salón ha quedado casi vacío, y que sólo permanecen allí los dueños de casa ocupados en las pequeñas formalidades sociales de las despedidas, y con ellos, algún amigo íntimo de la familia que se aprovecha de esa condición para quedarse más tiempo. Ya se te hace claro que tenés que partir, porque es posible que hasta estés molestando, y eso te resulta extremadamente desagradable. Además, en tu interior te sentís más cansada de lo que creías y tenés verdaderas ganas de irte... una fuerza irresistible te empuja. Todo ha sido una maravilla, pero la fiesta se termina. Y te vas, sola, (tu amigo ha desaparecido como con el tiempo suelen hacerlo las ilusiones). Los hijos que acaso tuvieron ya no están, porque el tiempo se come hasta a los hijos, y no hay nadie que te acompañe. Afuera la calle está fría, muy fría... y es como si te murieras... en realidad te has muerto, porque la fiesta ha sido toda tu vida y ha durado exactamente lo mismo que ella: cincuenta, sesenta, setenta, tal vez ochenta años. Pero ese tiempo, largo o corto, es el que te tocó y no tenés a quién ir a quejarte.
Cuando salían María sólo atinó a preguntar.
-¿A usted cómo se le ocurren estas cosas? Lo que me ha contado es muy triste, pero también maravilloso.
La Vieja la miró como si estuviera enfrentando a un fantasma que le hacía preguntas indescifrables e inesperadas, y también, como si ese fantasma le estuviera presentando reclamos que ella no estaba en condiciones de satisfacer. Siguió caminando callada igual que si una tumba la estuviera esperando. Después se atrevió a decir:
-Acaba de ocurrírseme... nunca lo había pensado... ¿sabés? y me aparece ahora... debo haberlo soñado alguna vez. Concedeme que yo también tengo derecho a soñar.
-Jamás se lo negaría. - Dijo la muchacha. -Entonces vamos para casa, -determinó La Vieja - no lo hago muy seguido, pero es el lugar adonde mejor sueño.


El principal Funes entró en el despacho del comisario con una expresión preocupada, presagio de malas noticias.
-Comisario... parece que metimos la pata. Una comisión encontró en un depósito los televisores robados y detuvo a los ladrones. Fernández no tiene nada que ver.
-Así que no tiene nada que ver... ¡y todavía decís “metimos”. ! Actuaste sin consultarme y me ocultaste que el muchacho estaba detenido aquí, hasta hubo que apurarte para que lo hicieras. Vos sos idiota, por eso le pegaste para que confesara lo que querías oír. ¿No se te ocurrió investigar antes, aunque fuera sólo un poco?... Y ahora decime, ¿quién carajo te creés que sós?... ¿El Ave Fénix?
-Créame que ignoro quién es ese pájaro.
El comisario no prestó la menor atención a la ignorante y estúpida respuesta.
-¿Y ahora qué hacemos? Yo le dije a la madre que no estaba aquí, y La Vieja es capaz de cualquier cosa en cuanto se entere de lo ocurrido. Los policías podemos tener el gatillo fácil, pero los puños hay que guardárselos en los bolsillos. Acordate siempre, los muertos no hablan, pero los golpeados sí. Ahora largálo y decile que todo fue un error. Pedile disculpas, decile que nos dieron información errónea para complicarnos y dejarnos mal parados ¿sabés lo que quiere decir errónea?... bueno, hacé cualquier cosa, pero que se quede callado... o vos terminás en una comisaría al sur de Bahía Blanca, allá adónde se acaba la provincia... pienso que es el lugar adonde deberías estar, o mejor todavía mucho más lejos, en el Estrecho de Magallanes, al menos yo te mandaría ahí, por hacerte el macho, por insubordinado, por bruto, por pelotudo...
Mientras su jefe continuaba lanzándole furiosos insultos, el oficial salió apresurado a cumplir la orden, temeroso de su destino y hasta donde podía, arrepentido de su equivocado apresuramiento. Por supuesto golpear a un detenido indefenso era una idea normal dentro de su torpe cabeza. Lo mismo que jugar con su vida y con su muerte como si fuera la triste mercadería de una actividad trágica. Pero claro, Funes no tenía muchas luces y sus reglas eran las habituales dentro del lamentable cuerpo que integraba.

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