domingo, 19 de agosto de 2007

Capítulo 28

28

A la mañana siguiente, María abrió los ojos primero. Trató de despertar a Romualdo susurrándole palabras al oído. Aunque resultaba difícil determinar si los sonidos que emitía eran en realidad palabras, o si se trataba de un delicioso murmullo surgido de su interior, similar al ronroneo de un gato complacido por el descanso. Evocó todos lo sucedido la noche anterior. Pensó que su actitud de iniciativa había rozado el atrevimiento, pero eso no la avergonzaba ni preocupaba. Había sido su primera experiencia sexual, practicada con el hombre que amaba, y se habían unido con ternura. Por fin, los párpados del muchacho se separaron, y sus ojos sintieron la dulzura de descubrirla. Entonces la miró tiernamente y la besó con suave intensidad. Después del beso, ella le habló con fingida seriedad.
-¿Pero es que pensás dormir todo el día? ¿No querrías levantarte, desayunar, dar un paseo?
El volvió a besarla.
-Es tan hermoso estar aquí con vos... me siento tan seguro y abrigado... ¿Creés que voy a preferir otras cosas a tenerte tan cerca?
-Pues tendrás que preferirlo... porque yo no voy a prestar mi ayuda para convertirte en un haragán. -Dijo María bromeando mientras saltaba de la cama, para luego comenzar a cubrir su maravillosa desnudez.
De mala gana, Romualdo decidió vestirse y María se ofreció para prepararle el desayuno.
-Nunca tomo nada por las mañanas, cuando lo hago, es en lo de La Vieja. - Respondió.
-Entonces... ¡a lo de La Vieja! - Dijo ella.
En la casilla fueron recibidos como para una celebración. Lo evidenciaba el inusual desayuno dispuesto sobre la mesa. Allí estaban el pan, la manteca, un frasco de mermelada, un gran pedazo de queso...y desde el brasero, llegaba el familiar aroma del mate cocido mezclado con el de la leche recién hervida.
-Creí que iban a dormir todo el día. - Fueron sus palabras de bienvenida.
-Romualdo tenía ese proyecto. - Respondió María.
Mientras la anciana les servía, tuvo una pregunta para la muchacha, formulada en el tono socarrón que le era habitual.
-¿Y vos hoy no trabajás? ¿O es que han cerrado los hospitales y no me avisaron?
La respuesta llegó eludiendo como si no le diera importancia a la cuestión, mientras acercaba a su boca una gran rebanada de pan generosamente cubierta de manteca y mermelada.
-Es que pedí permiso... hoy para mí es feriado.
La Vieja continuó la conversación manteniendo el mismo tono.
-Por falta de previsión no te van a acusar, pero decime, si podés, claro ¿estás festejando algo que yo ignoro?
La muchacha dejó la taza que estaba a punto de acercar a sus labios.
-¡El regreso de Romualdo! ¿Le parece poco?
La Vieja se sentó en la mesa junto a ellos.
-No me parece poco. ¿Pero hay otra cosa?
María tomó un sorbo de su mate cocido con leche, recién después respondió sonriendo con intención.
-Puede que la haya, pero preferiría hablarla con usted a solas.
La anciana se incorporó para ir a buscar algo que ni ella misma sabía qué era.
-Es lo que me faltaba escuchar. Cuando una mujer quiere hablar con otra a solas, inevitablemente, es porque nada bueno se trae entre manos. Ya me parecía que eras una pícara. - Comentó poniéndole una pizca de afecto y otra de comprensión al tono que tanto le costaba abandonar. -Pero ahora les voy a contar que hay algo más para festejar, algo que no saben. ¿O creen que todo este banquete -dijo señalando la mesa- es porque son lindos?
La pareja se miró desconcertada, y al cabo de un instante, María fue la primera en reaccionar.
-¿Es algo bueno? - Preguntó con la voz en un hilo yendo y viniendo velozmente desde la esperanza al desencanto.
-¡Qué pregunta! ¿Desde cuando se festejan las desgracias? Aunque para un haragán tal vez no sea una gran noticia.
-Vamos Vieja, ¿es que nos va a tener todo el día sin decirnos de qué se trata? - Reaccionó Romualdo.
-Está bien. -Concedió la anciana. - Más temprano estuvo Ramón, quería avisarte que en la fábrica reincorporan a diez de los operarios despedidos, y aunque parezca mentira, vos y él están entre los elegidos. Dicen que los seleccionaron por sus antecedentes, pero yo no lo creo. - Para terminar con palabras envueltas en una carcajada que parecía un graznido. - ¿Cómo voy a creer que son trabajadores eficientes?
El muchacho pegó un formidable puñetazo sobre la mesa, y las tazas parecieron querer volar como pájaros que acaban de escuchar un disparo. Después se puso de pie, abrazó a María y atrajo hacia ellos a La Vieja para que compartiera el contacto. Pasado un momento, preguntó:
-Y ... ¿por qué no nos despertó?
-No quise parecer una entrometida curioseando la vida ajena. -Aseguró la mujer mientras mostraba un rostro compungido. -Lo que pasa... es que tal vez... los envidio, y más ahora, que de nuevo tenés trabajo.
María, volvió a sentarse y apoyó la taza sobre la mesa. -¿Envidiarnos? ¿A nosotros? - Dijo. -No me apures, - dijo la anciana sentándose también ella -no me apures...- repitió con voz cansada -...porque me vas a obligar a confesarme... y es algo que no me gusta hacer.
Romualdo y María fueron respetuosos del silencio que siguió a su comentario, y no preguntaron nada. La Vieja les agradeció en sus pensamientos, después que ellos se marcharan a realizar la anunciada caminata. Un paseo que aunque no lo advirtieran, tenía innumerables significados, porque en realidad, era el símbolo de que unidos estaban saliendo solos al mundo. En ese momento la anciana los detuvo.
-Quiero decirles algo. Tal vez los sorprenda, o no lo entiendan ahora, pero traten de fijarlo en algún rincón de la cabeza. Cuando tengan mis años, o tal vez más, si lo recuerdan, es probable que pueda servirles... Con el tiempo, los sentimientos se ajan, se arrugan como la piel de la cara. A la vez, pierden su sabor dulce y familiar para convertirse en una pasta ácida. Entonces dejamos de destinarlos a quienes queríamos (ellos mismos, hasta nos parecen marionetas torpes y desconocidas) o se los damos en ese estado, desgastados y llenos del mal gusto de nuestra propia amargura. No digo que esto les ocurra a todos, pero sí a muchos. ¿Por qué? No lo sé. Es probable que sea a causa de nuestras frustraciones, de que la vida no nos haya dado todos los premios que esperábamos o que creíamos merecer. Ojalá no les pase, pero recuérdenlo, puede servirles para evitar una sensación desgraciada... y evitársela a quienes los quieren...
María y Romualdo se miraron extrañados y prometieron conservar aquellas palabras como si se tratara del más magnífico de los regalos... Lo era aunque en ese momento no lo advirtieran. Pero al cabo de pocos minutos no recordaban nada de lo escuchado. Recién lo rescatarían de la memoria muchos años después. La Vieja tenía la seguridad de que se querían bien, y eso le deparaba una gran tranquilidad. “Estos no andan con macanas”, pensó. “En cuanto a todo lo demás -siguió reflexionando- se van a arreglar, claro que para los pobres hasta lo imprescindible es un lujo, pero siento que... ¡claro que van a salir adelante!” Se dijo esperando que la afirmación fuera algo más que la expresión de deseos. Luego por un instante sintió lástima de sí misma, volviendo a comprobar que la vida la había tirado en ese lugar, como si fuese un madero podrido arrojado por el mar sobre la costa. El mar... nunca había visto el mar, solamente, lo había conocido en fotografías, pero se imaginaba que no debía ser lo mismo. Pero era tarde para quejas. Ahora su obligación, era acompañar a esos muchachos, inducirles a la confianza, apuntalar su felicidad hasta donde pudiera hacerlo. Además, estaba su querido Josecito. Iba a tener mucho trabajo, pero esa vez, tampoco le importaba.

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