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Apenas recuperada su libertad, Romualdo quiso ver a María. Se sentía apremiado por contemplar su rostro querido y por escuchar su voz amigable. La buscó en el hospital y cuando casi no había terminado de anunciarse, la muchacha apareció atravesando velozmente la puerta.
-¡Romualdo!... ¿Qué te ha pasado?
El no contestó y se limitó a abrazarla como si recién en ese momento lo estuvieran rescatando del infortunio vivido. María respondió al abrazo pero insistió con su preguntas.
-¿Cómo te has golpeado de esa manera? ¿Ya te ha visto un médico? - Luego quiso saber más y más, pero las preguntas se sucedían sin activar ninguna res-puesta. Entonces lo tomó del brazo y aunque él trató de impedirlo con las fuerzas que le quedaban, lo introdujo en la sala de guardia. Inmediatamente curaron las heridas de su cara y pocos minutos después comenzaron a practicarle exámenes de urgencia. Los resultados tranquilizaron a María. Lo único que quedó en evidencia fue la debilidad del muchacho, y por eso el médico indicó alimento sólido y los calmantes adecuados. Con su celeridad habitual, María se ocupó de ambas cosas. Luego consiguió que lo llevaran a una pequeña sala. Su propósito era mantenerlo en observación mientras dormía algunas horas. Con la situación controlada se encaminó hacia donde vivía La Vieja para contarle sobre el retorno de Romualdo. Le dijo que la policía lo había detenido por error, que estaba un poco débil por falta de buena comida, pero nada comentó sobre los golpes. La mujer estalló furiosamente.
-¡Animales... y de los más grandes! ¡Sabandijas! Sí, eso es lo que son... sabandijas!
-Bueno Vieja, tranquilícese, - dijo María pasando su brazo por encima del hombro de la anciana - lo importante es que ahora Romualdo está de nuevo con nosotras... y con José. El mal rato ha pasado.
María se integraba al grupo con la misma naturalidad con que las hojas tienen que caer en el otoño, o volver a subirse al árbol con el primer anuncio de la primavera.
La Vieja le hizo caso y se dejó estar.
-Está bien, ya pasó... pero te aseguro que el bendito comisario me va a tener que escuchar... ¡de eso no se salva, te lo juro! -Después, más aplacada preguntó: - ¿Y Romualdo... cuando viene?
-Esta noche o mañana por la mañana. -Prometió María.- Pero no se preocupe, yo me voy a ocupar de cuidarlo bien.
La Vieja, ya serena, abrazó a la muchacha.
-Tenés razón, -Le dijo. -me quedo tranquila, Si estás de por medio no hay motivo para preocuparme.
María regresó al hospital y cuantas veces pudo se acercó a la sala adonde dormía Romualdo. Lo hizo por última vez a las cinco de la tarde y lo encontró despierto. Se sentó al borde de la cama e inclinándose sobre la cabeza en descanso, lo besó en la mejilla. El sintió que no se trataba de uno de sus sueños. Allí estaba María, hermosa y sonriente. La podía tocar, y ella iba a sentir que la tocaba, le podía hablar y ella iba a escucharlo para después responderle afectuosa y solícita como siempre.
-¿Cómo te sentís?
-Con vos aquí, muy bien.
-Bueno, -continuó ella- me ponés muy contenta. Pero... el médico me dijo que podés irte, aunque recomienda que alguien te cuide al menos por esta noche. No hay ningún peligro... pero, por cualquier cosa, ¿sabés? Entonces he pensado... que vengas a mi casa.
Romualdo se sorprendió.
-¿A tu casa? No, claro que no. - Replicó como si la idea lo llenara de vergüenza.
-Entonces yo voy a la tuya. Afirmó María con decisión.
(A veces lo imposible es lo que va a ocurrir en los próximos cinco minutos o en los siguientes treinta segundos, la propuesta que nunca creímos recibir, el sueño alocado que se transforma en realidad. Pero además de la maravilla que eso encierra, suele dar mucho miedo.)
-María, agradezco tu preocupación y tu buena voluntad... pero, me proponés que vaya a dormir a tu casa o venir vos a dormir a la mía, y lo mejor, es que tus padres ni siquiera me conocen.
-¡Pero me conocen a mí! - Reaccionó ella de manera cortante. - Y además saben -agregó- que todo lo que haga, se corresponde con cosas que ellos me enseñaron, tal como las aprendieron viviendo, tal como lo hicieron con mi hermana... porque como mis padres lo entienden, así se motivan y manejan las actitudes en una familia, sin desconfianzas ni recelos, de lo contrario, la nuestra no sería una familia sino simplemente un grupo de gente desconocida viviendo bajo un mismo techo... pero eso es otra cosa, aunque se presente con desagradable frecuencia.
El comenzó a percibir sensaciones de todos los colores, porque estaba confuso, halagado, disminuido, alegre, triste.
-Tanta preocupación por un obrero sin trabajo. - Comentó Romualdo, pero María, era la dueña de todos los argumentos.
-Como tanta otra gente lo hace con frecuencia, te estás equivocando. Es lo que pasa siempre cuando se mira todo desde la perspectiva del dinero o de la posición social. Esa es la actitud que asume la mayoría, pero no significa que tengan razón. ¿Y sabés por qué? Porque hay otras cosas mucho más importantes... y esto no quiere decir que el dinero no sea importante, claro que lo es, pero no para sacrificar en su altar el amor, la comprensión, la honestidad... y sabés, ni amor ni comprensión ni honestidad se compran en el mercado ni se cotizan en la Bolsa. No creo que haga falta que venga yo a decírtelo. Y disculpame, tal vez sí. Pero no mezclemos las cosas, haga lo que haga, mis padres no se van a asustar, y lo van a comprender. Estoy absolutamente segura. No debemos preocuparnos por eso.
Romualdo no supo que contestar y sintió que estaba orgulloso de María, y que era muy afortunado por la gracia de merecer una mujer así. ¿A quién tendría que agradecérselo?
Después de comer con La Vieja y con José, María y Romualdo se marcharon al cuartucho del muchacho. Lo encontraron ordenado y limpio, y si bien no estaba resplandeciente, al menos se mostraba habitable y hasta acogedor. María señaló a Romualdo la naturalidad con que La Vieja había asumido su decisión de dormir allí. Eso reforzaba su postura durante la conversación de la tarde. El hombre fue el primero en acostarse, mientras María curioseaba bajo la débil luz del farol, algunas viejas revistas deportivas que se apilaban sobre una mesita. Cuando dejó de hacerlo, se acercó a la cama y se quedó mirándolo como si fuera su propio hijo. El le dijo:
-Tengo frío.
Ella contestó con apenas cuatro palabras.
-Eso tiene fácil remedio.
Entonces comenzó a desvestirse con lentitud, colocando cuidadosamente su ropa sobre una silla.
-¿Qué estás haciendo? - Preguntó Romualdo turbado.
-Me desnudo. - Dijo ella con fresca naturalidad. - No creerás que voy a dormir vestida. Además, he estado pensando... tu cuerpo ha sido golpeado, mortificado... acaso necesite una compensación afectuosa, es decir, en lugar de golpes y mortificación... todo lo contrario. Espero que te acuerdes de los trenes, ¿te acordás? El asintió con un gesto afectuoso. Ella continuó.
-Esta noche los horarios son perfectos, y en la estación, ya saben que van a llegar los dos exactamente a la misma hora.
Romualdo se quedó callado sin preguntar nada más, presintiendo que iba a suceder algo que ya estaba decidido. Sólo se dedicó a seguir los delicados movimientos con que María continuaba quitándose la ropa, sintiendo que dentro de sí la visión de aquella joven piel de miel le mezclaba la sorpresa con el deleite... y así, durante lo que le pareció un largo rato, hasta que ella estuvo completamente desnuda. Entonces la muchacha apagó la luz para acostarse a su lado. Sus senos firmes se apoyaron sobre su pecho y su vientre inocente se colocó sobre su vientre, y sus piernas se enlazaron con las suyas como si pertenecieran a un mismo cuerpo. Romualdo ya no sintió frío, y tuvo la certeza de que nunca más lo sentiría en lo que le restaba de vida. Afuera, el viento siempre indiferente, volaba su ruido sobre las chapas de los techos. Y aunque sólo fuera por una vez, la felicidad había llegado puntualmente, sana y salva hasta ese lugar.
viernes, 17 de agosto de 2007
Capítulo 26
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Ricardo Antin,
sur paredón y
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