11
Estimulado por los cuidados de La Vieja, Romualdo se restableció rápidamente, y pasados pocos días el accidente y sus secuelas se esfumaron de su memoria. Cuando se reintegró a la fábrica, su reincorporación coincidió con una noticia inesperada: los nuevos planes de la empresa que ponían en marcha el proyecto de robotización. La decisión convertía en prescindibles a más de la mitad de los operarios, entre ellos a él mismo. El comunicado que daba los detalles estaba pegado en el panel de Informaciones, redactado con una carga de efusivas alusiones al progreso -parece ser que referirse al progreso es una inclinación inevitable para quienes menos hacen por alcanzarlo-, a la enorme inversión que el emprendimiento había demandado, y al tremendo coraje exhibido por la dirección para enfrentar lo que se definía como “un desafío de la hora” destinado a contribuir al desarrollo del país y a afianzar su crecimiento económico. (Es decir, para afianzar y desarrollar el crecimiento económico de la empresa dueña de la planta.) Ese extraño lenguaje que parece responder al gusto de quien lo escribe, pero casi nunca, a los sentimientos de quien tiene que recibirlo, parecía una burla más que cualquier otra cosa. Naturalmente, no figuraba allí la extensa nómina de despedidos. Romualdo tomó la situación con esa resignación fatalista típica de su clase. Por último, supo que podían irse, ya que recién a la tarde se pagarían las liquidaciones correspondientes. Aquel lugar se había convertido en tierra de otros, algo así como un territorio del que habían sido despojados con una violencia indolora y silenciosa. Al salir caminando lentamente junto a sus compañeros de desgracia, tuvo tiempo suficiente para mirar como si preanunciara la despedida, el viejo paredón de deslucidos ladrillos descascarados que llevaban más de medio siglo allí muriéndose de a poco, sin que ninguna mano se hubiera ocupado jamás de hacerles recuperar aunque sólo fuera en parte su aspecto original.
-Qué le vamos a hacer... - Dijo Gómez y agregó. -Siempre nos queda el Sindicato.
Ramón lo miró con desdén.
-¿El Sindicato?... ¿pero vos qué clase de ingenuo sós? Ya los deben haber arreglado con la debida anticipación para que nos aconsejen tranquilidad y nada de líos.
-¿Entonces? -Preguntó dubitativo Gómez, temeroso de volver a recibir los denuestos de Ramón.
-¡Entonces nos jodemos, como siempre! Esto quiere decir, a buscar el laburo que no hay, a arrancarnos los pelos entre nosotros para disputarnos cualquier changa de mierda. Después algún aprendiz de sociólogo presentará una estadística mostrando que las oportunidades serán crecientes en los próximos años si sabemos aprovecharlas. Prometen para el futuro, sin comprender que tenemos toneladas de futuro acumulado que no nos sirve para nada, principalmente, porque ni siquiera sabemos adónde las hemos guardado.
-¡Pero che! Parecés un comunista.- Se envalentonó Gómez.
Antes de hablar, Ramón arrojó al suelo con violencia lo poco que quedaba del cigarrillo que venía fumando.
-¡Esto sí que está bueno! Nos cagan, y la conclusión es que soy comunista. ¡Grandioso! Está bien, a todo el que se opone a estas cosas le encajan ese sanbenito. Con eso se quedan contentos. Pero desayunate, según dicen, el comunismo ya no existe, y posiblemente, nunca existió.
Romualdo que se había mantenido afuera de la discusión, creyó llegado el momento de cortar aquella controversia inútil.
-No vamos a ganar nada discutiendo.
Los tres comenzaron a caminar sin apuro, como si arrastraran los pies que pesaban demasiado, sobre los adoquines gastados y fríos de aquel suburbio lamentable.
Las palabras de Ramón habían dejado su huella en Romualdo y comprendía que había mucho de cierto en ellas. Deliberadamente dio un rodeo para evitar pasar por la casilla de La Vieja, pero ella a pesar de su visión defectuosa lo vio a lo lejos (o tal vez lo presintió) con esa capacidad que existe en ciertos ocasiones para visualizar con claridad lo que parece oculto. Sorprendida, al regresar tan temprano, salió a cruzarlo con toda la premura que le permitían sus piernas.
-¿Qué te pasó Romualdo? ¿Te volvieron los dolores?
El colocó cariñosamente el brazo sobre su hombro.
-No Vieja, por suerte no. Pero sucedió algo peor: me echaron del trabajo Vieja. -Le dijo impulsivamente, presintiendo que lo mejor era presentar la novedad de esa forma.
-¿Pero por qué? No entiendo... nunca tuvieron la menor queja sobre vos.
-No tiene nada que ver conmigo. -Aclaró Romualdo. - Es que ahora han puesto nuevas máquinas que trabajan solas... y se van a arreglar con menos de la mitad de la gente.
Habían llegado al interior del cobertizo y la anciana se sentó abatida.
-Debe ser eso que llaman progreso. -Sentenció ella mirando el suelo.
-Sí, -asintió el muchacho- algo así decía el comunicado de la fábrica.
-¿Y qué pensás hacer? -Preguntó La Vieja.
-Mañana no sé. Me faltan ganas para pensarlo, pero esta noche, me voy a comprar una botella de vino del bueno, ¿sabe? y la voy a invitar a que la tomemos toda.
-No me parece mala idea lo del vino, pero si lo que pensás es arreglar el problema con eso, estás perdido. - Afirmó la mujer.
-Le hablo de hoy Vieja, de hoy. Mañana será otro día, y no es que quiera tirar las cosas para adelante, no soy de esos, porque sé que después no las voy a alcanzar nunca. Pero hoy me quiero dar el gusto, déjeme... -casi rogó Romualdo. -¿Le parece que estoy tan equivocado?-
-Hacé lo que quieras. Después de todo no soy ni tu madre ni tu tutora. -Yo te voy a acompañar con el vino, y si querés, hasta preparo unas empanadas. -Dijo la anciana simulando despreocupación para enseguida recuperar su dureza. - Pero si mañana a las seis no estás de pie para salir a buscar trabajo, yo misma te voy a dar una buena pateadura... para estimularte, ¿sabés?
Como respuesta el muchacho hizo algo que no pensaba hacer: reírse. La Vieja también estuvo a punto de descargar una carcajada, pero no se lo permitió. Prefirió levantarse mientras decía: -A mal tiempo buena cara... -agregando mientras miraba fijamente a Romualdo - ¿O nos vamos a poner a llorar porque te quedaste sin trabajo, en lugar de aprovechar la oportunidad para conseguirte otro mejor? (“Como si fuera fácil”, pensó.)
Cuando se quedó solo, aceptó que La Vieja estaba en lo cierto. Y también que tal vez le habían hecho un favor. (“¡Ya iban a ver!”) Por otra parte, al día siguiente tendría otro motivo para estar bien despierto: ¡a las siete de la tarde iba a encontrarse con María!
María lo estaba esperando en la puerta del hospital. Se la veía mucho más linda sin su delantal, vistiendo una pollera escocesa y una densa campera abotonada que a él se le antojó más apropiada para un marinero en alta mar como se los veía en el cine. Al acercarse le tendió la mano y ella le sorprendió ofreciéndole la mejilla. El la besó desconcertado. Después comenzaron a caminar por la calle mal iluminada. -¿Cómo está la herida?- Fue lo primero que quiso saber María. -¿Te sigue doliendo?
-No, nada. Al día siguiente del accidente dejó de molestarme. Pero por desgracia, ahora tengo otras dificultades, ya ves, todo parece mal armado, se soluciona un problema y ahí nomás aparece otro.
Ella lo miró preocupada.
-¿Qué te pasa? Contame...
Se reprochó haber hablado del asunto y respondió en forma lacónica pretendiendo dar por terminado el tema.
-Me echaron del trabajo.
-Pero ¿por qué? ¿Ni siquiera tuvieron en cuenta que la semana pasada te accidentaste?
-¿Y eso tendría que importarles? No sé cómo será en el hospital, pero en la fábrica sos un número. Mientras hagas lo tuyo todo va bien, pero si dejás de hacerlo de la manera en que te lo exigen o dejan de precisarte, te despiden y listo.
-Suena como algo cruel. -Dijo ella con tristeza.
-Es cruel. -Reafirmó Romualdo. -Pero así parecen estar las cosas. ¿Para qué cambiarlas? Nadie piensa en hacerlo. ¿O creés que alguien se ocupa para que la gente ande sobre rieles aceitados y suaves? Que cada uno se pudra, y si no, que se arregle como pueda. Para ellos es lo mismo.
-Pero habría que cambiar todo eso. -Demandó María.
El chasqueó los labios.
-Tenés razón, pero nadie lo va a hacer, ni acá ni en ninguna parte del mundo... porque la gente debe ser igual que aquí, al menos cierta gente... esa que no es nada buena.
-Posiblemente, pero... ¿Y cómo te vas a arreglar? - Continuó María, a quién sólo le interesaba Romualdo.
-Bueno, yo no tengo familia. Es una pena, pero resulta útil en estos casos, porque tratándose sólo de mí, con lo que me pagaron puedo aguantar cuatro o cinco meses.
-Sí, es verdad. -Comentó María intentando consolarlo. El cambió la conversación.
-¿Querés tomar un café, o una Coca Cola y comer un sandwich? En la esquina hay un bar... Es de lo mejorcito que podemos encontrar por aquí.
-Me gustaría mucho. Hace un poco de frío para caminar. Además, allí podemos charlar más cómodos, vernos las caras... pero cada uno paga lo suyo. - Agregó cambiando bruscamente de tema.
-¡Ni lo sueñes! - Reaccionó el muchacho. Recordá que estoy lleno de plata.
-Pero no es cuestión de gastarla toda esta noche. No te olvides que quedan muchas por delante. -Profetizó ella, diciendo también: -Por eso quiero que sigas siendo rico.
Como si lo hubieran hecho siempre, para entrar en el bar se tomaron de la mano, porque eso les infundía una mutua seguridad. Una vez en el interior se sentaron. María se quitó su campera dejando emerger su busto suave resaltado por un ligero sweater color arena. Romualdo disfrutó casi sin mirarlo la cercanía de aquel cuerpo juvenil, del cual le parecía que surgía alguna forma de secreto vigor. Ella pareció no advertir que la observaba y mientras acomodaba sobre una silla la prenda que acababa de quitarse, estuvo de acuerdo en que pidieran café. Mientras lo esperaban, Romualdo se animó.
-Bueno, ya sabés un montón de cosas de mi vida. Yo en cambio, nada de la tuya... estoy muy curioso.
Ella sonrió para esconder su nerviosismo, temerosa de que su compañero esperara la larga historia que todavía no había vivido.
-Es un relato que no necesita muchas palabras. Me llamo María Ibáñez, tengo veintitrés años y una hermana de diecisiete. Vivo con mis padres, aquí cerca, terminé el secundario y seguí el curso de enfermera. Desde que me recibí trabajo en el hospital, ah, y como te imaginarás, no tengo novio.
-Por ahora. - Bromeó Romualdo.
-Claro. No soy tan vieja para perder las esperanzas.
-Pero habrás tenido cientos, digo, siendo tan linda. - Insistió receloso su interlocutor mientras se quedaba por un instante sin la respuesta anhelada, interrumpido por el mozo que acababa de llegar trayendo el café. Después que se hubo alejado, ya con la modesta porción de intimidad recuperada, María pudo continuar.
-Aunque no lo creas, no. Tuve uno solo, cuando estaba en el último año del colegio. La relación duró poco hasta que... me dejó por otra.
-¡Tonto! - Reaccionó Romualdo.
-¿Tonto por qué? Tal vez encontró a una chica más linda y también más buena, que es mucho más importante. ¿O te parece que no?
-¡No debe existir una mujer así, seguro que no! - Sostuvo él con vehemente firmeza.
-Agradezco tu opinión, pero estás equivocado. Esperá a conocerme un poco y vas a descubrir que tengo un carácter terrible. Entonces no podrás resistir las ganas de huir apenas me veas. -Aseguró ella, hablando como si fuera cierto lo que decía, pero la afirmación no tenía nada que ver con la maravillosa dulzura de su voz, con la limpia luminosidad de sus ojos claros y profundos, con su cabello rubio y limpio peinado naturalmente, con sus mejillas copiadas de la piel de la fruta más deliciosa del mejor de los veranos. Aunque no fueron estas las palabras exactas que llenaron su pensamiento Romualdo las sintió recorriendo su cabeza, dibujando en su mente un retrato de María que no estaba dispuesto a olvidar nunca. Esta idea lo animó a tomar con ternura la mano que ella mantenía sobre la mesa.
-Disculpame María si lo considerás un atrevimiento, pero tenía... tengo, verdadera necesidad de tocarte la mano. Te puedo explicar...
Ella lo interrumpió.
-... Romualdo, estas cosas no se explican ¿y sabés por qué? Porque si hace falta explicarlas ya no sirven para nada. Yo tampoco mencioné la razón por la cual aceptaba volver a verte. Me lo proponía alguien a quien no conocía y dije que sí... ¿Qué podrías haber pensado? Te habría contestado que no, y hubiera quedado a cubierto. Pero no me importó. Ahora estoy segura de que ni se te cruzó por la cabeza la idea de que por eso yo era una cualquiera.
-Claro que no. - Aclaró Romualdo temeroso. -Sólo a un tonto se le podría haber ocurrido algo así.
-No hace falta que lo digas, lo sé. Lo sé desde que te vi en la camilla, desprotegido como un chico abandonado. Pensarás que soy demasiado joven para esta clase de instinto maternal, pero dicen que toda mujer, a cualquier edad, lleva en su interior un hijo en ciernes, quietecito, esperando que el amor lo despierte.
Sintió que María estaba describiendo lo que él realmente era y siempre había sido: un chico abandonado, por lo menos, hasta que conoció a La Vieja. Pero eso no lo perturbó, mas bien, era como si lo estuvieran protegiendo desde alguna parte, y que posiblemente, era María misma la que lo resguardaba, como hacía con ese hijo que decía tener preparado en su interior, diciéndoles a los dos (al niño y a él) esas palabras tan lindas que le parecían las más maravillosas y veraces que podían escucharse en toda la tierra.
(En alguna parte, imposible saber adónde, debe surgir una luz inefable que ilumina las cosas buenas. Ella hace que la esperanza se revitalice y acuda en auxilio de los tristes, de los desesperados, de los que han perdido los sueños y la brújula que los orienta. Pero su intensidad es tan fugaz, tan efímera su consecuencia, que rápidamente se vuelve a la contingencia de lo cotidiano, a las tristes obligaciones no siempre buscadas, a la exasperante sensación de existir en medio de algo que se parece mucho a un naufragio.)
Siguieron contándose pequeñas anécdotas y minúsculos acontecimientos, hasta que ella advirtió que eran casi las nueve de la noche.
-Lamentablemente tengo que irme. -Dijo.- Papá es un poco a la antigua, hasta parece que le complaciera jugar con eso, y le disgusta que llegue después de las nueve sin aviso previo. A mí me satisface seguirle el juego porque además de ser mi padre, es un hombre maravilloso.
-De acuerdo María, nada me mortificaría tanto como provocarte un disgusto. ¿Puedo acompañarte?
-No sólo podés sino que además te lo ordeno. -Respondió ella bromeando.
Cuando llegaron a la casa de María, ella se subió al pequeño escalón junto a la puerta y miró con fijeza al muchacho. Esa vez, en lugar de la mejilla, le ofreció candorosamente sus labios. El los besó como si besara el aire y preguntó:
-¿Mañana a la misma hora? ¿Querés?
-Sí, por favor, a la misma hora. -Contestó ella y entró en la casa.
Una vez que se despidió de María, Romualdo se sintió ansioso: necesitaba contarle a La Vieja lo que le estaba ocurriendo. ¿A quién si no? Por eso comenzó a correr como si quisiera ganarle al aire y a la luz, igual que si pretendiera ser el primero en una competencia para alcanzar el infinito donde lo esperaba una compensación sublime. Con ese ímpetu llegó hasta la casilla tarareando una canción que desconocía y que no podía identificar, y se encontró con La Vieja fritando despaciosamente las milanesas para la cena.
La anciana pensó que era mejor que Romualdo tomara las cosas así, en lugar de andar lloriqueando la pérdida de su trabajo. “¿Pero era sólo una cuestión de buen ánimo o había otra cosa?”
El entró al cobertizo muy sonriente llevando la prometida botella de vino, para encontrarse con la mujer que completaba su tarea, mientras José cumplía sobre la mesa con sus trabajos para el colegio.
-Hola Vieja... parece que tenemos milanesas, ¡qué bueno!
-Y también parece que vos te ganaste la lotería. -Me extraña, pero le está fallando el olfato.
-Sin embargo debo andar cerca, ¿no? -Dijo ella manteniendo el aire de picardía. -¿O es que conseguiste trabajo?
-Mucho mejor que eso. -Le respondió acercándose para darle un beso.
-Zalamero, ¿en que andarás para mostrarte tan cariñoso? ¿O no me lo vas a contar?
José dejó por un momento sus deberes y levantó la vista sonriente, para disfrutar aquella escena que se había tornado tan alegre. Siempre lo entusiasmaba presenciarlas, sabiendo que las compartía.
-Se lo voy a decir porque a usted no puedo ocultarle nada. ¿Está preparada? - Dijo mientras colocaba la botella sobre la mesa.
-¡Preparadísima!
-Entonces... ahí va... ¡estoy enamorado! Y eso no es todo... ¡una mujer está enamorada de mí! ¿No le parece que es como si estuviera soñando?
-Bueno, el que estará soñando sos vos. Pero decime, ¿Para cuándo es la boda? Preguntó La Vieja con fingida frialdad, mientras volvía a poner toda su atención sobre el sartén con las milanesas.
-Me parece que está muy apurada por sacarme de encima, después de todo, María y yo nos conocimos la semana pasada, y hoy... hoy es apenas la segunda vez que la veo.
-Así que se llama María... -Comentó ella mirando de nuevo a Romualdo.
-Lo dice como si no le gustara... -Se condolió el muchacho, para recuperarse prontamente. -Es la enfermera que me atendió en el hospital.
-No, no es eso... me gusta mucho, María... María, como la virgen.
-Usted debe ser bruja... y no se ofenda... no lo había pensado así, pero acaba de describirla con justeza. Sí, María es como la virgen... hasta parece hecha de aire puro, a tal punto, que da la impresión de que si uno la toca se va a escapar a una nube, como haría la virgen...
-Muchacho...parece que te ha picado fuerte el mosquito, y eso que hoy es apenas la segunda vez que estás con ella. - Sentenció la anciana.
El se quedó acariciando suavemente el aire con las manos felices como si estuviera rozando un sueño conseguido.
-Tanto que ni se imagina.
-No, si me lo imagino perfectamente, ¿o pensás que estoy dormida? -Dijo La Vieja riendo con ganas. Pero ahora dejemos por un ratito tus amoríos. Me lo estás distrayendo a José que anda ocupado con sus trabajos del colegio, y además, me estás distrayendo a mí... en un minuto van a estar listas las milanesas. ¿Con qué las querés comer? -Agregó como si dispusiera de la carta de un restaurante.
-¿Qué con qué las quiero? - Contestó Romualdo dando vueltas por el cobertizo como si se se hubiera vuelto loco. -Las quiero con tomate, con puré, con lechuga, con berenjenas, con arroz, con papas fritas, con zapallitos, con huevos revueltos, con batatas, con papel picado, con serpentinas, con un pedacito de luna, con dos estrellas al horno, con la última sonrisa que alguna vez le vi, con las cosas que perdí... con lo que tenga Vieja. Gracias a usted acabo de darme cuenta de que estoy muerto de hambre, y lo que es más importante, de muchas cosas más.
La mujer lo miró sorprendida, pero acabó dejándolo por un instante de lado para dirigirse a José con seriedad.
-Parece que tu amigo Romualdo se va a casar pronto. Palabra de bruja, como ustedes me llaman.
-Yo jamás la llamé así mama. -Dijo el chico como si lo hubieran sorprendido en falta.
-Callate, que sos bueno vos también. Y ahora andá corriendo a lavarte las manos antes de que pierda la paciencia, que en un minuto voy a servir la comida. Después de la cena podés seguir con tu trabajo.
Satisfecho por dejar los deberes, pero no tanto por tener que ir a lavarse, el chico salió a cumplir la orden mientras Romualdo se acercaba a La Vieja para abrazarla. Entonces se escuchó que con la voz entrecortada y recurriendo a una una suavidad desconocida, ella le decía:
-Hijo... me has dado una gran alegría. No sé cómo va a resultar, porque el amor es una cosa seria y a rodeada de sorpresivos misterios, de reacciones y acontecimientos imprevistos, pero hoy y por lo que valga, estoy contenta, muy contenta. Además, sabés, creo que todo va a resultar bien, muy bien, especialmente, si María se parece a la virgen.
En el sartén, la última milanesa olvidada amenazaba con quemarse. Pero salvo a ella, ¿a quién le importaba aquella noche?
jueves, 2 de agosto de 2007
Capítulo 11
Etiquetas:
Argentina,
libros,
literatura,
novela,
novela gratuita,
novela gratuita online,
novela inédita,
Ricardo Antin,
sur paredón y
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario