lunes, 6 de agosto de 2007

Capítulo 15

15

Durante la tarde de un luminoso sábado, María y Romualdo se encontraron en el bar de su primera cita. Parecía que el otoño acababa de decidir una contramarcha y regalarles un sol primaveral. Después de pedir café llegaron al inevitable tema del trabajo y por un instante quisieron creer iba a llegar volando, para luego caer como un hechizo sobre la cabeza del muchacho.
-Sí, seguro, -Dijo él no demasiado convencido.- pero los días siguen pasando... y ya no me preocupa tanto por mí, es por La Vieja... Este asunto no la tiene nada bien.
-¿Tu madre? -Inquirió la muchacha.
-No, pero es como si lo fuera. -Aclaró él como si acariciara un recuerdo querido.
María lo miró sin comprender y también sin saber qué decir. Romualdo descubrió su desconcierto y rápidamente la internó en su mundo. Le habló de la anciana y del cariño con que lo había tratado siempre. También le habló de José, el pequeño que La Vieja había recogido y a quien sentía como a un hermano menor. Y terminó contándole las andanzas de Serafín como si fuera un personaje de leyenda. María aprovechó para desviar el tema original, buscando que toda la atención se concentrara en el gato.
-¿Y cómo es? -Le preguntó.
-Atigrado, solitario y noctámbulo. ¿Se dice así? -Dudó, sin saber muy bien adónde había escuchado esa última palabra y si expresaba con acierto lo que él quería decir.
-Sí, noctámbulo... que le gusta disfrutar de la noche, mejor dicho, que tiene hábitos nocturnos. ¿Verdad? - Explicó María tratando de no parecer demasiado sabelotodo.
-Eso justamente. -Confirmó Romualdo con timidez.
Ella reparó en la incomodidad que le ocasionaba su ignorancia y corrió en su ayuda.
-No te preocupes, nadie sabe todas las palabras. También en esto, ¿qué sería de este mundo si no tratáramos de ayudarnos unos a otros?
El la miró desconcertado porque acababa de escuchar algo en lo que no creía.
-¿Vos estás verdaderamente convencida de que queremos ayudarnos unos a otros?
-No, -respondió rápidamente María- pero en todo caso, no estoy hablando de todos sino de nosotros dos. -Eso me gusta más. Sí, creo que nosotros queremos ayudarnos. Estoy más que seguro.
-Yo por lo menos quiero ayudarte en todo lo que pueda, te lo juro. -Agregó emocionada la muchacha al percibir que sus sentimientos evolucionaban con una rapidez con la que no había contado.
-¿Se trate de lo que se trate? - Preguntó Romualdo.
-Se trate de lo que se trate. - Confirmó ella.
El sintió miedo pero igual insistió.
-Mirá que lo que acabás de decir es serio. - Afirmó temiendo introducirse en cosas que desconocía. Ella no pareció advertirlo.
-Ya lo sé. Llevo cuenta de todo lo que digo. Es la única manera de no tener que arrepentirme, por eso no hay ningún tema que me atemorice. Comprendo que soy joven, y mucho de lo que diga pueda terminar pareciendo un alarde vano, pero... ¿sabés una cosa?... tengo veintitrés años y trabajo todos los días entre la vida y la muerte... esta no es una exageración. No son chicos que se tragaron un anillo o se cortaron un dedo, ni ancianos que se quejan porque el laxante no les hace efecto. Eso podría ser casi divertido, me refiero a gente que puede vivir o puede morir y a la que aunque sea de mínima manera estoy en condiciones de auxiliar. Eso es lo que desde hace dos años vivo a diario en mi trabajo, y esa es en el fondo la realidad del hospital, de cualquier hospital, lugares en los que falta de todo, aunque no creo que semejantes experiencias sean demasiado diferentes a la vida misma, sencillamente, forman parte de ella. ¿De qué me voy a asustar entonces?
-De lo mismo que se asustan todas las mujeres en algún momento de sus vidas, aunque siempre tengan mucho coraje para todo lo demás.
María comprendió de inmediato a qué se refería Romualdo, y no pudo evitar una sonrisa.
-Creo imaginármelo. ¿Me estás hablando del temor a acostarme con un hombre?
-Sí. -Se limitó a contestar él, porque quería que ella continuara hablando. Le interesaba lo que decía, pero mucho más, lo deleitaba como lo hacía, y aunque no lo percibiera intelectualmente, la forma en que construía cada frase, y la cadencia de su voz que le acariciaba.
-Nunca lo hice, pero no porque tuviera miedo. Y te digo, he pensado mucho al respecto. Lo que creo es que no me ha llegado la oportunidad, tal vez, porque soy una de esas tontas que como dicen que se hacía antes, cosa que no creo, todo lo relacionan con el amor...
-... eso no está mal. Interrumpió él.
-No, no está mal, -Continuó María.- y no quiero ocultar que alguna vez un hombre no me haya hecho sentir cosas por dentro. Disculpame si uso términos muy hoscos, pero... ¿A qué mujer no le ha pasado eso, aun-que más no sea en una única oportunidad? Cuando me ocurrió a mí, me consolé pensando que eran problemas de la biología y que no había llegado el instante adecuado, ese en que el sexo se realiza a partir del amor, para que no me pase lo que a la heroína del cuento.
Romualdo la observó intrigado.
-¿La heroína del cuento?... ¿Qué cuento?
-Uno que leí hace algún tiempo... es muy breve. Relataba la historia de una muchacha que sin amor y sólo empujada por el deseo se acuesta con un hombre. Cuando llega a su casa se siente culpable, sucia. Entonces resuelve bañarse para quitarse el pecado. Pero pocos días después, nuevamente atrapada por el deseo repite la experiencia con el mismo hombre, y posteriormente, su sensación se reitera. Y así cada vez que lo hace, y cada vez se siente más sucia y ya no le basta con agua y jabón. Por eso recurre primero a un cepillo ligero, hasta que más adelante, para lograr su propósito necesita uno metálico. Y de nuevo recurre a aquella unión que le parece sacrílega, y cada vez frota su cuerpo con mayor violencia porque sólo ese dolor producido por la suciedad desprendiéndose elimina el de la culpa que es mucho más poderoso. Su cuerpo comienza a llagarse, y más y más cuanto más recurre al sexo. Hasta que un día, vuelve a desvestirse frente a aquel hombre y él descubre sus horribles pústulas. Entonces, asqueado por la visión de sus heridas, sin preguntarle su causa y sin saber que es el responsable de ellas, la abandona. El cuento tiene una moraleja interesante. -Impresionado por la historia Romualdo se quedó mirándola sin saber qué decir. María continuó hablando. -Antes, te decía que en aquella ocasión no había llegado el instante adecuado... porque no estaba frente a la persona que me correspondía, como si se hubiera tratado de dos trenes que deben encontrarse en un cruce a la misma hora cerca de idéntica estación... y uno de los dos, desgraciadamente, llega a destiempo. En mi caso, los horarios tampoco se han correspondido con los de alguien. Ya lo harán, no tengo apremio. Mamá dice que “todo llega en la vida”. No es una frase original, pero me parece que como muchas cosas simples encierra una gran sabiduría. De lo contrario, sólo los filósofos serían capaces de acomodar adecuadamente su existencia.
María había hablado con una madurez y una justeza poco comunes en una mujer de su edad. Romualdo ignoraba que las mujeres suelen llegar a su punto mucho más aceleradamente que las frutas, y que para eso no necesitan de las delicias del sol ni de las estipulaciones del calendario. Pero sintió que en su interior un nudo se estaba desatando, y eso le hizo subir a la garganta la osadía para atreverse a afirmar:
-Entonces... eso, va a suceder cuando te enamores...
-... Sí... cuando me enamore... como me está ocurriendo ahora.
-¿Ahora? -Casi gritó Romualdo, no creyendo haber escuchado lo que realmente había oído.
-¡Sí! ¡Ahora! Pero de todas maneras sé, que al nacer, el amor es una cosa frágil... necesita mucho cuidado para afirmarse y sobrevivir... igual que si fuera un bebé prematuro. - Contestó la muchacha con una decisión que tenía mucho de salvaje, lo que la hacía aparecer distinta y al mismo tiempo igual, pero a los ojos de Romualdo, mucho más hermosa. Por eso al muchacho se le ocurrió que nada de lo que pasaba en ese momento era verdad, pero no dudó.
-Me gustaría besarte. -Atinó a decir.
-Y a mí que lo hicieras. -Agregó ella.
-¿Es por lo de los trenes? -Preguntó él.
-Los trenes... - Repitió vagamente María, agregando -los trenes que alguna vez van a tener que encontrarse...
Entonces se besaron, mágicamente, casi sin tocarse.

-Mama, ¿vio que gordo está Serafín? -Preguntó José, mientras sobre un felpudo que nadie sabía de adónde había salido, el gato se lavaba bajo el sol de la tarde,
-¿Cómo no va a estar gordo si no hace más que comer a nuestras costillas? -Fue la súbita respuesta de La Vieja mientras se acercaba inquisitivamente al animal. -Aunque demasiado gordo, o si lo preferís, con una gordura rara. -Agregó insistiendo en mirarlo detenidamente.
El chico, que había cambiado sus planos autitos de cartón por uno de plástico, reciente regalo de Romualdo, la siguió extrañado.
-¿Qué quiere decir “una gordura rara”?
-Quiere decir que Serafín es Serafina. -Contestó terminante la anciana, después de tocar como un veterinario experto la barriga del gato.
-Entonces Serafín... digo Serafina... ¿va a tener gatitos?
-Sí, y era lo único que nos faltaba, ampliar la familia, como si las cosas no estuvieran ya terriblemente mal. Ah, pero yo lo arreglo fácil. Apenas nazcan, lleno una palangana con agua, y todos adentro, si me descuido, hasta lo meto... la meto a ella.
-Pero mama, -Saltó José aterrorizado. -¿vamos a matar a todos los gatitos?
-¿Y qué querés que haga? ¿Que me ponga a darle de comer a toda la cría? Ni pensarlo... con el trabajo que da... Además, ¿qué te creés, que soy millonaria?
El chico la interrumpió pero sin palabras, corriendo desolado hacia el interior del cobertizo. La Vieja lo dejó ir, y cuando estuvo segura de que ya no podía escucharla, agregó:
-... ¡tonto... como si yo fuera capaz!

No hay comentarios.: